MIERCOLES 20 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Sólo cuando les prometieron resguardar sus pertenencias aceptaron ir a albergues
Prevalece aún la desconfianza entre pobladores
Matilde Pérez, enviada, Tetela del Volcán, Mor., 19 de diciembre Ť El grito de šfuego!, el ulular de las sirenas, junto con el tañer de las campanas y ver cómo Don Goyo arrojaba piedras de lumbre, motivó a los pobladores de Tetela del Volcán, Tlalmililulpan, Ocuituco, los barrios de Hueyapan y de Metepec decidieran abandonar sus casas y pertenencias.
Allí, en los tecorrales de sus casas de adobe -la mayoría-, enclavadas entre las vestiduras de pino y encino del Popocatépetl, dejaron vacas, toros, borregos y gallinas. Un feroz vigilante las resguarda y el hombre de la familia se encargará de darles de comer "hasta el último momento, hasta que los militares también dejen los pueblos". Ese fue el acuerdo para convencer a las mujeres, ancianos y niños para que aceptarán irse a los albergues que en Cuernavaca, Jiutepec y Temixco designaron para ellos.
Sus lugares de origen están envueltos por un silencio que rompen las voces de los militares o las melodiosas cumbias que salen de las radios de la decena de microbuses que siguen en las plazas centrales de esos poblados, en espera para trasladar a los últimos moradores.
Desde la tarde del lunes los militares tomaron en sus manos la vigilancia de esos poblados, incluso del acceso por la carretera Cuautla-México. Un retén militar -instalado ahora por el llamado Plan DN-III, que se activa únicamente en casos de desastre-- pide a los conductores informen a dónde y para qué se dirigen a esos poblados, mientras brigadistas de la Secretaría de Salud entregan folletos e informan de las medidas mínimas para protegerse de la ceniza del Popocatépetl.
Las banderas amarillas -parte del semáforo impuesto por Protección Civil para alertar a la población sobre los riesgos por la actividad del coloso- siguen ondeando en las oficinas de los ayuntamientos y de las agencias municipales de Tetela del Volcán, Tlalmililulpan y Ocuituco, aunque allí la señal es roja, de máxima prioridad.
En Hueyapan, mientras los militares anotaban en el pizarrón el número de personas que habían dejado el poblado -hasta la una de la tarde, mil 862 personas de poco más de 12 mil-, el ayudante municipal y presidente del Consejo de Vigilancia del Comisariado Ejidal, Simón Hernández Maya, esperaba al comisariado de bienes comunales para "discutir y decidir cómo le vamos a hacer con los animales de los ejidatarios".
Unos comían tranquilamente las tradicionales quesadillas en la explanada de la agencia municipal; otros acudían a la tienda en busca de un refresco, galletas o cualquier cosa para calmar el nerviosismo. Unos más hablaban de su insomnio, de su dolor de estómago, de su temor de abandonar el producto de su trabajo, de su desconfianza y, sobre todo, del temor al robo y la pérdida total. Y casi todos terminan la conversación "a ver qué Dios dice". Y volteaban la vista hacia la enorme parroquia que permanece cerrada, pero que alguien hace tañir sus campanas.
Intensa búsqueda de documentos
En Tetela del Volcán -la cabecera municipal- hay mayor actividad. Unos buscan su documentos personales y ropa, decididos a esperar, en un lugar más seguro, que Don Goyo se calme; otros se esfuerzan en continuar con su "actividad normal". Pero ya todo cambio, empezando por la presencia de los elementos del Ejército, que realizan los rondines por las estrechas calles empedradas. Aún son muchos los que no están convencidos de abandonar sus casas y sus animales. La desconfianza no desaparece.
Las mismas escenas se repiten en Tlalmililulpan, en donde poco más de la mitad de los mil 500 habitantes ya abandonaron sus casas.
Las 64 personas de San Pedro Tlalmililulpan, que esta mañana, después de volver a escuchar -según sus palabras- que "Don Goyo ya no para de tronar, ya no descansa", tomaron una muda de ropa, a sus hijos y llegaron al albergue número 40 en la primaria Miguel Hidalgo, municipio de Jiutepec. Hallaron comida y la solidaridad de familias que llegaron con algunos alimentos y agua, pero se toparon con deficiencias: no hay colchonetas ni cobertores, los servicios sanitarios son insuficientes.
Altanancia López Mendoza, acompañada por sus dos nueras y ocho nietos, mientras come un poco de arroz, dos tortillas y algunos frijoles -menú de los damnificados- platica que sus dos hijos se quedaron a cuidar a los animales. Con los ojos enrojecidos, pero convencida que es más importante "salvar la vida", Rosa Martínez Castañeda recuerda que en la madrugada de hoy el Popo "rezumbó bien duro, tronó como un avión. Dejamos todo, los 50 borregos, los caballos, guajolotes, pollos, las cosechas, las tierras, todo".
La atención es distinta para las 78 personas que llegaron a la escuela Santana Díaz Romano, en la colonia Vista Hermosa, Jiutepec. Los padres de familia dieron su comida del convivio a quienes llegaron de Ocuitulco y San Miguel. Las familias saben que de su organización dependerá la convivencia y que todos alcancen algo de la comida que solidariamente les regalan.
Mientras que en la escuela primaria Rufina Rodríguez, en la unidad habitacional Tejalpa, Civac, Jiutepec, las 74 personas de Hueyapan atienden las sugerencias para conservar en condiciones aceptables el lugar que compartirán por tiempo indefinible. En cada salón dormirán de 35 a 40 personas. Por el momento alimento y agua son suficientes.
En cada uno de los albergues la instrucción es precisa: no se dejará salir a ninguno de los damnificados. El temor: que regresen a sus comunidades; y la esperanza de ellos, regresar a su poblados para esta Navidad.