SABADO 16 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť EL TONTO DEL PUEBLO
Feliz siglo nuevo
Ť Jaime Avilés Ť
1
Un poema para decir adiós
Eu sempre vou lembrar
Que um corpo vazio
Está cheio de ar...
(Siempre voy a recordar/ Que un cuerpo vacío/ Está lleno de aire...)
Eu sempre vou lembrar
Que o ar vazio
De um bosco sombrio
Está cheio de dor...
(Siempre voy a recordar/ Que el aire vacío/ De un bosque sombrío/ Está lleno de dolor)
Eu sempre vou lembrar
Que o ar no corpo ocupa o lugar do vinho
Que o vinho busca ocupar o lugar da dor
Que a dor ocupa a metade da verdade
A verdadeira natureça interior...
Uma metade cheia
Uma metade vazia
Uma metade tristeça
Uma metade alegria
A magia da verdade inteira é o todopoderoso amor
A magia da verdade inteira é o todopoderoso amor...
2
"šTraducción, traducción!". En El Imperio de los Sentidos la gente aplaude al ritmo de las tres sílabas que corea a gritos. Vestido con una sábana a guisa de túnica griega, descalzo, la cabeza rapada excepto por los bigotes y las cejas, con maquillaje sobre la ferrovía de la imponente cicatriz que lleva en el cráneo, Serapio Bedoya, el tonto del pueblo de Tecamacharco, ha iniciado su última aparición pública en este espacio. Protegido por la invisible guitarra del Bobo Bob, que pespuntea tras bambalinas, el anfitrión accede y lentamente susurra al micrófono.
-Y dice así: "Siempre voy a recordar que el aire en el cuerpo ocupa el lugar del vino, que el vino busca ocupar el lugar del dolor, que el dolor ocupa la mitad de la verdad, la verdadera naturaleza interior. Una mitad llena, una mitad vacía, una mitad tristeza, una mitad alegría... Pero la magia de la verdad completa es el todopoderoso amor... Pero la magia de la verdad completa es el todopoderoso amor...".
Y por si alguna duda cupiese, el héroe de esta plana se lanza a cantar la pieza íntegra desde arriba, y termina entre aplausos de borrachos que festejan la broma y chiflidos de sobrios que la repudian. Bedoya sonríe, enmarcado por una brillante luz blanca, y dice, o me parece escuchar que dice, brincoteando ahora como Vicente Saldívar en el ring del Estadio Azteca:
-Respetable público, me retiro del box.
Y alza las manos mirándose las palmas y mostrando los nudillos, sin dejar de saltar.
-La canción que acaban ustedes de escuchar es del poeta brasileño Francisco Chico Buarque de Holanda -anuncia repentinamente y se inclina hasta rozarse la punta de la nariz con la punta de los pies, quizá para que todos los presentes admiren las huellas de la trepanación bajo las cuales yace, y por lo visto funciona, una placa metálica, o mejor dicho, una estructura de aluminio que recoge los impulsos eléctricos del cerebro y los envía de un hemisferio a otro: los vestigios de la caballuna operación quirúrgica que en agosto y septiembre lo mantuvo en estado de coma, pero que en octubre le devolvió la razón como valor de uso (de cambio, no).
3
Del éxito. Un tonto nunca se repone de un éxito, escribió en septiembre de 1997, citando a otro autor, el maestro Francisco Umbral, que esta semana obtuvo el Premio Cervantes, el llamado Nobel de la lengua castellana, tras una cerrada competencia en la que dejó atrás a los finalistas Carlos Monsiváis y Arturo Uslar Pietri. El éxito, me digo viendo el show desde un rincón de la famosa pulquería y cantina de Tecamacharco, el éxito de Serapio Bedoya, que ni qué, es la razón básica por la que hoy se retira del periodismo para regresar al cabaret.
A lo largo de estos años no han sido pocas -pero tampoco muchas- las personas que se han acercado a preguntar por qué se llama como se llama esta columna. Más de una vez, más de una voz dijo que el título sonaba a insulto.
Poco a poco, en el transcurso de estos años, la idea original se dio a entender por sí misma, y otras personas reconocieron que en casi todos los pueblos del mundo hay un tonto, un idiota al que en la Edad Media lo tocaban con un sombrero grotesco para identificarlo, una figura que los siglos no han conseguido extinguir.
Nunca se dijo en esta plana, sin embargo, que el origen del nombre apareció en una anécdota del profesor Teodoro Enríquez, maestro de generaciones, que llegó a México tras la Guerra Civil española y se quedó para siempre aquí. En estas tierras se casó y tuvo cuatro hijos, uno de ellos el poeta José Ramón Enríquez, que alguna noche de otro tiempo recordó la historia en voz alta. Porque don Teodoro se prometió, y vivía para cumplirlo, que no volvería a su patria mientras Franco no muriera. Meses después del 20 de noviembre de 1975, vencedor invicto, aterrizó en el aeropuerto madrileño de Barajas vestido de blanco, del sombrero a las valencianas del pantalón. Obedeciendo a un plan obsesivamente calculado durante años, alquiló un taxi de lujo y se hizo transportar hasta la aldea donde había nacido y aún tristeaban, ancianos y enfermos, sus parientes franquistas. Estos lo recibieron boquiabiertos en sus pobres atuendos.
-ƑQuién ganó la guerra? -les dijo triunfalmente al bajar del taxi-. ƑUstedes, que nunca salieron de la miseria, o yo?
Hubo, no obstante, una comilona de bienvenida y todo eso. Al día siguiente, por la tarde, salió don Teodoro a caminar por los alrededores de sus recuerdos. En una esquina se encontró con el tonto del pueblo, un viejo alcohólico y desdentado al que nadie dirigía la palabra ni tomaba en cuenta, como no fuera para regalarle comida o hacerle una maldad. No hablaban con él, según esto, porque estaba "loco". Pero loco y todo, el individuo reconoció al profesor y quitándose el sombrero con reverencias propias de los héroes de Miguel Delibes, le soltó una pregunta.
-ƑVerdad, don Teodoro, que Franco era un fascista?
Don Teodoro descubrió que de tonto el tonto no tenía un pelo, sino que era el único y el último rojo del pueblo, a quien todos los vecinos habían aislado por prejuicios políticos y sin duda también por rencor.
4
Algo más. Esta es, pues, la historia del título. Pero hay otra. En agosto de 1995, en el mundo real, Serapio Bedoya perdió el habla y muchas otras capacidades físicas y prácticas. Recibió toda la atención médica disponible, permaneció meses y meses hospitalizado en una clínica de superespecialidades, logró superar la enfermedad pero no sus estragos. Quedó, en suma, intelectualmente inválido. A veces, en rachas, por momentos recuperaba en cierto modo alguna lucidez y decía cosas terribles. Ese no era el problema. Para Claudio Mora, su amigo de la adolescencia, muerto casi dos años ha; para Emma Thomas, que siempre suspiró por vivir con él aunque jamás fue correspondida; para mí, que lo conozco desde 1977, cuando ambos comenzábamos como periodistas, el verdadero problema estribaba en que debíamos alimentarlo, o como dice el maestro Geroca de Monterrey, "financiar su vida". Así, con la anuencia de Carmen Lira, nació esta columna.
5
Esto no es todo. Mi relación con Serapio ha sido episódica. En 1986, luego de años sin verlo, me lo topé al salir de un banco. Iba yo furioso porque pretendía cobrar un cheque pero éste, como Pita Amor en sus días de gloria, no tenía fondos. Bedoya escuchó mis protestas, cogió la bocina de un teléfono público, en Insurgentes y Félix Cuevas, y llamó al que me había timado. "Habla el comandante Serapio Bedoya de la Policía Judicial: tengo una orden de aprehensión contra usted por girar cheques de hule..." Después mencionó mi nombre y dijo que yo había puesto la denuncia. Tres horas más tarde cambié el documento sin tropiezos.
En 1994 lo encontré de nuevo, ahora en Chiapas, donde a finales de octubre se internó en la selva. Permaneció entre los zapatistas hasta el 10 de febrero de 1995. Tras la ocupación militar de Guadalupe Tepeyac, una persona de mi confianza rescató un montón de cuadernos en la biblioteca del Aguascalientes. Eran, todos, un libro de Serapio formado por apuntes y relatos autobiográficos. Pero estaba, por desgracia, inconcluso.
Hoy, ese libro originalmente llamado 1994: Nosotros estamos muertos, se ha convertido en una novela: mi primera novela, que como un homenaje a su protagonista, llevará el título de esta columna sabatina que en esta fecha, por esa y tantas otras razones, desaparece. Rehabilitado en forma asombrosa, Bedoya se aleja de este oficio para volver al único territorio donde siempre ha fracasado, además del amor: el teatro. Yo no. Yo me quedo en este periódico, en esta plana y en todos los próximos sábados -a partir del 13 de enero-, que el cuerpo y los improbables lectores aguanten.
6
Autoapoteosis. Si es verdad que un tonto nunca se repone de un éxito, la columna que sucederá a esta jamás recibirá tantas expresiones de apoyo como las que por teléfono y correo electrónico han caído sobre Serapio, Emma, la fotógrafa Mika Roll y yo en estos días. Hay quienes han escrito o llamado preguntando si es éste un acto de claudicación, de censura, de renuncia por motivos de salud o de agotamiento. Salvo lo último, que por suerte se quita con unas indebidas pero necesarias vacaciones, todo lo demás es inexacto.
En noviembre de 1995, cuando tantos esfuerzos contribuyeron a fundar esta página, el momento exigía de un periodismo de combate que tuvo aquí sus peores ejemplos. Ese instrumento de comunicación, como tal, ya no sirve en la medida que no ayuda a nada más -porque ha logrado sus fines: derrotar al PRI, avanzar hacia la paz justa y digna, democratizar el gobierno de la capital del país, reducir a los caciques del sureste-, y por otra parte nadie requiere ya de su servicio: quienes en algún momento fueron buena o malamente apoyados con las armas propagandísticas y discursivas del tonto del pueblo de Tecamacharco -me refiero sobre todo a Cuauhtémoc Cárdenas, a Andrés Manuel López Obrador, a Rosario Robles, al subcomandante Marcos, al EZLN, a los movimientos sociales de Chiapas, Tabasco y el Distrito Federal, entre otros-, hoy no se beneficiarían más, sino al contrario, de semejante tratamiento.
Ese es el propósito, el nuevo proyecto, o como dicen los cursis, el desafío que llegará con el segundo sábado de enero. Así que, gracias, pero muchas gracias a quienes también escribieron para agradecer, y a todas y a todos, feliz siglo XXI, y hasta entonces.