UNION SOLIDARIA Y DERECHOS HUMANOS
El
solo anuncio de la presentación de una iniciativa perredista en
la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) para establecer en
el Código Civil la figura de unión solidaria, a fin de ofrecer
un estatuto legal a las parejas homosexuales y garantizarles los mismos
derechos de que disfrutan los ciudadanos heterosexuales, ha causado reacciones
de escándalo entre legisladores locales del PAN y, por voz del arzobispo
Norberto Rivera Carrera, en la jerarquía eclesiástica. Así,
el diputado blanquiazul Federico Doring, acusando al PRD de pretender ''desgarrar
a la sociedad'', hizo otro tanto con sus vestiduras y expresó el
rechazo rotundo de sus correligionarios incluso ''a negociar'' la iniciativa
mencionada. El jerarca católico, por su parte, calificó la
propuesta de ''ataque a la familia'' y ''a la Constitución'', y
equiparó el establecimiento y la existencia de parejas homosexuales
a figuras delictivas como el asalto y el secuestro. La idea de la unión
solidaria, al parecer, no ha podido ser consensuada ni siquiera al interior
de la bancada del PRD y, fuera de ésta, sólo una legisladora
del Partido Democracia Social mostró cierta simpatía hacia
la iniciativa.
Independientemente de que provoque desmayos y sofocos
en la sacristía, el tema tiene tres aspectos que vale la pena referir.
El primero es, sin duda, la vigencia, en el país y en la ciudad,
de una legislación que resulta discriminatoria, en los hechos, de
los homosexuales, hombres y mujeres, quienes se ven impedidos de formalizar
legalmente sus relaciones de pareja. En ese y otros aspectos, las leyes
no reflejan ni respetan la diversidad sexual presente en la sociedad mexicana
contemporánea, en tanto que la Carta Magna ostenta inconsistencias
y contradicciones internas que sería saludable, ético y justo
superar.
Una segunda consideración necesaria es el divorcio
entre el concepto de familia esgrimido por los sectores de la reacción
política y moral, y el significado real de ese término en
el México del año 2000. En efecto, la idea de la familia
como un conjunto que comprende un padre, una madre y un número variable
de hijos e hijas, sólo es representativa de una parte, acaso no
la mayoritaria, de vínculos mucho más complejos. Muchísimos
hogares mexicanos carecen de uno de los supuestos ''pilares fundamentales''
--generalmente el padre-- y es por demás abundante la presencia
de parientes consanguíneos o políticos diversos --abuelos,
tíos, hermanos, sobrinos, primos, nietos, entenados, arrimados--
que no encajan en el icono oficial de lo que debe ser una familia. En este
entorno diverso --por decisión propia o por necesidad-- la rotunda
negativa a permitir que los ciudadanos homosexuales construyan un ámbito
familiar acorde con sus preferencias sexuales y afectivas es discriminatorio
e inhumano.
Finalmente, el solo planteamiento de la unión solidaria
parece tocar las fibras más profundas y regresivas de la hipocresía
social, toda vez que sus detractores reaccionan ante el tema como si no
existieran, en todos los ámbitos del país --incluida, por
supuesto, la Iglesia católica-- parejas constituidas, aunque vergonzantes,
de homosexuales que, ante el mandato de soledad que la moral hace pesar
sobre ellos han escogido la convivencia discreta o clandestina. Ante esa
hipocresía imperante, el solo hecho de poner el tema sobre la mesa
puede resultar un paso saludable en la construcción de un país
verdaderamente respetuoso de sus diversidades. |