JUEVES 7 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Jean Meyer Ť

Haití

No cabe duda, el año 2000 fue de elecciones presidenciales, no sé si para despedir al siglo o para saludar al milenio, pero muchas veces esas presidenciales habrán significado mirar hacia el pasado y no hacia el futuro. El mismo domingo 26 de noviembre votaron en Rumania y en Haití. No se puede imaginar dos países más diferentes y sin embargo el sentido del voto es el mismo y no es nada alentador. Manifiesta en ambos casos decepción y desesperación.

No hay sorpresa. Las legislativas y municipales de mayo y junio prepararon de manera violenta el regreso inevitable de Jean Bertrand Aristide, lo que provocó la huida al extranjero del respetado anciano presidente del Consejo Electoral Provisional. Fanmi Lavalas (Familia Avalancha), el partido del ex presidente Aris- tide, se apoderó del Congreso, preparando la vía para la llegada de su ídolo a la presidencia antes de que termine el año

Elegido con una fuerte mayoría hace 10 años, Aristide era en aquel entonces un joven sacerdote adepto de la teología de la liberación. Los militares lo exiliaron en Washington a los 10 meses pero la popularidad internacional de Aristide provocó finalmente la intervención militar estadunidense en octubre de 1994, que le permitió terminar su mandato en diciembre de 1995. Se le hizo muy breve la presidencia pero como la Constitución prohíbe la inmediata reelección, mandó a su primer ministro a calentar la silla presidencial.

La popularidad de Aristide, quien dejó el sacerdocio y se casó, no deja de evocar para el historiador el ya lejano antecedente de François Duvalier, quien fue un buen médico y un respetable antropólogo antes de transformarse en el terrible Papa Doc. Las violentas turbas de Fanmi Lavalas recuerdan demasiado a sus tontons macoutes para dejar mucha esperanza. Aristide tiene controlado a casi todos los diputados, a 18 de los 19 senado- res, a prácticamente todas las alcaldías.

Pensar que él fue el único presidente democráticamente electo del siglo XX haitiano y que ahora, representando aún la sola esperanza de la mayoría de los haitianos, va a ejercer el poder sin freno ni control es un poco desalentador. Gérard Pierre Charles, viejo luchador demócrata, un tiempo partidario de Aristide, dijo: "ƑCuáles elecciones? Eso fue un golpe de Estado velado. Esa parodia electoral nos entrega a un gobierno totalitario monopartidista".

ƑQué puede traer Aristide al país más pobre de América, a sus 7.5 millones de habitantes con 65 por ciento de desempleo y un ingreso anual promedio de 250 dólares? ƑSerá como lo creen sus electores la última, la única esperanza de Haití? Déspota o demócrata, no tiene vara mágica para resolver los tremendos problemas de su pueblo; šojalá no se transforme en obstáculo a cualquier progreso o ayuda! Quizá espera que Washington olvide de manera realista sus repugnancias democráticas y, en compañía de otros gobiernos, le entregue la ayuda material indispensable; calcula que Washington cerrará los ojos (como en tiempos de Duvalier) para no recibir nuevas oleadas de boat people y para que Haití deje de ser una bodega de la cocaína que pasa de Colombia a América del Norte.

Si gana su apuesta, eso será bueno para él y su mafia; una vez más el pueblo haitiano pagará el pato y descubrirá que al votar por su libertador cayó del sartén al fuego. Podría descubrirlo pronto porque al monopolizar todas las instancias de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, Aristide no podrá culpar a la oposición de su inevitable fracaso.