LUNES 11 DE DICIEMBRE DE 2000

ƑLA FIESTA EN PAZ?

Ecologistas y promotores

Leonardo Páez Ť Habiendo argumentos de sobra para cuestionar hoy, a fondo, el sentido o sin sentido de la fiesta de los toros, al Partido Verde Ecologista Mexicano no se le ocurrió mejor propuesta que copiar la de aquellos despistados legisladores catalanes en su intento, fallido, de prohibir a los menores de edad la entrada al espectáculo taurino en Barcelona, donde por cierto niños y adultos no tuvieron inconveniente en entregarse este año al toreo rotundo del mejor diestro de España, José Tomás, en cuatro tardes apoteósicas.

Pero bien me aclaraba una amiga animalera: "Ojo, porque muchos que apenas son protectores de mascotas, a veces como terapia ocupacional más que como ideología coherente, se sueñan protectores de la fauna del mundo, mientras su ego sensiblero ignora especies en extinción y las acciones concretas para impedirlo. Son otras formas de idolatría, no de conciencia holística inteligente".

El problema es que la preservación y el mejoramiento del medio ambiente, de la vida misma y de otras formas de vida, también requieren de información, no sólo de buenas intenciones y menos de endebles imitaciones. Sendas vanidades de la ciencia, la justicia y el falso temor de Dios, estorban para ver a los seres en sus circunstancias concretas.

Así, luego de 13 años de fundado, el PVEM continúa exhibiendo un contumaz desconocimiento de los vicios y virtudes de lo que queda del toreo en México, y los diputados verdes perdiendo valiosas oportunidades de denunciar, con argumentos sólidos, la brutal tergiversación que sufre la lidia de reses ya muy ocasionalmente bravas.

En esa disminución convenenciera de la bravura, en esa manipulación cínica de las astas y en esa alteración sistemática de edades de las reses en la pizarra de la plaza, tendrían los ecologistas elementos de sobra para exigir una revisión inmediata del incumplido reglamento taurino vigente en el Distrito Federal y propugnar, si no por la suspensión de un espectáculo fraudulento, siquiera por un respeto irrestricto a la dignidad animal de su principal protagonista: el toro de lidia.

Invocar el respeto a toda forma de vida animal o evitar "que los menores presencien el sacrificio de animales" en una cultura hipócrita que lo mismo promueve el consumo de hamburguesas que de programas televisivos morbosos sobre la violencia cotidiana en el reino animal, por no hablar de la urbana, muestra la arrogancia de unos verdes ecologistas menguados en su sensibilidad política y en su imaginación antitaurina.

Y si en México los protectores de animales redoblan esfuerzos cuando no acaban de encontrar los objetivos, los falsos promotores de la fiesta brava procuran no quedarse atrás.

En otra combinación desalmada, de espaldas al público y atendiendo únicamente al voluntarismo de la empresa para colocar a toreros "amigos", la octava corrida de la mediocre temporada constituyó un desfile de mansos para tres toreros poco lúcidos respecto de sí mismos y de su quehacer en el ruedo, y demostró que tan desafortunado cartel sólo fue superado por la pobre expresión artística que poseen.

La ratonera vuelta al ruedo que se dio Rivera Ordoñez, a la misma altura de su imaginación frente al nobilísimo Cariñoso.