SABADO 23 DE DICIEMBRE DE 2000

Termina el siglo XX

Con la puesta en vida de Harmonielehre, partitura de John Adams, la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México culminó, el domingo, su magna Retrospectiva Musical Siglo XX, que abarcó prácticamente la totalidad de sus programas presentados a lo largo de todo del 2000. Fue una manera insuperable de despedir el año, el siglo y el milenio.

Se trata, asimismo, de un hecho único en el mundo: una orquesta sinfónica de primera importancia que dedica todo un año a la interpretación de obras de autores de nuestro tiempo, muchos de ellos aún vivos y en plena producción, como en el caso del estadunidense John Adams.

El mérito tiene nombre y apellido: Jorge Mester. Nombrado por el primer gobierno democrático de la ciudad de México, en septiembre de 1998, el director de orquesta devolvió a los melómanos y a esa institución cultural el alto valor de ésta, extraviada antes de su llegada en un desgaste ocasionado por la grilla impulsada desde fuera con la complicidad del ahora preso Oscar Espinosa Villarreal.

Recuperada la armonía, la Filarmónica de la Ciudad de México ha vuelto a ser, con Mester, una orquesta de importancia internacional. La calidad de sus integrantes y la solidez de su programación son vectores definitorios. También, el refrendamiento, una vez más, del axioma formulado por Gustav Mahler: "No hay malas orquestas, hay malos directores".

Con un director de la calidad de Mester, la Filarmónica de la Ciudad es, nuevamente, una orquesta de primera. A diferencia de otras, cuya programación descansa en lo que los clásicos denominarían "caballitos de batalla", es decir partituras cuya popularidad atrae a los villamelones y al público más chabacano y facilón, la Filarmónica de la Ciudad de México arriesgó el todo por el todo: obras muy poco conocidas, muchas de ellas en estreno en el país inclusive, pero de contenidos tan fascinantes que recibieron, como respuesta, vítores, ovaciones, entusiasmo desbordado del público, no sólo el conocedor, también el que asiste por vez primera a una sala y aplaude cuando la obra no ha terminado (entre movimiento y movimiento) pero no tose afectadamente, como sí lo hacen los "cultos" en Bellas Artes.

En la Sala Silvestre Revueltas del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, sede de la Filarmónica, se sucedieron entonces cada sábado y domingo del 2000 programas históricos en varios sentidos, eventos musicales sin precedentes, apoteosis orquestales de proporciones descomunales, asombros, satisfacciones, maravillas.

No es común que en el medio musical mexicano pueda desbordarse el entusiasmo. Las evidencias en este caso no pueden desmentir el elogio. Además, tampoco es común que los aficionados a la música muestren satisfacción ante algo considerado como difícil, pesado, o poco glamoroso. De manera similar a como suele crearse la leyenda negra o falso mito de que las matemáticas "son difíciles" así la música contemporánea da flojera a músicos y a escuchas.

El domingo, cuando los músicos de la Filarmónica de la Ciudad de México culminaron, clímax atronador, la Harmoniehlere (lección de armonía, en alemán), de John Adams, y el público, sobre todo joven, prorrumpió en un clamor enardecido, quedó sellado un año musical formidable en México. Merece mención aparte, en este mismo renglón de la excelencia en lo sinfónico, la exitosa labor de la Filarmónica de la UNAM. Pero esa es otra historia. Por lo pronto, han concluído el siglo XX y el milenio, de manera promisoria.

Ť Pablo Espinosa Ť