MIERCOLES 13 DE DICIEMBRE DE 2000

 

Ť José Steinsleger Ť

El poder del tío rico

El domingo 26 de noviembre pasado me sentía como el poeta Wallace Stevens, con "el placer de estar en bata, y a una hora tardía / el café y las naranjas en una silla al sol..." (Sunday morning). En busca de periódicos y cigarros salí a la calle y... ¡recórcholis!... una muchedumbre "aquietando el paso... con sus pies soñadores sobre los mares, hacia la callada Palestina" (ídem).

Pero ¡gulp!... la muchedumbre no iba hacia Palestina sino que deambulaba con frenesí en el cruce de Insurgentes y Río Churubusco, bloqueando las calles aledañas y perdiéndose en lontananza por el Eje 7, Universidad, Copilco y más allá, donde "los ciervos recorren nuestros montes, y las codornices silban en torno de nosotros sus espontáneos gritos" (ídem).

Una pareja de abuelos me puso al corriente: "Es que van a desfilar los personajes de Disney". Viéndome de puntillas, un flaco me ofreció escaleritas de aluminio a 25 pesos la hora. Sobre el techo de un tianguis de tacos, un hombre exultante de pelo en pecho que vigilaba el paisaje a través de unos binoculares anunció "¡Cinderella!", "¡Tribilín!" y tres vestales que lucían gorras de Mickey Mouse extendieron los brazos con júbilo, saludando como en las danzas hawaianas. También circulaban niños.

Cercado por las masas, con filas de 50 metros en las tiendas, desistí de mi propósito. A tientas regresé a casa, cerré con doble llave, encendí la tele y me quedé dormido. El ensueño dominguero se convirtió en pesadilla: Pluto tironeó de las agujetas, me cambió de pie los zapatos y vi que los hermanos Ganzúa leían a Ernesto Sábato sobre mi azucarera: "...Son esos programas donde divertirse es degradar, o donde todo se banaliza" (La resistencia, Seix Barral, 2000, p. 105).

Días después, Margo Glanz escribió el artículo "Disney: ¿banalización de la cultura?" (La Jornada, 7/12/2000). Si mal no entendí, Margo hablaba de la más triste de las alegrías, la que fuga de sí misma. Lamentablemente, la mecha que ella encendió se apagó a mitad de camino. Meterse con José Guizamo Zamora, mejor conocido como Walt Disney (1910-66), equivale a meterse con Dios, es decir con todos y esto no se vale porque Disney nos ama.

Para Margo, las fanfarrias de Disney podrían encubrir "una de las formas más perfectas de despolitización...". En todo caso, recordemos que el ratón Mickey apareció por primera vez en la pantalla en septiembre de 1928, cuando en Alemania los socialdemócratas derogaban la prohibición de pronunciar discursos que pesaba sobre Hitler, y Bertolt Brecht estrenaba en Londres La ópera de cuatro centavos, obra que ataca con ironía las bases ideológicas del capitalismo.

En 1972, Ariel Dorfman y Armand Mattelart cerraron un famoso ensayo diciendo: "La amenaza (de Disney) no es por ser portavoz del american way of life, el modo de vida estadunidense, sino porque representa el american dream of life, el modo en que Estados Unidos se sueña a sí mismo, se redime, el modo en que la metrópoli nos exige que nos representemos nuestra propia realidad, para su propia salvación" (Para leer el pato Donald, p. 151, Siglo XXI).

"Dejadles reír. Mi objeto no es educar sino divertir", solía decir Disney.

Pero en la segunda guerra mundial, el pato Donald enseñaba el manejo de las armas modernas por encargo del gobierno de Estados Unidos. Y en 1941, la "Walt Disney Productions" despidió al equipo de Steve Bosustow, creador del miope "Mr. Magoo", por haber apoyado una huelga que afectaba a Hollywood.

El discurso de Disney tampoco acabó con su muerte. Los personajes viciosos de la película Aladino, estrenada después de la guerra del Golfo (1992), son asiáticos que hablan con acento árabe. En El rey león (1994) los torpes y tontos simios imitan el acento y el estilo de vida de algunos pueblos africanos. Pocahontas (1995) ridiculiza a los indígenas estadunidenses. Y entre nosotros, los cuentos de hadas de Disney acaban con la frase "...y fueron felices para siempre", que rutinariamente clausura las reuniones cumbres de presidentes.

El investigador ecuatoriano Rafael Barriga escribe: "Estas obras gozan de un éxito fabuloso en todo el mundo y lo preocupante del caso es que pocos reclaman sobre los vicios implícitos de su discurso peyorativo. Edward Said, autoridad en estudios orientales, señala que la narrativa de Disney es peligrosísima al fomentar un racismo y un fascismo contrahecho y al elaborar historias llenas de estereotipos" (El ojo del siglo: cien cineastas, Quito, 1995).

Dorfman y Mattelart señalan: "Mientras su cara risueña (la del pato Donald), deambule inocentemente por las calles de nuestro país... mientras sea poder y representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos".

La conclusión del ensayo se intitula "¿El pato Donald al poder?". Para más información, consultar a Superbarrio. Yo me voy a ver El Grinch.