MARTES 26 DE DICIEMBRE DE 2000
Ť Teresa del Conde Ť
Alvaro Ortiz, in memoriam
No sólo los zacatecanos involucrados con la cultura y las artes están de luto. Todos los que conocimos y disfrutamos de la bonhomía de ''Alvarito", como acostumbrábamos llamarlo, lo estamos también: Víctor Sandoval, Saúl Juárez, Ignacio Toscano, Delia Sandoval, Jorge Alberto Manrique, Raquel Tibol, Guillermo Tovar de Teresa, Juan Coronel Rivera, Jorge Guadarrama, Aurelio de los Reyes y muchos otros, entre los que hemos dedicado buen tiempo de nuestra vida al conocimiento y la promoción de los bienes que la cultura aporta, llegamos a apreciarlo. Manuel Felguérez (y su esposa Meche de Oteyza), Rafael Coronel, Alejandro Nava, Ismael Guardado, Irma Palacios, los hermanos Castro Leñero, Rafael Coronel, Mauricio Sandoval, etcétera, además de cuanto creador vive y trabaja en Zacatecas, gozaron de su atención, afecto y gentileza.
Alvaro Ortiz murió de neumonía en la bellísima Zacatecas el pasado 11 de diciembre. Tenía, según mis cálculos, 53 o 54 años aunque aparentaba menos. Era un rubio ojiazul de tez asoleada, de sonrisa perenne, sumamente entusiasta, buen conocedor de las cosas que manejaba, siempre con impresionantes carencias de presupuesto y sin el reconocimiento que verdaderamente merecía, pues hasta los que han gobernado el estado de Zacatecas, así como el actual Ejecutivo local, así lo sintieron cuando supieron de su muerte, que nadie se esperaba. Según los vaivenes gubernamentales solía irle a veces mejor, otras peor, pero siempre tomaba a pecho, demasiado quizá, los proyectos con los que se involucraba, no en todos los casos con la certeza de que podía encontrar apoyo infraestructural. Era por eso tenso (aunque no hipertenso, que yo sepa) y siempre estaba en continua actividad, sin que ésta desembocara, ocasionalmente, en la concreción de sus propósitos, que siempre fueron bien intencionados. Por eso vivía en agitación continua, como si se consumiera a sí mismo, sin perder en ningún momento algo que es raro encontrar hoy día: la jovialidad, unida a una total ausencia de arrogancia.
Es cierto que Alvaro fumaba en exceso y ello debe haber contribuido al debilitamiento de sus funciones pulmonares, pero su deceso, a mi juicio, pudo haberse evitado sometiéndolo a un tratamiento más radical del que obtuvo, con todo y que me he informado que estuvo hospitalizado. Yo creía que nadie, o casi nadie, en las ciudades donde hay servicios médicos competentes podían morir de una gripe mal cuidada que desemboca en neumonía. Sólo a los ancianos les ocurre eso con frecuencia y el desenlace suele verse como algo natural. Alvaro distaba de ser anciano, parecía disfrutar la vida y si acaso, debido a los continuos esfuerzos a los que se sometía, generadores de estrés, pudo haber sido candidato a un infarto al miocardio, pero los dioses sabrán por qué ocurren las cosas como ocurren y no está en nosotros juzgarlas.
Al morir, el arquitecto Alvaro Ortiz, heredero en cuanto a sabiduría zacatecana de don Federico Sescosse, dirigía el Museo Goitia, al que nunca abandonó desde que fue fundado. Se involucró al lado de Jorge Guadarrama y de Manuel Felguérez en el rescate y la remodelación absoluta de ''El cerezo" que es, desde hace pocos años el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, que ha visto ampliados sus espacios recientemente.
Como arquitecto, Alvaro tenía para su propio ámbito un gusto tendiente al minimal, impecable. Varias veces gocé de atenciones en su casa. Igual pude apreciar su buen criterio sobre restauración y remodelación de obras notables y sobre urbanismo.
A su esposa Lourdes, a sus dos hijos, que yo conocí pequeños y a todos los que tuvieron la suerte de tratarlo, sin fallar en apreciarlo, están dedicadas estas líneas. Alvaro Ortiz tuvo un conmovedor homenaje fúnebre (de cuerpo presente) en el Museo Goitia, lástima que no pudo disfrutarlo, o siquiera, imaginarlo durante los últimos momentos de su paso por la tierra.
Pensamos en la brillantez de la que gozan algunos artistas, merecedores de legítimas honras en vida. Lo mismo digo de los escritores, los músicos y hasta de los artwriters que de una manera u otra tenemos voz pública. Pero a aquellos que, como Alvaro, son auténticos héroes de la cultura que no obtienen ni el dinero ni el poder ni la fama ni el pleno reconocimiento a sus labores, los damos por consabidos. Es triste ahora, a dos semanas de su muerte, pues se le extraña como a alguien difícilmente prescindible. Ojalá otros prosigan con esa entrega sus proyectos.