JUEVES 21 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Jean Meyer Ť

A ortodoxo, ortodoxo y medio

Hace pocos meses un texto oficial presentado por el cardenal romano Ratzinger, Dominus Iesus, provocó, antes mismo de haber sido leído, la gritería general. Ni merecía esa recepción, ni merece el cardenal la fama de tonto reaccionario que le han hecho. Si no me creen, además de leer el texto incriminado, lean su "ƑVerdad del Cristianismo?" publicado en el número 2 de la revista Istor, Pero eso no es el punto hoy; quiero contar cómo los ortodoxos rusos han recibido el documento.

La primera reacción es doble, contrastante e ilustrativa; "el documento da la impresión de ser muy conservador, muy ortodoxo y parecería que cualquier ortodoxo podría firmarlo. Pero con una condición: deshaciéndonos de la doctrina de la primacía del Papa. En lo demás, este texto podría pasar sin problemas a engrosar el arsenal ortodoxo". (Alexander Krylezhev).

Ese comentario ilustra cómo cada Iglesia se concibe a sí misma como exclusiva, y al mismo tiempo cómo son semejantes. Esa semejanza misma es el principal obstáculo al acercamiento (olvidémonos de la unión, mejor dicho de la reunión) desde el gran cisma que hace cosa de mil años dividió a las Iglesias de Oriente y Occidente. A vísperas de la última navidad del siglo y del milenio hay que reconocer que el grandioso proyecto ecuménico, el de la "unión de las iglesias cristianas" ha fracasado. Si bien los protestantes, padrinos del movimiento ecuménico, han logrado crear una suerte de conciencia eclesiológica ("compartimos una sola fe y la misma Biblia"), católicos y ortodoxos no se contentan con tan poco, sienten la necesidad de recordar periódicamente sus "fundamentos" (lo que acaba de hacer el "fundamentalista" Ratzinger, lo que hace sin cansarse el "fundamentalista"Juan Pablo II y los sínodos del Patriarcado de Moscú). Por lo mismo ambas Iglesias han visto siempre con desconfianza al ecumenismo y a su Consejo Mundial de las Iglesias. Roma nunca adhirió a dicho Consejo, las Iglesias ortodoxas entraron, obligadas por Stalin y los dirigentes soviéticos, y ahora se están alejando rápidamente.

Justo cuando Ratzinger publicaba su texto, el sínodo publicó sus Principios básicos de la relación de la Iglesia Ortodoxa Rusa a las otras Iglesias. No es casual. El tono general coincide con el católico. "Las comunidades que cayeron de la unión con la ortodoxia nunca fueron vistas como completamente desprovistas de la bendición divina(...) La situación eclesiástica de las Iglesias separadas no puede ser sujeta de una definición precisa".

Sin embargo, al aceptar el carácter eclesiástico del Oriente ortodoxo, el cardenal provocó el enojo de los celosos guardianes de la Ortodoxia que odian al papado, pero suelen ver con benevolencia al integrismo católico como el de los seguidores del difunto cismático Monseñor Lefevre. Lo irónico es que si para muchos cristianos occidentales, Dominus Jesús (que no se han tomado la pena de leer) es un monumento de reacción, dentro de la realidad rusa es un reto liberal para los fundamentalistas ortodoxos que impiden hasta la fecha la visita del Papa a Rusia y paulatinamente han robado la iniciativa a los prelados liberales. La realidad geoeclesiástica tiene sus reglas y nadie puede olvidarse de ellas.