SABADO 23 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť ƑDe veras se fueron todos los soldados?, preguntaban indígenas a los reporteros
Causó escepticismo el retiro militar en Amador
Ť Las bases de apoyo zapatista, por primera vez en año y medio, fueron los únicos ausentes en el lugar de los hechos Ť La comunidad deberá decidir ahora qué hacer con el predio recuperado
Hermann Bellinghausen, enviado, Amador Hernández, Chis., 22 de diciembre Ť Con los altos árboles de la selva como testigos, el Ejército federal dejó hoy Amador Hernández a la una de la tarde. Tanto aquí como en la vecina comunidad de Guanal, la gente no se atrevía a creerlo. "ƑTodos?", preguntaban los campesinos a los periodistas. "ƑSe fueron todos los soldados?, Ƒno quedó ninguno?". Un padre de familia, joven aún, rodeado por tres hijitas y un perro, comentó: "Tenemos que ir a ver si es cierto".
Todavía por la mañana, cuando los soldados restantes terminaban de empacar y esperaban los helicópteros para subir los últimos rollos de la pesada cinta cortante (etapa superior del alambre de púas) que cercó las instalaciones del cuartel y lo hicieron el lugar más hirsuto de toda la selva, los zapatistas en plantón desde hace aproximadamente 515 días y noches, realizaron una marcha de protesta, la última, encapuchados y con sus gritos contra la presencia del Ejército y por el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés.
Pero ellos, los protagonistas de esta historia, los centenares de campesinos de la región, que protestaron sin cesar todo el tiempo que duró la ocupación militar de estas tierras ejidales, las bases de apoyo zapatistas, por primera vez en un año y cuatro meses, serían los únicos ausentes en el lugar de los hechos.
En una inusitada ceremonia, el general Abraham Campos López, jefe de la Séptima Región Militar, entregó al gobernador Pablo Salazar Mendiguchía el predio ocupado, y luego expropiado para uso de sus tropas. Ante el contingente de periodistas más numeroso que ha pisado este lugar, los mandos militares y las autoridades civiles, acompañados de los legisladores de la Cocopa y el delegado directo del presidente Fox, culminaron su acuerdo, en lo que fue el centro del cuartel, y antes, monte para cafetal.
Entre el centenar de participantes y testigos del acto había sólo un indígena, y no era de la comunidad, sino el secretario de Asuntos Indígenas del gobierno chiapaneco, Porfirio Encino. A las puertas del siglo XXI, los asuntos de los indígenas se siguen negociando y decidiendo entre caxlanes. Aunque el clima no era propicio para la navegación aérea, este día arribaron decenas de veces helicópteros y aviones procedentes de Tuxtla y Comitán, con un montón de gente proveniente de la ciudad de México y Chiapas.
Porque tampoco se puede decir que participaron las familias ariqueras que esperaban en el vado (hasta donde llegaba la base de operaciones) a que terminara la ceremonia del adiós. Ni siquiera alcanzaban a oír los discursos, que fueron breves bajo la llovizna. Cuando se retiraban el último piquete de soldados y el mando del Ejército en Chiapas, las bases de la ARIC Independiente avanzaron recelosas, pisaron nuevamente sus tierras, y lo primero que hicieron fue corear: "Fuera el Ejército" y "El pueblo unido jamás será vencido". El general Campos todavía debió escuchar las voces que repetían "Chiapas, Chiapas no es cuartel", antes de elevarse hacia las pesadas nubes que se obstinaron hoy en cubrir la selva Lacandona.
Donde Sísifo se sale con la suya
Así terminaba una batalla que no debió librarse nunca. Amador se había vuelto un símbolo internacional de la resistencia. El nuevo gobernador llamó "icono" a esta comunidad tzeltal en su discurso. Los indígenas probaron de todo para hacerse oír: gritos, cantos, mantas, representaciones teatrales, avioncitos de papel. Durante temporadas los acompañó gente de Ocosingo, San Cristóbal, Tuxtla Gutiérrez y de distintas partes del país. La sociedad civil que le llaman.
Pasando fríos, hambre, humedad extrema o sol recalcitrante, los indígenas le dieron vuelta diario a este cuartel, hoy desmantelado, y pernoctaron en el modesto campamento al otro lado del río, donde empieza el potrero.
Esta mañana no había más de 80 soldados, de los 500 que llegó a haber, que terminaban de barrer las planchas de cemento y roca, y alistaban sus mochilas y armas con energía pero gesto cansino. Muchos mostraban cierto alivio en el semblante. La Policía Militar, con sus acostumbrados escudos de acrílico, custodiaba el trasiego hacia los helicópteros de la Marina con los que eran rescatados y llevados a San Quintín, a 20 kilómetros de aquí, bordeando los Montes Azules hacia la laguna de Miramar.
Tobías, con su paliacate rojo atado al cuello, relataba esta mañana en el camino del pueblo al plantón: "Ayer destruyeron todas las trincheras, los alambres lo llevan, la madera que cortaron la queman, agarraron sus gallinas que tenían y las mataron, quemaron los techos y guardaron sus cosas".
Los soldados dejaron tras de sí algunas edificaciones de piedra, un comedor amplio y una covacha donde se apilan decenas de catres plegados y rejas para pollos; una cancha de basquetbol; dos escaleras de palo, altas, apoyadas contra las ceibas; una alfombra de costales rellenos de tierra, que sirvieron de barricadas y ahora se esparcen al pie de los árboles; dos tinacos de plástico. Las cascadas y pozas del río, liberadas, vuelven a ser visibles y muy azules. Todavía sale humo debajo de la arena que cubre las siete hogueras donde ayer ardieron muchos vestigios de la militarización.
Quedan dos vastas cicatrices de tierra pelona que sirvieron como helipuertos, campos deportivos y letrinas panorámicas. Queda el recuerdo de momentos tensos, de golpes a palos y gases lacrimógenos, garrotes electricos, intercambios verbales, hasta que dejaron hablando solos a los indígenas, contra un muro de hule negro y otro de marchas, atronadoras arias de ópera, rancheras, rock en tu idioma y música de supermercado.
Ahora, el gobernador dispuso que la comunidad decida qué hará con los predios recobrados, que podrán servir para muchas cosas, pero ya no para la siembra.
Después de la batalla
A siete años de conflicto armado, la Cocopa "histórica" sigue en escena, donde tantas figuras políticas y militares se han achicharrado. Eso fue claro hoy, cuando siete miembros originales de la comisión legislativa protagonizaron el primer repliegue del Ejército federal en Chiapas. Curioso destino de esta agrupación pluripartidista.
Luis H. Alvarez era un animoso coordinador del diálogo, proclamando a los cuatro vientos: "Haremos cuanto esté a nuestro alcance para promover la paz". Pablo Salazar, gobernador, conducía la ceremonia de entrega con autoridad. César Chávez, jefe de asesores del gobierno estatal, amarraba acuerdos con la gente de la ARIC y negociaba con los zapatistas el paso de su helicóptero al auditorio, y luego fijaba los últimos detalles con el mando de la base militar desalojada
Rodolfo Elizondo, en respaldo de Alvarez, y con una proclamada cercanía con Vicente Fox, aseguraba que el Presidente "está en la mejor disposición" de resolver el conflicto, y dialogaba con los generales, el gobernador y los periodistas por igual. En tanto, Jaime Martínez Veloz, Felipe de Jesús Vicencio y José Narro, nuevamente miembros de la Cocopa, atestiguaron el retiro de tropas.
Otra presencia conspicua hoy fue la de los estudiantes de la UNAM, entre ellos algunos de los que el gobernador Albores amenazó con "deportar" de Chiapas en una de sus más célebres balandronadas en los tiempos de "vacas gordas" para él y sus cómplices. Habían llegado unos cincuenta jóvenes anoche, después de 12 horas de caminata en el lodo, para acompañar el plantón zapatista hasta el año nuevo. Y se encontraron con la sorpresa de que hoy fue la última marcha de protesta. Quiso la casualidad que llegaran a tiempo para ver irse a los soldados.
Ayer hubo un trajín de helicópteros retirando, sobre todo, pesados rollos de cinta cortante y efectivos castrenses que serán reubicados en San Quintín y la base de Copalar, en Comitán. A partir de hoy, ellos dejaron de ser conspicuos aquí.
El campamento de los civiles zapatistas se percibe una alegría reticente pero real. Son los guerreros pacíficos que reposan después de la escaramuza definitiva. Están cansados, pero triunfantes. Ellos comen frijol y tostadas, beben pozol y toman un poco sombra, ajenos al desenlace de la ceremonia oficial que ocurre a 300 metros. Hablan poco.Ƒ Qué más pueden agregar a lo que han dicho todo este tiempo?
Son ajenos a los pininos de Emilio Zebadúa como secretario de Gobierno, a la primera performance de Luis H. Alvarez y Salazar Mediguchía, incluso a la cordialidad y el tono positivo de las palabras del general Campos, "con el cabal cumplimiento de las órdenes" del jefe supremo de la Fuerzas Armadas. Todos ellos, bajo la canasta poniente en cuyo tablero se lee "Siempre leales", protagonizan la ceremonia de traslado de dominio frente a un centenar de reporteros, camarógrafos y fotógrafos.
Según el gobernador, "se corrige una decisión equivocada del pasado gobierno", y "el presidente Fox restituye a la comunidad lo que le pertenece". Declara la paz a la comunidad de Amador Hernández, después de una difícil negociación con los mando del Ejército para agilizar el retiro y hacerlo precisamente hoy, a tres años de la matanza de Acteal.
Un letrero de madera, plantado a mitad del camino real por la ARIC Independiente y los asistentes al Foro por la Desmilitarización que se efectuó en Amador Hernández hace una semanas, dice todavía esta tarde: "Declaramos formalmente y políticamente el retiro del Ejército de estas tierras que quedarán resguardadas por el pueblo y serán un territorio inembargable, no se vende, no se expropia, es la herencia de nuestros hijos y va de generación en generación".
Antes de las 13:30, los ariqueros ingresan al terreno recobrado y se encuentran con el gobernador. Ellos participaron con el PRD en la alianza que echó al PRI del gobierno en Chiapas. Su dirigente, Porfirio Encino, es hoy el funcionario indígena de más alto nivel en el estado.
Los zapatistas no se acercan. Permanecen en su campamento. Esta vez, no son ellos los de la foto.