VIERNES 8 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť José Cueli Ť

Dos Méxicos

Los últimos acontecimientos en nuestro país no hacen más que confirmar la existencia de dos Méxicos. Tan sólo hace una semana dentro del habitual desmadre citadino dominical, los muñecos de Disney desfilaron ante casi 7 millones de capitalinos que decidieron sumergirse en la ''magia" de la caravana de la ''fantasía" en un intento evidente por evadirse de la otra cara de la urbe, aquella que se revela en un desfile grotesco de deshumanización, crueldad y sadismo. Así, el tiempo se detuvo en la ciudad de México trascendiendo el tiempo-espacio cronológico para intentar despojarse de los lazos que lo sujetan a la rutina de la vida cotidiana -embotellamientos, caos, ansiedad, incertidumbre, desesperanza.

El pasado viernes, los medios televisivos nos inundaron con imágenes que resultaba difícil enhebrar. Estas nos mostraron a un primer mandatario desayunando tamales en uno de nuestros múltiples barrios marginales, en contraposición a un escenario, en el Auditorio Nacional, en el que se desplegó la más alta tecnología audiovisual, una depurada logística y un público ''muy bonito". Y como colofón, un convivio de ''cuento de hadas" que tuvo lugar en el sobrio Castillo de Chapultepec.

Estas experiencias, al igual que los dolorosos y desgastantes sucesos en torno del conflicto universitario nos revelan de manera clara y evidente la existencia de dos Méxicos diametralmente opuestos, con simbologías y lenguajes muy diferentes. Mientras unos apuestan por una educación de elite y alta excelencia académica, otros luchan a brazo partido y con hambre por intentar salir del analfabetismo; mientras unos viajan en sus vacaciones en first class, gracias a las millas acumuladas, otros apenas si tienen para el boleto del transporte colectivo (el cual suele incluir, choque o asalto por el mismo precio).

Mientras unos navegan en Internet, otros (y son muchos millones) naufragan en la pobreza. Mientras unos tienen acceso a costosos seguros médicos, otros son portadores de desnutriciones severas y mueren por infecciones banales. En tanto unos se integran a la globalización, otros se hunden cada vez más en la exclusión. La escisión parece profundizarse cada vez más.

Los acontecimientos recientes no hacen sino ratificar esta profunda división entre dos Méxicos distintos, que parecen no sólo desconocerse entre sí, sino repelerse el uno al otro revelándonos la profunda brecha existente en el país. Nación escindida. Escisión cuyas raíces se asientan en la pobreza y en la marcada desigualdad social. Unos inmersos en la tecnología, los otros al margen de la misma.

Ante tales diferencias que se antojan abismales pareciera que el esfuerzo fundamental, si se pretende aspirar a un proyecto de nación que nos unifique, tendría que enfocarse, en primera instancia, al establecimiento de ''puentes" que pudieran tender lazos entre los grupos de población. La tarea se antoja titánica, pero quizá no imposible. Salud, educación y recursos económicos, humanos y políticos deberían enlazarse en la búsqueda del bienestar comunitario sin perder de vista que, además de las marcadas diferencias económicas y sociales, existen diferencias fundamentales en el lenguaje (en el más amplio de los sentidos) y en la simbología de estos mexicanos que se desconocen unos a otros.

Los millones de marginados que viven (o sobreviven) a lo largo y ancho del territorio nacional, debido no sólo a sus circunstancias de extrema pobreza sino también a la carga de duelos no elaborados por pérdidas repetidas (a todo nivel) se encuentran excluidos del aparato productivo y de las instituciones a causa de sus dificultades para entender y adquirir el lenguaje y la simbología de los grupos en los que inútilmente intentan insertarse, ya que la brecha se acentúa cada vez más. Para poder transitar de la exclusión a la productividad necesitamos ''puentes" que enlacen a ambos Méxicos.