Ť DISQUERO
Quemadota que te dabas
La crisis de la industria discográfica ha incidido de manera previsible en el territorio de la música de concierto al punto tal que los afanes mercadotécnicos actuales se han concentrado en círculos concéntricos que convergen en el hidridismo, de ida y vuelta: los "clásicos" se visten de mona y los "populares" se ponen bien cultos. Ejemplos sobran. La soprano Sarah Brightman posee tesitura, presencia física, desenvoltura canora y repertorio suficiente como para brillar en el firmamento operístico, que es lo suyo. Su irrupción al territorio de la fama, empero, se consolidó junto a otra trayectoria mercadológica: la del tenor italiano Andrea Boccelli. El disco compacto La Luna (EMI/ Angel) responde al rubro soprano-de-ópera-canta-pop, con un ramillete de maquillaje facial, corporal y musical de muy bien calculadas proporciones. Sesenta minutos de piezas cuyo hibridismo arropa por igual la música de Rachmaninof que la de Procol Harum que la de Dvorak que la de Mecano que la de Beethoven que la de Ennio Morricone alrededor de la idea que de lo lunar se expande entre las posibilidades sensoriales de los escuchas. Un disco de laboratorio, de puritita posproducción, de esos que encantan o que repelen, por igual y asegún.
¡Chicas Bond habemus!
Un caso semejante es el volumen titulado Born Bond (Universal/Decca) y que igualmente puede ser un encanto o un bodrio de acuerdo con el grado de tolerancia o rigidez de las trompas de Eustaquio respectivas. Cuatro chicas irlandesas de muy buen ver y escuchar constituyen el Cuarteto Bond, con la clarísima intención, marca registrada, de lucir cual chicas Bond. Dos violines, viola y violonchelo, ejecutados con maestría, se baten en trece cortes trece que inician con Quixote, en abierto guiño a la partitura de Richard Strauss, con su idea de falso exotismo peculiar de los filmes del Agente 007 mientras el otro ojo (azul, pues güeras son) guiña al tema de James Bond y al fondo los típicos y machacudos sonsonetes de lo que el mercado discográfico gusta en clasificar como "new age". Así como la inglesa Sarah Brightman luce esplendorosa en las fotos del cuadernillo que acompaña su disco, estas chicas Bond lucen aún más bellas y frondosas con palmito de sirenas posmodernas. La posproducción en este caso acusa también calidad de ejecución pero bisutería barata en el resultado final. Allá usted.
Un Plácido Domingo
Un ejemplo final para este trío de discos clásico-mercantiles, la nueva grabación del tenor Plácido Domingo, Canciones de amor (EMI), se apega, como siempre, a una ortodoxia que otorga elasticidad a lo baladí de los arreglos orquestales cuando reducen canciones de amor a baladistas, no presteza el territorio del crossover (término que los vendedores de discos utilizan para designar este tipo de entrecruzamiento de géneros contrastantes) desde hace ilustres lustros. A la fecha permanece insuperable el que grabó con John Denver, también con canciones de amor. En su nueva incursión baladística, Plácido Domingo recoge perlas del fondo del mar. Aquellos ojos verdes, Sabrás que te quiero y Capullito de alhelí figuran entre lo mejor de este disco que tiene como defecto, reglas estrictas que tiene el mercado, de hacer concesiones tan baratas como aglutinar, a la manera del popurrí o mosaico, tres cancioncitas en una, mientras más comercialonas, mejor. Pero bueno.
Ť Pablo Espinosa Ť