DOMINGO 10 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Angeles González Gamio Ť

El galeón de La Villa

En un cerrito a las afueras de México-Tenochtitlan, los aztecas veneraban a la diosa Tonantzin, a quien habían esculpido en una gran peña saliente. Allí mismo se le apareció la Virgen al indio Juan Diego, quien según Horacio Sentíes, cronista de la delegación Gustavo A. Madero, contra lo que se dice, era de familia noble, razón por la que fue recibido por el obispo Zumárraga en el Palacio Arzobispal.

Como todos sabemos, la Virgen pidió al indio que en ese sitio se le levantara un templo y le indicó que fuera con el obispo para solicitarlo. La prueba definitiva fue la tilma cargada de rosas, en donde apareció la imagen de la Virgen morenita que habría de convertirse en la madre espiritual de los mexicanos.
Es interesante apreciar que todos los sitios en donde se desarrolló esta prodigiosa historia-leyenda, están allí, la mayoría, aún plenos de creyentes que los veneran como lugares sagrados. Una excepción es el antiguo Palacio del Arzobispado, a pesar de que allí apareció por vez primera la imagen de la Guadalupana en la tilma de Juan Diego, frente a los azorados ojos del obispo Zumárraga. Ahora ese majestuoso recinto está convertido en museo, de la Secretaría de Hacienda.

En contraste, en la Villa de Guadalupe, perviven varios lugares de veneración, comenzando por la capilla del Cerrito y la columna cercana, rematada por una imagen de la Virgen de Guadalupe del año 1794, que se colocó para distinguir el lugar en donde, se dice, estuvo el árbol de casahuate que señalaba el lugar de una de las apariciones.

En el mismo cerro se encuentra šun galeón! Si, no es una fantasía; es un monumento que mandaron hacer unos marineros agradecidos de que la Virgen los salvó, cuando perdieron el timón en medio de un fuerte temporal. Ellos prometieron que si llegaban a tierra, le llevarían a su santuario el palo de la embarcación. Al llegar sanos y salvos a las playas de Veracruz, de inmediato se prepararon para cumplir su promesa, llevando en hombros hasta La Villa, el conjunto de palos del navío, y colocando su ofrenda dentro de la construcción de piedra, para defenderla del paso del tiempo.

Como éste hay miles de milagros que se atribuyen a la Virgen morena; de ello hay pruebas en los centenares de exvotos de distintos siglos, que muestra el Museo de la Basílica de Guadalupe, algunos verdaderas obras maestras del arte popular.

Resulta notable la actualidad que guarda la devoción guadalupana. Hoy, al igual que hace 350 años, se realizan multitud de peregrinaciones, algunas que vienen de lugares remotos, para visitar el santuario, especialmente en estas fechas, en que se conmemora el santo de la Virgen. En este evento nada se escatima; hay flores, música, danzas, cantos, velas y veladoras y tremendas malpasadas, pero poco importa, lo trascendente es festejar a la Madrecita que comparte penas y alegrías, más de las primeras que de las segundas, pero lo importante es que para ello siempre esta allí, cobijándolos con su manto protector.

Una de las peregrinaciones más bellas es la de los mercados, que recuerda las que se hacían durante el virreinato en las grandes ocasiones, como la llegada del virrey. Al igual que entonces, hacen grandes arcos de flores, guirnaldas y encabeza el desfile una sonora banda; muchos portan vistosos pendones.

Y ya se terminó el espacio, así es que compremos unas aromáticas y sabrosísimas "gorditas" de La Villa, envueltas en colorido papel de china, para degustarlas en casa acompañadas de un chocolatito caliente, lo mejor para los fríos invernales.