Quien lo dude, que camine
La peregrinación de la organización Xi'Nich' y la Sociedad Civil Las Abejas ha arribado a la ciudad de México después de 58 días de marcha, 1300 kilómetros recorridos y un cúmulo de encuentros e historias para continuar su lucha en favor de los derechos de los pueblos indios del país.
Su andar desde Acteal al Tepeyac no debe confundirse con las peregrinaciones milenaristas que al filo del año mil recorrieron Europa anunciando el fin del mundo y el advenimiento de uno nuevo si existía el arrepentimiento y la penitencia.
Esta peregrinación, lo han reiterado hasta el cansancio de los kilómetros recorridos, es de esperanza. Su motivación fue hacer visible la tremenda carga que representa la militarización y los grupos paramilitares que han tenido cercadas a las comunidades choles, tzeltales, tzotziles, tojolabales y zoques de la Selva, Los Altos y el Norte de Chiapas. Fue también reiterar la urgencia de que se reconozcan sus derechos colectivos como pueblos, y darle cumplimiento a los Acuerdos de San Andrés, como fueron traducidos por la propuesta que elaborara la Cocopa y que se presentó el 29 de noviembre de 1996. Empero, no se trata de una marcha de exigencia, pero si una peregrinación cuya tarea religiosa es caminar --para encontrarse, para reconocerse, para "fundirse en un solo corazón"-- y llegar, como demostración de que lo cumplido aquí en la tierra puede también traducirse en un cumplimiento de los designios en el cielo.
Suena fuerte, suena como demasiado, tal vez aventurado, incluso chocante al cinismo superficial que la glo
balidad impone y que ha atacado centralmente al espíritu de lo sagrado que mantienen como ideal las comunidades indígenas del país y en general las culturas campesinas del mundo.
Y ellos y ellas, como si nada. Caminar los ha transfigurado. Elevar plegarias en misas cotidianas en cuanta parroquia o vicaría los recibe pasa por reinaugurar --ahora para todo el que asista a su celebración y la comparta un momento-- la reflexión conjunta que es su manera de ser y que no es sino pensar y sentir el misterio, lo sagrado, pero con los pies bien plantados en la tierra que nos parió.
Por eso, en cuanto hubo oportunidad, se pronunciaron,
como lo hicieron al arribar a Puebla de los Ángeles, pero también
de Zaragoza, diciendo:
Nuestros pueblos quieren paz. Nuestros pueblos piden paz. Nuestros pueblos necesitan la paz. El Dios de nuestros Padres, el Dios del Cerca y del Junto, el Dios de la vida y la verdad nos manda vivir en la paz.
Con grande y crecido corazón hemos entendido que esta paz significa, no la inmovilidad o la contemplación ingenua, sino el arduo esfuerzo y el decidido compromiso de colmar a nuestros pueblos con justicia y dignidad. Con esa justicia y dignidad con que el Dios de la historia quiso formar nuestros pueblos sembrando en nuestras culturas las semillas de su Verbo.
[...] Poniendo como testigos a nuestros niños y ancianos, a los montes y los ríos, al dolor de las mujeres, a las flores de los campos, al Dios del Cerca y del Junto, a nuestros padres y madres que nos nacieron al mundo y a María de Guadalupe que nos cubrió con su manto, levantamos nuestra voz, elevamos la plegaria, abrimos el corazón. Es nuestro deseo, compromiso y voluntad que nuestros pueblos vivan en paz.
Nosotros, pueblos indios, en este año jubilar, decimos nuestra palabra: compromiso por la paz. Llamamos a las Iglesias, a los vientos, a los montes, a los pueblos y pastores: hermanas y hermanos todos, el compromiso de paz es palabra verdadera; el Dios lo debe sellar.
A nuestros hermanos indios; a la sociedad civil; al pueblo
cristiano; a los que buscan la paz, a los hermanos y hermanas de buena
voluntad, les decimos: el compromiso de paz en este año jubilar
significa un incansable trabajo de toda la sociedad para establecer las
condiciones de justicia y dignidad que hagan posible que nuestros pueblos
sean reconocidos y respetados y podamos ocupar el lugar que en esta sociedad
nos corresponde, como mexicanos responsables y dignos herederos de los
pueblos originarios de estas tierras. No significa lástimas o regalos,
sino respeto y dignidad; no dádivas o folklore, sino pluralidad
cultural; no racismo o compasión sino justicia social.
Un día después, al arribar a Cholula, en
presencia de representaciones de varios pueblos indios del estado de Puebla,
y antes de emprender camino hacia Río Frío y no al Paso de
Cortés como era su intención primera --y que abandonaron
para no poner en riesgo a los peregrinos y peregrinas--, afirmaron:
El Dios del Cerca y del Junto, el Dios de la vida y de la historia, el Dios de nuestros padres y madres, se ha querido gozar en este día juntando nuestros pasos, nuestras voces y corazones en un sólo corazón para establecer una alianza de amor que no termine nunca. Este jubileo para nosotros significa una alianza verdadera; un compromiso de sangre; un acuerdo de hermandad. En adelante, hermanos y hermanas, su pueblo será nuestro pueblo, su Dios será nuestro Dios; sus lágrimas, nuestras lágrimas; su dolor nuestro dolor; su esperanza es nuestra lucha; su dignidad, nuestro amor.
Hoy les pedimos, hermanos, que hagan grande su corazón.
Mantengan su digna memoria. Mantengan vivo ese fuego que encendieron nuestros
padres desde antiguo, desde que el cielo y la tierra se nacieron y se amaron
para guiar nuestros pasos por el camino de la verdad. Vigilen que no se
apague mientras quede vivo uno sólo de nosotros. No permitan que
la mentira, el olvido o las falsas promesas de la globalización
nos roben la dignidad. Resistan, hermanos, en la esperanza; resistan en
la verdad; resistan en la ruta de la paz.
Como hace ocho años cuando Xi'Nich' recorrió 1100 kilómetros de Palenque a la ciudad de México, la peregrinación que rendirá su sueño ante la Guadalupana, ha vuelto visibles veredas que ya existían entre Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, el Estado de México y el Distrito Federal. Entonces, su marcha fue el primero de muchos signos de que no habría obstáculo infranqueable para su voluntad de reclamar existencia y reconocimiento de ser. Entonces la sociedad mexicana no sabía de su existencia o fingía que estaban en vías de desaparecer, lo que la tranquilizaba y la alienaba de su pasado presente. Ahora, después de ocho años de movilizaciones, encuentros, proyectos autogestivos y reivindicaciones regionales que cruzan todo el país, parecerían invisibles sueños que están ahí, y que sólo a pie es posible entender, acoger, expresar. Para quienes siguen anunciando reflujos perpetuos y ausencia de condiciones, debe quedar claro que no habría sido posible una peregrinación así si no existiera un tramado de memoria común que los emparenta aunque no hayan cruzado palabra. Viajar por el país fue constatarlo y palpar los ríos subterráneos que conectan la resistencia de comunidades, poblados y organizaciones campesinas nahuas, popolocas, mixtecas, hñañúes, pero también tepehuas, purépechas, mixes, zapotecas y hñuhúes --que fueron especialmente a su encuentro-- y los identifican sin mayor dificultad.
Para sorpresa de los ajenos, ante la globalidad internáutica, virtual y maquiladora que se cierne sobre el planeta, los pueblos indios reivindican su visión a flor de tierra, la idea del camino a pie como algo ineludible y que no implica el aparente objetivo de llegar al Tepeyac, encarnar los ritos usuales el 12 de diciembre y volverse a casa. Llegar es sólo haber cumplido la tarea, mágica si las hay, de mapear con sus cuerpos el tramado de todos los pueblos indios del país, y a ellos dirigieron su palabra las más de las veces.
Que su resistencia no cesará, ni duda cabe. Que
no aceptarán engaños, tampoco. Y si alguien lo duda, que
camine.