LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť Octava corrida de la temporada menos chica 2000-2001


En la Plaza México, tedio y caos a cargo de alternantes y juez

Ť Soso ganado de Marco Garfias Ť Rivera Ordóñez casi triunfa con el mejor Ť Raquitica entrada

Lumbrera Chico Ť Despatarrado, Rivera Ordóñez se traía al de Garfias a media altura marcándole los tres tiempos del natural, embarcándolo desde aquí para mandarlo hasta allá y volver a situarse en la cara de la bestia y ligarle la breve tanda antes de recogerlo con el envés de la franela y sumarle el de pecho, cambiándole el viaje a cada paso del animal, ora hacia adentro, ora hacia afuera, tocándolo, pues, una vez y otra y otra a lo largo de la elíptica trayectoria del muletazo.

carton-torosAntes, a la salida de Cariñoso, tercero de la tarde, con unos muy esmirriados 480 kilos de peso según la pizarra, Francisco Rivera Ordoñez, se había colocado a porta gayola para ejecutar un ceñido farol de rodillas y descubrir la clara embestida del bovino, que luego tomó una vara con la cabeza alta, sin pelear.

Sin brindar a nadie, el hijo de Paquirri y nieto de Antonio Ordóñez, recogió al cuadrúpedo mediante suaves trincheras y de la firma, tratando de llevarlo a los medios, pero como el peludo optara por refugiarse en tablas, el diestro lo siguió hasta la puerta de caballos y entonces, más por la derecha, respetando siempre elescaso empuje del novillo, le cuajó una hermosa faena que debido a las febles condiciones de la res jamás alcanzaría el paroxismo pero que estremeció a la gente cuando, otra vez de rodillas, lo toreó en redondo con dominio y temple. Entonces, lo pinchó en todo lo alto y luego se tiró al rincón de su abuelo para matarlo de un espadazo de efectos casi instantáneos. La gente lo ovacionó de pie sin pedir la oreja y dio la vuelta al ruedo entre división de opiniones. En esto se resume la octava corrida de la temporada menos chica 2000-2001, en la Plaza México. Todo lo demás fue basura... y grilla.

El festejo arrancó sin la presencia del encargado de la puerta de toriles, Luis Antonio Rivero, hijo de Gonzalo Rivero, el más antiguo de los empleados del embudo de Insurgentes. Ocurre que el domingo de la semana pasada, por un accidente, se despitorró el primero del encierro de Los Encinos.

Pisotear el reglamento

De acuerdo con la ley, correspondía el turno a la primera reserva, pero el empresario Herrerías ordenó que saliera el que estaba encajonado en segundo lugar de la lidia normal. En contra de esta opinión, el representante del gobierno del DF exigió que se respetara estrictamente lo que marca el reglamento. Por ello, el joven Rivero siguió esta instrucción y este mediodía al llegar a los corrales para cumplir con la rutina que su padre ha efectuado durante más de 50 años, se encontró con que el discutible magnate taurino había determinado suspenderlo por el día de ayer, aunque originalmente pensó que la represalia sería por tres tardes, pena que magnámino redujo a una sola. Huelga decir que este abuso causó profundo malestar entre todo el personal de servicio.

Pero si la incapacidad de Herrerías para organizar corridas de toros atractivas es inversamente proporcional a su afición por la intriga y la ruindad, ayer estas poco encomiables dotes volvieron a manifestarse cuando saltó a la arena el sexto de la tarde, que era además el segundo de Rivera Ordóñez. Feo como él solo, cabezón, alto de agujas y largo de esqueleto, Arriero, de 525 supuestos kilos, nacido según la pizarra en septiembre del 96, resultó ser un burel de nulo trapío, pues dado el gigantismo de sus dimensiones hubiera requerido un año más de engorda en el campo bravo para adquirir la estampa y la presencia de un toro en toda la extensión de la palabra.

No era sin embargo muy distinto de sus hermanos, reses nobles, feas, tardas y desprovistas de celo ante los caballos (con excepción del cuarto de la lidia), pero aquí no contaron los atributos del cuadrúpedo sino la indecible mala fe de Herrerías, quien en la abierta y descarada combinación con los reventadores de la llamada porra libre, organizó un jaleo y una rechifla ensordecedora para exigirle al juez que devolviera al animal.

El juez Salvador Ochoa actuó con desacierto, pues habiendo aprobado al susodicho cornúpeta en la reseña previa al festejo, su obligación era garantizar que este fuera lidiado a muerte. Sin embargo, después de la primera vara e intimidado por el volumen de la gritería, ordenó erróneamente su sustitución para que surgiera de toriles Flor de Durazno, el segundo reserva, de 485 kilos, que no hizo sino amargarle la vida a Rivera Ordóñez, al cual enganchó por la espalda, revolviéndose al final de una media verónica y recetándole una paliza que dejó al conde de Montoro más aturdido que un boxeador.