Poemas inéditos de Juan Bañuelos
Coyote Azul con guitarra (fragmentos)
Cuando en los Altos de Chiapas escuché a Anfilio León Paciencia tocar la guitarra de plumas azules, rodeado de su mujer Niobelia Pérez Medio y sus cinco hijos (asesinados años más tarde, uno por uno, por cuestiones agrarias), el pasado se acercó igual que la lechuza al caer la tarde", recuerda Juan Bañuelos al inicio de Coyote Azul con guitarra, libro hasta ahora inédito y recopilado en El traje que vestí mañana (Obra reunida), que publicará en febrero de 2001 la editorial Plaza & Janés.
Descritos como "tentaciones de la gran ciudad", los cantos de Coyote Azul con guitarra son testimonio vivo del eterno exilio al que parecen estar condenados los pueblos originarios: "Vagaron, vagaron; ciertamente andaban sin rumbo por el país, no eran recibidos en ninguna parte, nadie conocía su rostro, '¿quiénes son?, ¿de dónde vienen?', preguntaban. Sólo eran arrojados, sólo eran perseguidos. Pasaron por Oaxaca, vinieron a pasar por Puebla, por Veracruz, y también por Tampico; luego saltaron al sur de los Estados Unidos donde fueron golpeados y expulsados al no tener documentos. '¡Qué indios!' Llegaron, vinieron, siguieron el camino de regreso: Mexicali, Tijuana, Culiacán, Guadalajara. Arribaron a la ciudad de México. '¿Amanecerá? ¿Brillará el sol? ¿Qué es lo que nos espera?' se preguntaron. Ciertamente caminaban sin rumbo, pero entonces inventaron su destino y las hojas de sus sueños."
A grandes rasgos, Coyote Azul con guitarra es la historia de Anfilio León Paciencia (tojolabal), su hermano gemelo Atenor (llamado "El Tiricias") y la mujer de Anfilio: Niobelia Pérez Medio (tzotzil) y de cómo fueron despojados de sus tierras en Chiapas y comenzaron un peregrinar por todo el país hasta llegar a la gran ciudad. Ahí consiguieron trabajo como repartidores de libros y rentaron un cuarto de azotea en los multifamiliares de Tlatelolco. Sin embargo, al poco tiempo quedaron de nuevo sin trabajo y, el mismo día de su despido, fueron testigos de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Una
bala perdida destrozó el rostro de "El Tiricias", dejándolo ciego. De ofrecer servicios de jardinería y albañilería a un costado de Catedral, Los Coyotes Azules terminaron cantando en los vagones del metro.
"Los Coyotes Azules" --señala Bañuelos-- "lo único que saben es que nunca hubo un mundo para ellos, excepto el que ahora inventan al cantar de estación en estación; hoy han descubierto que cantar es cambiar el estado de los cuerpos: así como la cera se derrite ante el calor y los rezos en la ermita de Oxchuc, igual que el agua se congela en el invierno de Jovel o se hace vapor con la leña ardiendo."
El crítico literario Jorge Von Ziegler, opina que "la poesía de Bañuelos, alejada de la monotonía, puede ser descrita como una partitura. Tiene, en efecto, un carácter polifónico: la multiplicidad sonora de las obras que no pueden ser escuchadas en una sola frecuencia y siempre de la misma manera. Ninguno de sus grandes momentos ha podido reducirse, en un sentido, a la llamada poesía social o, en el otro, a las formas experimentales. Bañuelos no ha servido a una forma sino se ha servido de la forma --múltiple en él-- para sacar a la luz una visión, un planeta".
Interpretar esta poesía como una obra de contenido exclusivamente político, sería equivocado. De su reclamo resulta una nueva aleación al reciclar los cantares de los Altos de Chiapas con la tradición poética occidental: tragedia y sabiduría en un México donde "vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies", como un eco de lo dicho por Mandelstam.
Juan, consciente de que toda obra termina por pertenecer
a la tradición y a la memoria colectiva, atribuye las canciones
de Coyote Azul a un sobrino de Anfilio: "Las compuse mientras pastoreaba
mis borregos. Tenemos que cuidar la armonía del mundo, Juan. Desde
que nos cayó el asombro en el mero pecho, ése es el encargo
de ser los hombres verdaderos".
las cosas son el único sentido
oculto de las cosas
Pessoa
el hombre inclinado como un sastre que cose una prenda afina su guitarra.
los sonidos que pasan abren la escena iv que contiene la mente de cuerpo entero en diálogo con las mujeres del tiempo / las escenas i ii y iii pertenecen al monstruo del espacio. de pronto es el hallazgo del pensamiento real inmóvil en el frío de la variaciones.
ellas dijeron: "tu guitarra es increíble mas no tocas las cosas como son". el ojo despejado / un puro ver sin cavilar el hombre dijo: "las cosas como son en mi guitarra son de otra manera: nonato el yermo es una farsa de la lluvia / en mi guitarra la montaña camina y la noche es de piedra". una de las mujeres suplicó: "toca una canción que nos trascienda y separe la palabra de las cosas / tañe la lejanía de estar cerca. de eso.
nada más".
el guitarrista se consagra a pulsar sus sentidos y las cuerdas desfloran el resplandor del alba / doma al monstruo indecible (que nos tañe por dentro) y despliega su fuerza hacia un cielo que piensa / en el instante en que al final del parecer el vaso con la flor el cuadro rojo el hombre peinándose a dos espejos el escritorio y la ventana son en la guitarra como antes fueron cap turados en tonos
rupestres.
los sonidos transfiguran la mente entera como un periódico arrastrado por el viento cambia las noticias / así los muros levantados son la perfección del pensamiento / y la quietud parte de esta página sin ser observada. el hombre vuelve a inclinarse --como el sastre que cose-- sobre su instrumento / y es un hombre en el cuerpo de una bestia furtiva sentado en un mueble al sol / y es una guitarra que escoge su camino con el zumbar de los insectos / mientras en la pieza contigua cierta soprano coloratura canta el aria de la realidad --que es un pájaro que nunca se posa y deja fluir sus alas
como un río sin cauce:
ese profundo mirlo nunca colum brará
la muerte.
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amanece y se hace la luz. ¿realmente ésa es la luz? ¿de qué manera la realidad percibe que es de día?
toda la oscuridad está en la luz.
Capítulo II
es la voz del locutor que me serena: son las seis con 35.
por la ventana no veo ninguna claridad:
en un sótano de edificio es natural que esa voz me haga creer que realmente ha amanecido.
aún sigue la sombra con los pies juntos.
Capítulo III
la cebolla en la mesa de cocina no sabe de su olor.
el telegrama ignora su cruel o alegre contenido.
los transistores de este radio hecho por unas cuantas manos transmiten miles de noticias y angustias en la voz del locutor.
sólo nosotros que no sabemos que sabemos conservamos el desdén de una luciérnaga en la oscuridad
Capítulo IV
abro los ojos. el espejo despliega su vacío como un radar atento a la existencia. ¿quién comió de la noche? en estos días la incertidumbre es un grifo constante abierto por razones de empleo. ¿quién comió de la noche? los muebles y las cortinas huelen a ron / a dentelladas de hembra en celo.
abro los ojos: el edificio tiembla al paso de un bulldózer.
¿quién se arrojó por la ventana?
Capítulo V el despertar desnuda el aire dilatando la luz. así de lo real depende los pasos de la hierba. un sólido ondular en la sangre murmura mientras pliegue tras pliegue el día volátil
mueve las cortinas.
todo sol va a la noche y no se llena. ya fue.
ha sido.
y de nuevo amanece. |