DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Rolando Cordera Campos Ť
Menos de lo mismo
Como se esperaba, Francisco Gil Díaz puso las cartas sobre la mesa. No hay espacio para dónde moverse, ni puede esperarse que lo haya pronto. A la luz de lo que el país necesita y ha creído que le van a dar desde el gobierno, se propone no "más lo mismo", sino menos aún.
Las metas globales para la economía, de 4.5% de crecimiento del PIB en 2001, revelan que el país no puede tener un crecimiento sostenido alto. Las metas revelan también la fragilidad de lo alcanzado este año y abren campo para especular sobre el manejo "no politizado" de la economía de que tanto presumió el gobierno que se fue. Por ejemplo Ƒno hubiese convenido más a México un crecimiento menor del impetuoso 7%, y tener entonces la posibilidad de crecer un poco más, digamos entre 5% y 6% el año próximo? ƑEs tan deficiente el sistema de previsiones del gobierno, que no le fue posible por lo menos proyectar presupuestos y fuentes de ingresos para abrir el abanico de opciones?
Los economistas profesionales siguen con nosotros, y su veredicto es inapelable: si se quiere tener una inflación parecida a la de nuestros socios comerciales, es indispensable eliminar el déficit fiscal, lo cual no puede alcanzarse sino con un gasto contenido hasta el estancamiento. La meta real, que organiza el conjunto de la visión gubernamental, es el déficit fiscal, señal de señales y, de inmediato, candado funesto para cualquier búsqueda de opciones menos astringentes.
El gasto social podrá crecer por encima del total y darnos coeficientes de qué presumir, pero su monto es del todo insuficiente para que el país avance en la superación de la pobreza. Lo es más todavía, si se toma en cuenta que con la meta de crecimiento del PIB dejarán de crearse más de 200 mil empleos. La economía informal seguirá aumentando y los changarros tendrán competencia hasta el hartazgo. Los que sobrevivan serán los más eficientes, productivos y, como lo probará la mortandad circundante, los más competitivos del globo pulverizado de changarrolandia.
Puede insistirse en la pérdida de importancia del gasto público en el "nuevo modelo" aunque no haya buenos argumentos para hacerlo. Pero lo que sí está claro es que sin ese gasto, en especial el dedicado a ampliar la base física y humana de la acumulación de capital, México estará condenado a evolucionar siempre por debajo de sus necesidades y posibilidades.
Sin infraestructura y buena salud y educación para todos; sin comunicaciones y apoyos directos e indirectos a la ciencia y la tecnología, tareas estatales por excelencia -hoy más que ayer- no hay desarrollo en el horizonte. Sólo hay mediocridad económica y abultamiento de la carencia social. Nada que ver con el mundo reluciente del día primero.
Sin duda, Gil Díaz tiene razón cuando advierte sobre lo vital que es la reforma fiscal. Sin ella no hay mañana creíble o imaginable. Pero entre esta gran verdad, que ha hecho suya el gobierno de Fox como consigna maestra, y el presupuesto ofrecido hay más de un paso. El déficit propuesto, de 0.5% del PIB, parece más un fetiche que una meta racional.
Es probable que esos pasos se den mal, como se dieron en el pasado gracias a la astucia de los anteriores arquitectos del gasto público federal. Sin participación sistemática del Congreso y de los grupos sociales organizados en las deliberaciones y cálculos previos que llevan a la versión final del gobierno sobre el presupuesto, todo queda en las manos de los expertos de Hacienda, y en secreto, y los márgenes para una modificación sensata de la propuesta prácticamente se reducen a cero.
Sólo quedan el regateo y la lotería, que ocurren sobre la base de que los criterios principales, que desembocan en el déficit como punto de partida y no como resultado, no admiten modificación alguna. De incurrirse en ello, reza el evangelio, los mercados nos castigarían, porque se entendería que no hay una verdadera decisión de mantenerse firme en la disciplina fiscal que, de nuevo, el déficit original concreta e ilustra.
Entonces, los diputados y sus asesores empiezan a dar vueltas a la noria, unos gobernadores sacan tajada y otros negocian bajo la mesa, y el presupuesto queda, en lo esencial, intocado o bien pierde su carácter de articulador de un esfuerzo colectivo.
A veces, como ocurrió en estos años iniciales de la pluralidad parlamentaria, el presupuesto reaparece, en enero, desvelado y aún más restrictivo en renglones vitales para muchos grupos reducidos al olvido de la marginalidad rural. El caso de Diconsa es, en este sentido, emblemático. Lo increíble es que las restricciones de todo tipo impuestas a este rubro, se hayan justificado diciendo que de esa manera se le cortaban todavía más las uñas al corporativismo vetusto.
El gasto público y la manera de financiarlo, son instancias clásicas de la alta política en las democracias capitalistas. Aun en Estados Unidos, donde este ejercicio se ha convertido en casa de cambios, la esencia de la disputa presupuestaria es de política mayor, para adultos.
Aquí, paso a paso, hemos renunciado a eso, tal vez como vía de escape ante tanto reclamo y tanta penuria. Al hacerlo, las clases dirigentes, las de ayer y las de hoy, dan cuenta de su incapacidad para plantearse en serio su tema por excelencia, que es el del Estado mismo, su gobierno y constitución. Los que dirigen renuncian a un aspecto crucial de la política permanente de todo Estado que quiera serlo y, así, admiten por adelantado un fracaso mayor de la democracia en estreno. Le cortan las alas y a la mesa de las liberaciones le quitan las patas. Pésimo panorama para empezar.