MIERCOLES 20 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť El fuego que brotó del Popocatépetl los disuadió


La fascinación por el peligro se rompió; Xalitzintla, desalojado

Ť La fatalidad fue un enemigo a vencer, dice Julio Glockner

Ť Ahora, ya no hay más de 10 casas habitadas en ese poblado

Blanche Petrich, enviada, Santiago Xalitzintla, Pue., 19 de diciembre Ť Los 2 mil 600 habitantes de este pueblo, distante a sólo seis kilómetros y medio del cráter, llegaron a ser un termómetro de la temida y esperada crisis del volcán Popocatépetl. Insumisos y desafiantes, los que perdieron la confianza en las autoridades en 1994, a raíz de una evacuación forzada y mal organizada, ignoraban la bandera amarilla o roja que ondeó en el mástil del palacio municipal.

En esta iglesia de azulejos que mucho ha aparecido por televisión en estos días -pero pocos han reparado que en la reja del atrio sobrevive los siglos un cerrojo bellísimo de fierro fundido en forma de violín- se celebraron tres bodas el domingo, con barbacoa y abundante chupe. Antes de que oscureciera, los mayordomos y hermandades de la Virgen María y San José, el carpintero, no fallaron con la posada tradicional. Al fin y al cabo, "si Dios no quiere, aquí no pasa nada. Y si quiere que pase Ƒpues, ya qué?", repetían los santiaguenses con un discurso fatalista ante cualquier micrófono que se les pusiera enfrente.

Los solemnes llamados desde el Palacio de Bucareli, lanzados por el secretario de Gobernación, Santiago Creel, desde el viernes, fueron desoídos aquí, una vez más. El tañer de las campanas en señal de alarma convocó apenas a una minoría. Ni 500 personas abordaron los autobuses dispuestos para la evacuación desde el viernes.

El "no te entumas" del volcán

Pero a las 19:13 del lunes, ya entintado el cielo invernal, el fuego que brotó de la boca del cráter a alturas de hasta 2 mil metros -apenas seis kilómetros y medio de distancia- cumplió al fin con la labor de disuasión en la que todos los fuereños habían fracasado. La fascinación por el peligro se rompió y la urgente salida dio inicio.

"Para las tareas de prevención -dice el antropólogo Julio Glockner, el escribidor de los graniceros y tiemperos que aún dan vida al culto de los volcanes- la fatalidad fue un enemigo a vencer que nadie tomó en cuenta. Hoy los pobladores dieron un gran paso más allá de su resignación religiosa, todo ese discurso de 'si Dios quiere', en el que intentaban escudarse para no abandonar su terruño. Es un gran paso, pero tenía que suceder esto".

Aurelio Fernández, coordinador del Cupreder, director de La Jornada de Oriente, agrega: "Esta vez la evacuación fue exitosa, pero no es para que las autoridades lo festinen como logro propio. El trabajo de convencimiento lo hizo el volcán. Demostró su músculo, pero se midió; no mató a nadie. Un poco más de energía liberada, digamos un 15 por ciento más, y esto hubiera sido una barbacoa".

Glockner y Fernández, poblanos contemporáneos, son dos grandes enamorados del volcán -y sus pueblos-, bajo cuya sombra crecieron. Y de ese amor a muchos han contagiado.

Boda al filo de la navaja

Desde el viernes la Combi blanca de Julio Glockner sube y baja: Puebla-Cholula-San Nicolás de los Ranchos-Buenaventura Nealtican-Xalitzintla-Ozolco y de regreso. A su paso, la Combi lanza un saludo a su compañero de mil batallas, el empolvado Dodge del Cupreder de la Benemérita BUAP, el Popomóvil, varado en un retén con el motor tronado, vehículo que facilitó tantas jornadas de trabajo para desarrollar en las faldas poblanas del Popocatépetl atisbos de una cultura de prevención.

Este martes de madrugada, pero aún en la oscuridad, la Combi se detiene para levantar a una pareja que pide aventón hacia arriba. Glockner, preocupado por la seguridad de los remisos que se niegan a dejar la zona de riesgo, pregunta si es cierto que esa noche, en la que ha volado en pedazos el domo del cráter -toneladas de roca fragmentada al rojo vivo-, hubo tres bodas en Santiago.

-Sí las hubo -dice el hombre que acaba de recoger en el camino, con un fuerte tufo a pachanga bien servida-, una de ellas fue la nuestra.

Incrédulo, el antropólogo enciende el tímido foco de su camioneta. Se percata del ajado traje blanco del novio, con un azahar aplastado. La enrebozada que va a su lado viste traje de novia. Van a recoger las cajas de brandy y chelas que sobraron.

Por la tarde, la misma Combi protagoniza otro detalle. Julio y el tiempero de la región, Antonio Analco, han ido a un pueblo vecino para consultar quién sabe qué cosa referente a la ordeña de vacas abandonadas. Ya van de regreso y pasan por la calle principal, la del palacio municipal que ha prestado su azotea como el mejor y más cotizado emplazamiento de cámaras de televisión de todo el mundo para las entradillas de los reporteros y conductores de moda. A unos cuantos pasos de ahí ha aterrizado el helicóptero de Joaquín López Dóriga. Al pie de la escalera ha instalado su miniestudio, con islas de edición tipo lap top, una importante cadena de televisión estadunidense. Otros periodistas miran el enigma de la fumarola.

Frente al kiosco hay plantas móviles de Televisa. El tendero de enfrente hace negocios jugosos vendiendo chatarritas y pan con queso a reporteros hambreados. Alguien detecta y delata al famoso oráculo de Don Goyo a bordo de la camioneta; lo rodean y acosan con entrevistas ora sí que banqueteras. A preguntas necias, dirá don Antonio. Hasta que un verde reportero le pregunta por "su teoría".

-ƑMi teoría? šAh, qué chin.....! desalienta Antonio Analco.

Si supiera Antonio Analco que hombres y mujeres de mucha ciencia, mucho doctorado en el extranjero y mucha computadora en la UNAM erraron también su pronóstico del "no pasa nada", como él lo erró, tal vez no andaría arrastrando la cobija. Pero no lo sabe. Los científicos no lo llaman fracaso sino escala probabilística.

Inés, su mujer, y Anselma, su suegra, son de las pocas personas que quedan y creen ciegamente en su palabra. Pero esta tarde, muy de prisa, su hermana y sus sobrinas con la mochila a la espalda, encargando por ahí quién le dé de comer a los pollos, se despidieron también. No hay más de diez casas habitadas por los ancianos y los perros del pueblo. Y él que siempre dijo que no pasaba nada, que nada iba a pasar si el señor Gregorio no le avisaba antes a él.

Muchos regresan a Santiago, sí, pero con un pase especial, para dar pastura al burro, ordeñar a las vacas y echarles maíz a las gallinas. Y luego se van de nuevo al albergue.

Antonio Analco es hijo de don Antonio, también tiempero. Don Antonio padre era una autoridad en su pueblo porque antes la gente guiaba sus vidas campesinas por las predicciones de sus sueños. Ahora tienen más rating los pronósticos de la tele. Los demás tiemperos de su generación eran más viejos y ya murieron, don Lucas, Trinidad Grande, Manuel Jiménez, Pascuala Tláxcuatl. Si hay tiemperos más jóvenes, no se han manifestado aún.

En su casa nos echamos un taco de sardinas. Inés, buena para ayudar a parir y para el temazcal, ya anda con pastillas e inyecciones. Ella está dispuesta a aguantar tantas noches en vela como quiera su marido. Dice -Ƒquién sabe?- que el surtidor de fuego gigantesco que tiene como vecino no la asusta. "Chismecillos de la gente". Pero la autosuficiencia de don Antonio se tambalea. Todos a su alrededor se están yendo. El, que no pasa de los 50 años, que anda a la moda con pulseras doradas y una cola de caballo, pregunta de pronto con un dejo de amargura: "ƑDe qué ha servido todo?".

Analco es, dicen sus amigos -Glockner, Fernández, Alejandra López, algunos más- un hombre espiritual y profundo, intermediario de un mundo mágico y antiguo, expuesto de pronto al manoseo de los medios masivos de comunicación. La banalización, las preguntas bobas que a veces tenían por respuesta el ingenio y otras el desconcierto, la burla de mucha de su gente, también el racismo de los ilustrados, han hecho mella en su autoestima, no en su magia.

Explica o se explica Glockner: "Su labor es predecir lluvias y tempestades, advertir contra heladas y granizadas, interceder ante los relámpagos y los truenos, no ser oráculo de las fumarolas".

Si supiera don Antonio

Hombres de ciencia como él -de otra ciencia, pues- igual fallaron. Y es que Ƒquién puede predecir a ciencia cierta al Popocatépetl?

Hace unos días, en un café de Coyoacán, un científico de la geología decía que quien toma la decisión de decretar la alerta y ordenar la evacuación debe ser como el piloto de un jumbo jet: temple y nervios de acero, largas horas de vuelo capaces de domar hasta sus mínimas reacciones y un sólido entrenamiento. Además debe poder confiar a ciegas en su equipo.

Para ese piloto, que toma la decisión ante un desastre de gran magnitud como el que podría contener en su seno el volcán, ese equipo es el comité de científicos de Cenapred, geofísicos, geólogos y vulcanólogos capaces de interpretar los signos de la técnica y la ciencia que permiten dar saltos espectaculares en el tiempo. Ellos son la brújula de la dirección de Protección Civil de la SG, un cargo que requeriría junto con la sensibilidad política un desarrollo de conocimientos técnicos cultivados a largo plazo. Sin embargo, ahí la experiencia no ha podido echar raíces. En un sexenio desfilaron por ese cargo al menos seis responsables, algunos políticos y otros politiqueros: Arturo Montiel, Ricardo García Villalobos, Humberto Lira Mora, Guillermo Ruiz de Teresa, Oscar Navarro.

El resultado, en México prevalece el sistema emergencista por encima de la cultura de la prevención.

El equipo de científicos hoy se coronó de gloria al predecir y prevenir el riesgo con precisión. Padece, sin embargo, algunas fallas de funcionamiento, al parecer de algunos miembros de este comité. Por ejemplo, se reúne esporádicamente, no conforme a un diseño de un programa específico. Carece de normatividad en la legislación y de reglamento interno. Sus participantes lo hacen de manera voluntaria -en esta última crisis son entre cinco y seis los que han sesionado; en otras ocasiones han sido hasta 15- y con frecuencia sus funciones van más allá de los exámenes técnicos e invaden la esfera de la toma de decisiones.

Esta vez su diagnóstico fue acertado. Quizá haya sido decisivo para salvar miles de vidas. Pero no es hora de festejar. El surtidor de fuego sigue hablando y hay que escucharlo. Hay que escuchar a la ciencia. Pero también la voz de las culturas ancestrales, que hablan a su manera. De la conjunción de las dos -los tiempos modernos y los inmemoriables- podría surgir una herramienta mejor para entender al Popocatépetl.