DOMINGO 17 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Rolando Cordera Campos Ť
Lecciones del presupuesto
Diciembre es mes de posadas y festejos, brindis y desveladas, pero también es el mes del Presupuesto de Egresos de la Federación. Atropellado como suele ser, el último escalón del año tiene que ofrecerle al primero del que sigue algunas buenas nuevas en materia de propósitos y esfuerzos públicos. De esto tendría que tratar la deliberación legislativa sobre los gastos y los ingresos del Estado, pero no es ni ha sido por lo general el caso.
Contra la lógica y el sentido común, la sociedad mexicana dedica poco tiempo y atención al asunto público más importante de su corto plazo. Ni el inicio del milenio sirvió como acicate para darle un giro a los modos presupuestarios que han caracterizado la vida estatal de los mexicanos. Tampoco la democracia en estreno ha podido imprimirle a la marcha del Congreso un ritmo distinto en velocidad y contenido, en especial en lo referente al presupuesto.
Con 100 millones de habitantes, 40 viviendo en pobreza, moderada y extrema, aquejado por fallas de primer orden en su infraestructura física y humana, México debería abocarse a cursar una asignatura sin la cual no podrá presumir de país maduro y habitable. Esta asignatura es la de la responsabilidad fiscal, que siempre comprende los impuestos y los gastos, la buena administración y la mejor asignación de los recursos públicos. Más allá de los plazos que impone el calendario convencional, no hay país que se respete que no cuente con proyecciones y planes de gasto, que permitan inscribir las decisiones inmediatas en una perspectiva más larga y le permitan a la sociedad adelantarse a eventualidades traumáticas. De nuevo, no es ni ha sido éste nuestro caso. De la improvisación a la resignación, una vez que el petróleo o el peso nos juegan una de las suyas, tal ha sido la trayectoria preferida de nuestras finanzas públicas.
Quizás, la primera gran lección de estas jornadas lamentables, donde privan la especulación y las ocurrencias, que van de los precios del petróleo al tamaño del déficit y sus implicaciones según el evangelio en boga, sea que debemos cambiar cuanto antes el año fiscal, y remitir la discusión de las finanzas a otras fechas, menos agitadas y llenas de tentaciones festivas. Seguramente, los contadores sufrirían un poco y las imprentas harían su agosto, pero es probable que al final todos saliésemos ganando.
Desde luego, el cambio de fechas no es suficiente. Lo que urge es que el Congreso, y en especial la Cámara de Diputados, mientras la Constitución no cambie, se apresten a reorganizar sus modos de trabajo y den a los órganos constitucionales de estudios y evaluación la autoridad, los recursos y el respeto que se requieren para que en efecto sirvan como auxiliares de su labor. No ocurre esto en la actualidad, y es por eso que la discusión técnica se confunde con la política y la asignación de recursos con el azar o la lotería.
La Secretaría de Hacienda, con sus misterios nunca develados y su prudencia convertida ahora en cuestión de fe, marcha sola en materia de presupuesto. Ni las otras secretarías que despachan los asuntos del Ejecutivo, muchos menos los diputados que deben aprobar su propuesta, tienen vela en el entierro presupuestal. Los expertos proponen, pero también, al final, disponen, y si no que le pregunten a Santiago Levy y sus aguerridos escuderos y escuderas, que hicieron y deshicieron el gasto público en los últimos años. Muchas batallas dieron los diputados a la medianoche de diciembre, pero a lo largo del año todo fue discreción y discrecionalidad en los corredores donde vagaba Limantour. La factura del presupuesto tiene, ya, como dicen los clásicos de la hora, que volverse de principio a fin una empresa de cooperación y participación, de poderes y ciudadanos.
Tiempos para razonar y discutir, momentos para decidir con orden, no suplen la necesidad de que la ciudadanía esté informada y pueda involucrarse con certeza en procesos que pueden parecer farragosos y abstractos, pero cuyos desenlaces son siempre importantes para la vida cotidiana y el futuro de la mayor parte de la gente. Hacer del presupuesto y su aprobación un ejercicio público de deliberación debería ser la gran promesa de una legislatura y un ejecutivo que se han querido presentar como los portadores del cambio. Con decisiones como las sugeridas, ambos poderes podrían empezar a responder las preguntas que empiezan a volverse insistentes y cotidiana s en la mente de muchos: ƑCambio, para qué? ƑHacia dónde? ƑA qué ritmo?