MARTES 26 DE DICIEMBRE DE 2000

Ť Apendicitis navideña en la décima corrida de la temporada 


Ante mansos, buenas actuaciones de Garibay, Morante y Miguel

Ť Débil y soso encierro de Julio Delgado Ť Cuatro orejas concedió el juez Dávila Ť Público escaso

Leonardo Páez Ť Si lo que realizaron los tres alternantes la gélida tarde de ayer en la Plaza México lo hubieran hecho frente a reses con edad y bravura, todavía andarían en hombros del benévolo público que, imbuido si no de espíritu taurino sí del navideño, regocijado aplaudió lo bueno, lo regular y lo deficiente.

Se lidiaron seis supuestos toros ?si empresa y ganaderos "no permiten" los post-mortem, nadie tiene por qué creer la edad que aparece en la pizarra? de Julio Delgado. Supuestos porque ninguno aparentaba la edad anunciada de casi cinco años y sólo tres tuvieron cierta cara, es decir, una conformación de la cabeza que reflejara su hipotética edad. Tres francamente anovillados de presencia, y todos débiles y muy medidos de bravura. En esta ocasión los desfiguros del juez Dávila empezaron desde el momento en que aprobó a Avellano, lidiado en quinto lugar, rabicorto y excesivamente bizco del pitón izquierdo, pero que reflejó el concepto de trapío compartido por criador y autoridad.

Garibay, en mejores carteles
carton-toros
La determinación, idea de la lidia, presencia y expresión estética de Ignacio Garibay merecen que se le ponga en carteles y fechas de mayor compromiso. Con su primero, Regalito, pobre de cabeza pero quesque con 4 años 8 meses de edad y 470 kilos, que empujó en una vara, Ignacio lanceó muy bien y remató mejor, para luego quitar por tafalleras y suave recorte, sintiendo y diciendo. Débil y dócil pero sin trasmitir, el astado permitió series por ambos lados de salón pero sin emoción, que Garibay coronó con una entera caída y trasera, pero público y juez no tuvieron inconveniente en premiar con una oreja. A su segundo, Nochebuena, que cerró plaza, con 530 kilos según la pizarra de la empresa, también con 4 años 8 meses de edad, Garibay lo llevó muy bien al caballo, donde el astado recibió un puyazo sin empujar, luego de haber sido estrellado en tablas hasta en dos ocasiones por la peonería. Volvió a inspirarse en el quite, ahora por chicuelinas, media y brionesa, para luego realizar una meritoria faena derechista a base de colocación e insistencia, muy bien rematada. Dejó una entera desprendida y se llevó otra oreja, quizá sin apoteosis pero mostrando su enorme potencial.

Morante, vaya torero

Confirmó su alternativa el sevillano José Antonio Morante de la Puebla, que aún no nacía cuando Miguel Espinosa ya era matador de toros, con el no menos joven Canelo, que dos veces clavó los pitones en la arena de lo humillado que embestía, dejando ahí su escasa bravura y medida fuerza, pero permitiendo constatar la fina cuerda tauromáquica del español. Verónicas jugando muy bien los brazos y meciéndose, más que recreándose, en la suerte, y después muletazos con tersura y ternura a un inválido. Por alargar el trasteo se puso pesado con la espada, pinchando arriba en tres ocasiones, y sólo salió al tercio. Lo mejor vino con el destartalado pero menos débil Avellano, al que Morante fijó con suaves muletazos por la cara para cuajarle una bella faena por templados derechazos, rematados ora con severo trincherazo, ora con un pase de pecho con la zurda deletreado, tres largos naturales aguantando y otros  increíbles derechazos ahora en los medios, con una capacidad y un gusto íntimo del joven espada por pensar y sentir el toreo. Dueño de una casta torera enorme, Morante citó varias veces en la difícil suerte de recibir, consumándola por fin al dejar tres cuartos de acero y sufriendo un desarme. La oreja fue ganada a ley y el muchacho ?figurón en cierne? cayó de pie. ¿Querrán Ponce y El Juli alternar aquí con él? Por su displicente parte, Miguel Espinosa, ya muy presionado por el público, hasta se empleó con su primero, Navideño, débil y suabote, que permitió frágiles series por ambos lados ?finura sin bravura?, para dejar una certera estocada de efectos inmediatos que iniciaría la multiplicación de las orejas. Con su segundo, Pavo Real, soso y con 569 kilos que no pudo cargar, pero tampoco le impidieron desmontar al mismísimo Efrén Acosta, volvería Miguel a su tono habitual.