DOMINGO 17 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť José Agustín Ortiz Pinchetti Ť
La plaza de los grandes poderes
El Zócalo es el centro del centro de la capital, el corazón y el pulso del país, late aquí la nación, retumban sus anhelos y sus problemas, hierve su vida llena de color. Es una plaza española pero sui generis. Hace poco, en otro artículo, la comparaba con la Plaza Mayor de Madrid. Austera pero afable. Nuestro Zócalo tiene un talante militar. Los edificios que la cierran en tres de sus costados lucen almenas. El enorme espacio central fue diseñado para las paradas militares. Era una plaza fuerte, amenazada por la mala conciencia de los conquistadores.
No hay expresión política o inconformidad social relevante que no repercuta en algún momento aquí. En este momento, mientras cae la tarde miro la plaza en la que se prepara la ceremonia en la cual la guardia presidencial retira la inmensa bandera central. En un extremo hacia el sur, frente a los palacios del Gobierno del Distrito Federal, varios miles de colonos reclaman mayores recursos para su delegación. Esta noche, en los portales del Palacio del Ayuntamiento pernoctarán, tiritando de frío, campesinos inconformes que desde la Sierra de Guerrero han venido a protestar contra la presencia militar en sus comunidades.
La protesta nace, renace y se disuelve cada día. Quizás mañana la plaza esté cubierta por miles de tiendas precarias revestidas de plástico de colores. Quizás acudan sólo los danzantes y los miles de transeúntes, una muchedumbre multiracial colorida, activa, disciplinada.
En realidad las múltiples manifestaciones y mítines son disciplinados. Las gentes aparecen, se manifiestan y se retiran en orden. Traen banderas y pancartas y, con excepción de los provocadores, se limitan al ejercicio de los derechos constitucionales con una madurez y un autocontrol que no deja de ser asombroso en una sociedad tan injusta y tan dañada por la decadencia económica.
Los grupos y sus líderes busca ser escuchados por los poderes. Todos los mexicanos sabemos que los centros de poder se concentran aquí, en este escenario magnífico. Hacia el oriente está el Palacio Nacional, al sur los de la jefatura de Gobierno, al norte la Catedral, donde habitan el poder de la Iglesia y sus dignatarios. En el extremo sur-poniente, en un edificio sombrío, se aloja la Suprema Corte.
El gran teatro de la política no se reduce a los palacios del Zócalo, pero aquí cumple ritos fundamentales. El poder extiende sus redes a todo el territorio nacional, pero sus centros simbólicos se encuentran aquí.
Los edificios señoriales aparatosos son los mismos pero los poderes han cambiado, porque ha cambiado y se ha modernizado la conciencia de la población. Es probable que en el futuro las arenas de la lucha política y de la protesta se modifiquen en cuanto al lugar, el tiempo y las formas. La Presidencia de la República (más allá de las promesas retóricas) no será ya la misma. La monarquía presidencial ha sido abolida y el proceso avanza con grandes dificultades, hasta ahora sin violencia. Los ejes del viejo poder se han roto y tardarán en reconstruirse los nuevos, pero avanzamos un poco cada día. El cambio más dramático está en la necesidad de los políticos profesionales en observar la opinión de las gentes comunes, antes casi irrelevante. Hoy quienes gobiernan deberán atender las aspiraciones y hasta los gustos de la gente si quieren conservar el poder.
Aun la Iglesia, el poder más conservador de todos, tendrá que afrontar a una feligresía que se va secularizando día a día.
El poder capitalino se ha renovado también. Hay posibilidades de que no tenga que afrontar el brutal acoso que padeció el primer gobierno electo democráticamente, por parte del gobierno federal. Habrá tensiones, pero el campo para los acuerdos benéficos entre ambas partes es muy amplio. Finalmente, los proyectos de gobierno de la nación y de la capital tienen que consolidarse al mismo tiempo y en ese sentido están en el mismo barco. Vendrán después los tiempos de la confrontación.
El cambio no es menos importante por lo que toca a la Suprema Corte. Este alto tribunal estuvo sometido a la voluntad y hasta el capricho presidencial hasta hace unos seis años. Hoy su presidente, Genaro Góngora Pimentel, pudo decir con tono enérgico: "hemos luchado por posicionarnos como lo que somos, uno de los tres poderes políticos del Estado mexicano. Debemos tener conciencia de que formamos un poder político. Y esta idea no debe asustarnos".
No sólo, debería alegrarnos a todos.