Ť Tito Puente, parte de la guerrilla celestial I Ť
Luis Angel Silva Melón
Si al comenzar mi trayectoria sonera alguien me hubiera dicho que con el correr de los años conocería a la mayor parte de las figuras que he admirado, me hubiera atacado de risa. Pues, en honor a la verdad, nunca pensé llegar a los lugares en que he tenido la suerte de actuar. Por esa razón sigo enamorado y agradecido con el son cubano que la chaviza de ahora llama salsa.
Por fortuna, no sólo los conocí, también me moví entre ellos compartiendo y colaborando con esos figurones que lamentablemente se encaminan a pertenecer al pasado, pasado brillante, pasado de oro, pero pasado al fin. Esto viene a colación por el reciente deceso de Tito Puente, un gigante de la música que ya forma parte de la guerrilla celestial con lo cual confirmo, sin que ello sea una falta de respeto, que Dios es sonero.
En los cincuenta, difícil conseguir discos de son
A fines de 1950 era muy difícil conseguir discos de nuestro bienamado son. Lo que llegaba a México venía de Cuba. Salvo algunos ejemplares de Machito y sus Afro, los que llegaba de Estados Unidos eran las grabaciones de Xavier Cugat que nunca fueron de mi total agrado salvo como en toda regla excepción.
En una discoteca que todavía está en pie frente al Teatro Blanquita, trabajaba María Elena Gómez, quien me apartaba las novedades que llegaban a ese establecimiento. Así llegaron a mis manos dos discos de 78 revoluciones (aquellos a los que había que tratar con sumo cuidado, ya que se corría el peligro de romperlos) de la Orquesta de Pupy Campo en los que, cosa insólita para aquellos años, aparecía en la etiqueta el nombre de Tito Puente como arreglista de los cuatro números de esos dos acetatos. Sus nombres eran: Estás frizao, How high the moon (Cuán alta está la luna), Piérdete y Las Pilareñas. Me endulzaron el oído con un sonido fresco y novedoso, lo que con el tiempo me hizo llamarle Escuela Nueva York, de la cual fueron grandes exponentes las orquestas de Machito, con la dirección musical de Mario Bauzá, así como los Titos, Puente y Rodríguez, que cautivaron a los asistentes al Palladium, llamado Home of the Mambo, que ya no existe. Allí, esos tres gigantes sembraron la semilla de lo que ahora se conoce como salsa.
Vale decir que el show lo daban en un momento determinado los mejores bailadores que asistían a ese lugar, situado en la avenida Broadway y la calle 52, en el que tuve la oportunidad de actuar en varias ocasiones.
En 1951, al trabajar en el cabaret Astoria con los Guajiros del Caribe, conocí al diplomático guatemalteco Guillermo Shur, quien nos visitaba muy seguido y me invitó a su casa a escuchar discos. Así pude conocer lo que estaban haciendo en Nueva York, Machito, Tito Puente con sus Picadilly Boys, Tito Rodríguez y sus Lobos del Mambo, Joe Loco (José Estévez), Julio Andino y Arsenio Rodríguez, el Ciego maravilloso. Dicho sea de paso estas grabaciones ya eran de 45 revoluciones.
Al llegar Vicentico Valdés a Nueva York, sonero cubano que estuvo entre nosotros por varios años ?me regaló música y un trato preferencial?, trabajó con Tito Puente y grabaron números extraordinarios, entre ellos, un bolero de José Antonio Méndez, titulado Soy tan feliz, a la manera de Glenn Miller (combinación de saxofones y clarinetes), así como El baile del pingüino y Mambolero, que provocó una gran admiración entre la hermandad sonera de aquí en esos años de oro. Por medio del Jarocho Sandoval, bajista de la primera orquesta de Pérez Prado, pude conseguir esas grabaciones mediante catálogos que la librería Misrachi, de la avenida Juárez, se encargaba de ordenar a Estados Unidos a la marca Tico.
Como dije antes, he sido afortunado. No sólo pude conocer a aquellos tres grandes, sino compartir tarima y descargar con Tito Rodríguez y Machito, también actuar con Tito Puente en varias ocasiones, especialmente en una temporada de una semana en el Club Candilejas de Los Angeles, en mancuerna con Azuquita (sic).
Internacionalización
En 1961 llegó lo que tanto deseábamos Lobo y Melón con su grupo: la internacionalización. Por medio de la agencia propiedad de ese genial requinto el Güero Gil, la intervención de un griego del cual no recuerdo su nombre y Felipe Fabrizio Gil, se pudo hacer realidad nuestro anhelo. En México Amalia Batista nos había dado lo que muchos llaman éxito, pero que yo denomino logro. Sólo que no sabíamos que Cosas del alma, bolero de Pepe (sic) Delgado, ya era tremendo palo, por no decir hit, en territorio pecoso, llamando poderosamente la atención de Chico Sesma, músico convertido en empresario y productor del baile mensual Latin Holiday, que se celebraba en el Hollywood Palladium, y un programa radiofónico con el título de Estrictamente con sabor latino, difundido por Radio Kali.
Negociamos nuestra actuación en Los Angeles cerca de un año. Se fueron acercando a la cantidad que pedíamos hasta que la diferencia era de 500 dólares, pero estábamos, encaprichados. Así llegó esa última oferta de Chico Sesma muy parecida a un ultimátum, cosa que aumentó nuestro capricho, hasta que Fabrizio nos soltó, "ustedes se lo pierden. Iban a alternar con Tito Puente y Machito" a lo cual respondimos: "Saca el contrato y el anticipo".
Chico, en México
Con el contrato firmado, Chico vino a México con la curiosidad de conocer a ese grupo de "aferrados" que se presentaban en el Manolo, ahora convertido en verdadero tugurio. Se llevó una grata sorpresa, ya que, dicho sin jactancia, el grupo sonaba mejor en vivo que en los discos, lo que valió para que Arturo Reyes Moreno, Riquito, nuestro ayudante, viajara con nosotros.
Salimos para Los Angeles un sábado de junio de 1961, en jet, aparato que apenas se empezaba a usar. Nos recibió Oliver Berliner a nombre de Chico Sesma y nos hospedó en un motel de Hollywood donde nos esperaban Bertha Solorio y su esposo, representantes de RCA Víctor en California. Nos preguntaron si deseábamos algo en especial, una visita a Disneylandia, Marinelandia o Knotts Berry Farm. Yo pregunté dónde tocaban esa noche Tito Puente y Machito. Recibí por respuesta que Machito estaba en Oakland y Tito tocaría en Pomona, urbe que se encuentra a 45 minutos de Los Angeles. Al unísono le contestamos que preferíamos ir a esa ciudad.