JUEVES 28 DE DICIEMBRE DE 2000

 


Ť Olga Harmony Ť

El Nuevo Teatro II

Ignacio Flores de la Lama abandona Tijuana para colaborar con una productora privada en el DF y entrega muy buenas cuentas de su estancia al frente del Centro de Artes Escénicas del Noroeste (CAEN), que esperemos tenga un relevo tan dinámico como el de este director escénico y dramaturgo. Diplomados, cursos intensivos en varias disciplinas, reuniones de evaluación del propio trabajo de los teatristas de la zona se suman a una interesante labor editorial con la revista Espacio escénico -en cuyo interior un cuadernillo desprendible presentaba un texto de autor local- y la colección Los inéditos en que se dieron a conocer obras de autores nacionales y buenas traducciones de importantes dramaturgos extranjeros. Su más reciente entrega (y última de la gestión de Flores de la Lama) es un volumen que agrupa dos textos de Jaime Chabaud, el dramaturgo que es también un excelente investigador. Ambas obras han sido conocidas por el público capitalino en sendos montajes, aunque Perder la cabeza no era el texto muy pulido y mucho más claro que Jaime presenta. Por cierto, que su lectura actual nos haría pensar en dotes adivinatorias del autor, pues en su texto aparecen una cabeza perdida y encontrada gracias a las dotes de una adivina, un hermano incómodo, una misteriosa mujer de apellido extranjero. Chabaud insiste en sus dotes chamánicas al afirmar que la otra obra del volumen, Talk show -de éxito reciente- fue escrita antes de las polémicas que estos programas televisivos despertaron.

En esta misma colección fue publicado el muy interesante texto de Elba Cortez, Dominó, que yo vi muy bien dirigida por Claudia Villa y que ahora es recogida en la nueva antología de El Milagro y el CNCA, El Nuevo Teatro II que le fue encomendada a Hugo Gutiérrez Vega como antologador y prologuista (El tomo I fue recopilado por Víctor Hugo Rascón Banda). Gutiérrez Vega abre un gran abanico de temas y estilos dramatúrgicos, desde Acto para maniquí, con ecos de Thomas Bernhardt, en donde Antonio Armonía explora las diferentes posibilidades del dolor humano, hasta la muy realista Cuarteto con disfraz y serpentinas de Gabriela Ynclán, cuya persona y texto no pertenecen a esta generación. Pero en fin, agrupar una antología es siempre un acto de gusto personal, por mucho que ello se niegue y disfrutar todas las obras antologadas es un acto tan subjetivo como el del antologador, a quien hay que respetar en todos los casos. Con esto quiero decir que no todas me parecen de pareja calidad.

De las no publicadas antes y no escenificadas previamente, hay dos que me despiertan la más viva admiración, que ojalá compartan los teatristas que las pudieran llevar a escena y aquellos -sean instituciones o no- que las produjeran con la dignidad que merecen porque no son obras baratas ni facilonas.

Ximena Escalante entra en la madurez teatral como dramaturga con Fedra y otras griegas en que el personaje trágico que ha fascinado a tantos escritores es perseguido por la autora desde antes de su amor por Hipólito -tema de todos quienes lo han tocado desde Eurípides hasta Gide, pasando por Racine- aunque aquí no se trate la venganza de la madrastra ante el desdén del hijo de Teseo. El evidente propósito de la dramaturga es revisar el erotismo femenino, casi como una fatalidad, desde la adolescencia de su protagonista -con un extraordinario ojo para la transformación de la púber en mujer- cuando le roba a la desdichada Ariadna el amor de Teseo, hasta la madurez y el imposible amor por su hijastro. No hay una réplica mecánica del mito griego, cuyos personajes sólo aparecen en los sueños de Fedra y aun de Teseo. La traición y la soledad de la traicionada también se hacen presentes en la escena de Ariadna en el bar. Todo estructurado con gran maestría y con un lenguaje que va de lo coloquial a lo poético. Sin duda, es un gran texto.

La otra obra que me despertó el deseo de verla escenificada es 1882, de Flavio González Mello, cuyos prometedores principios dramatúrgicos parecían cosa del pasado hasta la aparición de este texto. Servando Teresa de Mier es un personaje histórico muy sorprendente, que ya había sido tratado en Servando o el arte de la fuga, espectáculo de Jorge Gidi quien armó un collage de textos junto con Ricardo Esquerra para producir un excelente montaje que pasó casi desapercibido. Este fray Servando de González Mello es una magnífica farsa histórica que muy bien nos retrotrae a nuestro tiempo. Antisolemne, como quizá fuera el extravagante Servando Teresa de Mier, el texto histórico-político de González Mello requeriría una escenificación tan brillante como es el propio material.