MARTES 26 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Ugo Pipitone Ť

Los empresarios de Bush

No se trata de tener rencores dictados por la ideología o por una más mezquina envidia en contra del mundo empresarial. Dado nuestro estadio evolutivo, es necesario que alguien se enriquezca para que algo de bienestar sea producido para todos. En eso tenía razón Adam Smith, aunque su error fuera típico de un pensamiento finalista que asigna al futuro deseado el cumplimiento del destino humano.

Los empresarios cumplen una tarea para la cual no hemos encontrado sustitutos, lo que muestra la lentitud del paso de la humanidad. Y este es el dato duro de nuestro presente. Asignar a una pulsión primaria de riqueza la organización de enteras sociedades es una desgracia necesaria. El capitalismo es nuestra colectiva gallina de los huevos de oro. Pero una gallina anómala que a veces se artilla para conservar aquello que considera necesario para ella misma y para alimentar su idea de "desarrollo".

Y es aquí cuando el universo empresarial pretende dejar de ser un aspecto de la organización social, para convertirse en oráculo que dicta, desde una región de sabiduría esotérica, razones y forma del ser colectivo. Evitar esta clase de delirios es obviamente de beneficio para cualquier sociedad. El mundo empresarial tiene la tendencia a olvidar que sus negocios fueron posibles (no obstante las trabas de la corrupción y de servicios públicos ineficaces y costosos) al interior de universos sociales que le dieron sustento, medios y posibilidad.

Asignar al gobierno de los países una cuota excesiva (y que aquí se abra el debate) de empresarios, constituye un riesgo evidente: que las razones de la riqueza se impongan sobre las de la calidad de la vida colectiva. Las dos razones necesitan convivir ya que estamos lejos de un mundo libre de necesidades. Un horizonte que avanza, cuando avanza, con el paso de aquello en que la ciencia contemporánea ya no cree: la idea del progreso. O sea, la idea de que la voluntad, además de los mercados, pueda condicionar la marcha de los pueblos. Que marcha hay, aunque los historiadores tengan dificultad de admitirla.

Estamos hablando de los primeros nombramientos en el gabinete del futuro presidente Bush. De un lado dos empresarios (uno petrolero y el otro del aluminio) a las secretarías de Comercio y de Hacienda y, para completar el cuadro, un antiabortista a ultranza (y defensor igualmente entusiasta del derecho irrestricto al uso de las armas) al cargo de fiscal general de la nación. ƑHay o no de qué preocuparse? Uno de los connubios con efectos más desastrosos de la humanidad es justamente este: entre la riqueza y una intolerante virtud religiosa.

Y a mí no me queda más que remitirme a la autoridad de Stendhal, el de Rojo y Negro. Primera afirmación: "Dios es la idea más útil a los tiranos"; segunda afirmación: "Se cometen las más grandes crueldades, sin crueldad". El lenguaje es tal vez demasiado duro pero, a justificación de Stendhal, digamos también que debía ser bien escuálido, en sus hipocresías virtuosas, el ambiente de la restauración. Como quiera que sea, estas frases reflejan otras tantas verdades. La combinación de riqueza y virtud religiosa es, casi siempre, mortífera.

Así que entre una recesión que los expertos dicen inevitable en Estados Unidos y un presidente rodeado de empresarios convertidos en pitonisas de la historia y de beatos (en versión John Wayne) que administran la justicia, no se avecinan tiempos fáciles para este país. Sólo queda esperar que las exhalaciones ideológicas que vienen de Estados Unidos no recaigan sobre el resto del planeta. Ya tenemos suficientes problemas como para convertir el mundo en un espacio de cruzadas en nombre del mercado y de Dios. ƑNo cargamos suficientes razones de vergüenza?