JUEVES 21 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Emilio Pradilla Cobos Ť

Informalidad urbana

No hay duda de que la precarización del trabajo y la informalidad son las manifestaciones más evidentes de dos décadas de crisis del capitalismo en México y de su restructuración por la vía neoliberal. La ciudad de México y todas las ciudades y metrópolis del país dan muestras de su magnitud en las decenas o cientos de miles de vendedores callejeros fijos, semifijos o ambulantes que pueblan sus calles y plazas, sobre todo en Navidad, año nuevo y Reyes. La magnitud, características, vínculos estructurales e importancia económica, difícilmente medibles y constatables, se conocen sólo por estimaciones. Se calcula que en el país están presentes en un cuarto o un tercio del producto interno bruto, que en el sector sobrevive cerca de la mitad de la población económicamente activa, y que generan alrededor de 60 por ciento del nuevo "empleo"; los datos aportados para la capital son similares.

Las causas del fenómeno son incuestionables: las recesiones y el bajo dinamismo económico en los últimos 20 años; la polarización de sus sectores fundamentales entre un sector moderno y articulado al mercado mundial, poco generador de empleo, y otro tecnológicamente atrasado, desarticulado de las empresas que trabajan para el mercado externo, que genera la mayor parte de los empleos, inestables y mal remunerados; la desaparición de miles de micro, pequeñas y medianas empresas orientadas al mercado interno de bajos ingresos, sin capacidad para modernizarse y con nula competitividad ante las grandes empresas y los productos y servicios importados; la modernización tecnológica, que sustituye mano de obra por máquinas sofisticadas; la política salarial que ha quitado a los trabajadores más de 70 por ciento de su capacidad real de compra; y el empobrecimiento generalizado ante una cultura de consumismo desbocado. Contradictoriamente, a la sombra de la informalidad se han construido grandes fortunas de contrabandistas, importadores de productos de baja calidad, piratas de marcas, delincuentes organizados, líderes corporativos y funcionarios corruptos, que oprimen y explotan agudamente a sus trabajadores y a los comerciantes callejeros.

En las dos últimas décadas se han ensayado muchas políticas federales y locales para la informalidad, sobre todo para el ambulantaje: desalojos y represión, reubicación en áreas "menos problemáticas", negociaciones para el reordenamiento, intentos de integración al fisco, creación de plazas y corredores comerciales, etcétera. Los resultados han sido poco significativos, pues la generación de informales por la estructura socioeconómica formal es mucho mayor que la capacidad y eficacia de estas políticas. Hoy existe un consenso implícito entre diferentes posturas políticas, en torno a la vía del apoyo crediticio y técnico para las "empresas" micro, familiares y pequeñas, los "changarros" de Fox; pero esta política tiene grandes limitaciones y contradicciones. Los montos globales y unitarios previstos del crédito son insuficientes, no garantizan la sobrevivencia de la actividad y fácilmente pueden convertirse en gasto de consumo compensatorio. Estas "empresas" mantienen, aún con el crédito, baja calidad en sus productos y servicios, gran atraso tecnológico y de calificación de los trabajadores, poca información, desarticulación entre sí y con empresas mayores, y muy poca capacidad competitiva ante las grandes empresas y los productos importados, lo que mantiene el riesgo de su rápida desaparición. Las remuneraciones de sus propietarios y trabajadores será siempre muy baja, y no evitan el ciclo del empobrecimiento.

Esto hace suponer que el microcrédito no basta para resolver la situación de desempleo, informalidad y pobreza. Serían necesarias fórmulas muy novedosas de organización del trabajo, encadenamiento de las "empresas" entre sí y con los otros estratos, calificación de la fuerza de trabajo, generación de economías de aglomeración mediante la concentración territorial en comunidades productivas urbanas integradas, redes de comercialización y asesoría técnica, cambio tecnológico apropiado y sustentable, fiscalidad y regulación e incentivos administrativos promocionales, aplicación de la legislación laboral, y necesariamente créditos y apoyos más significativos. Y, por la lógica capitalista, seguirá existiendo el riesgo constante y actuante de su fracaso ante la desigual competencia con las grandes empresas nacionales y trasnacionales. Por tanto, la solución del problema sigue ubicándose en el cambio sustancial del patrón de acumulación capitalista neoliberal, y de la inserción subordinada del país y sus ciudades en un proceso de globalización excluyente, desigual y depredador de los recursos humanos y naturales. Nadie ha propuesto hasta ahora un proyecto integrado y coherente para lograrlo.