DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť
Un frío amanecer
En la tiniebla profunda de las seis de la mañana recorro la capital, en un trayecto de Chapultepec al Zócalo. En mi experiencia inicial como funcionario capitalino asisto a un acuerdo prematutino en el nuevo estilo personal de gobernar la ciudad. Hace un frío tal que me recuerda una "rayuela" que escribió hace unos inviernos Carlos Payán en La Jornada: "Qué frío tan frío, tan jijo".
Mientras trabajamos en una sala del llamado Palacio Virreinal de cara a la Plaza Mayor, el sol va saliendo para todos. Para los 8 millones 489 mil habitantes de la metrópoli que hasta hace poco dormían šbienaventurados!, y soñaban šilusos! El sol sale para iluminar los techos y las azoteas. Da color a las torres, cúpulas de la ciudad colonial. Hace resplandecer los cristales de los enormes edificios de estilo tejano que forman verdaderos corredores y también reverbera sobre dos millones de viviendas. Es una masa urbana tachoneada de islas de extrema prosperidad, pero en conjunto, una superficie urbana entre mediocre y pobre, sin espacios verdes sitiada por ciudades precaristas.
Hoy nacerán en la ciudad 526 niños y morirán 152 pobladores. Llegarán 2,549 inmigrantes. Harán el amor 400 mil parejas. Mientras amanece se preparan para ir a sus empleos estables unos dos millones de hombres y de mujeres y otro tanto se moviliza para buscar empleo o para trabajar donde se pueda. Es una sociedad que va envejeciendo. Dos millones de niños y jóvenes devoran su desayuno, listos para ir a las escuelas y a las universidades.
El sol sale para todos: los buenos, los mediocres y los rufianes. Incluso para aquellos que forman las redes de delincuencia que han penetrado todas las estructuras formales e informarles. Para los que organizan el crimen, los asaltos, los robos de vehículos, los secuestros y para que los que están tramando la ingeniería financiera que asegura peculados y fraudes. Para los beneficiados de la corrupción y sus miles de cómplices. Para los desesperados y los iracundos que este día harán sus manifestaciones y plantones. Esta urbe es el eje de una región: la cuenca de México, que permite la vida de 20 millones de habitantes, más o menos la misma población que tenía el país cuando yo nacía, en 1940. Desde mi juventud, en los años 60 hasta hoy, la mancha expansiva ha crecido 200 por ciento, agotando las tierras fértiles, arrasando canales, bosques, extinguiendo mantos acuíferos.
ƑQué une a toda esta masa heterogénea dividida brutalmente por las desigualdades sociales, por el reparto injusto de las oportunidades y de los conocimientos? La une la esperanza y el miedo. Toda la población ha estado sujeta al miedo durante la última generación. Miedo de perder el empleo, el destino, miedo de perder la seguridad, la vida, la integridad. La decadencia económica (atenuada en los últimos tres años) ha atacado ferozmente a esta muy noble y leal ciudad. Pero además, redes formidables de delincuencia, muchas de ellas incrustadas en los propios sistemas policiacos, han convertido a la ciudad en un espacio de temor y sobresalto continuo.
La gente que trabaja, ama, se educa y se divierte en la ciudad de México, está unida también por la esperanza. Esperanza en tiempos mejores. Y hay indicios: un amanecer político. Los gobiernos que acompañaron en la decadencia a la ciudad de México formaban parte de un sistema monárquico, vetusto y voraz. Han sido sustituidos progresivamente por gobiernos democráticos. La alternancia en la Presidencia de la República abre las puertas para un cambio profundo. La democracia en el Distrito Federal ha sido el adelanto mayor del cambio. Un gran cambio positivo no sólo en el mundo de lo político, sino en todo el enorme andamiaje económico y social. Hay esperanza de un cambio, en la mentalidad de las personas que puede ser más poderosa que miles de millones de dólares para la recuperación.
La transformación en una cultura democrática que abarque la pareja, la familia, la escuela, la Iglesia, la empresa, se cumplirá (si bien nos va) en el plazo de una generación. Pero no tendremos que esperar tanto para empezar a gozar los frutos de un estado de bienestar que merecen los capitalinos y de una estructura mucho más democrática y moderna en la toma de decisiones. El nuevo Gobierno del Distrito Federal tiene varios desafíos, los más importantes se concretan al estímulo de la esperanza y a la reducción del miedo. Pero además tendrá muchas oportunidades para recrear a la ciudad y a su región espacios mucho más habitables. Los capitalinos tendrán que pagar el precio por una estructura más moderna. Tendrán que asumir las responsabilidades fiscales y cívicas. Yo estoy seguro que podrán hacerlo porque el pueblo de la capital, que ha soportado con entereza los malos tiempos, tiene la disciplina y el impulso para ser convocado a las grandes tareas. Hasta hoy los gobernantes se han preocupado por controlar a los pobladores. Será ahora necesario contar con sus energías y su ingenio para gobernar.