VIERNES 29 DE DICIEMBRE DE 2000

Gilberto López y Rivas

A siete años del levantamiento de los mayas zapatistas

El primero de enero se cumplirá el séptimo aniversario del levantamiento de los indígenas mayas zapatistas de Chiapas que irrumpió con la fuerza de un cataclismo en el acontecer político del México de fin de siglo. Nadie imaginaba que, habiendo perdido en América Latina la vigencia que la vía armada tuviera en décadas anteriores como mecanismo de transformaciones sociales, una ocupación militar indígena de las principales sedes regionales del poder mestizo iniciara uno de los cuestionamientos más radicales no sólo del régimen de partido de Estado mexicano, sino que, incluso, este movimiento enarbolara un congruente emplazamiento del orden neoliberal imperante.

Sin respetar encasillamientos ideológicos y siguiendo caminos inéditos, el neozapatismo obligó a redefinir toda la geometría política que con dificultad se venía construyendo durante dos décadas en el proceso de su propia redefinición como fuerza política nacional activa a partir de 1994. El EZLN se convirtió en un obligado referente tanto para el sistema de partidos que seguían la lógica electoral, como para aquellas organizaciones sociales agrupadas en la llamada "sociedad civil".

Para el deteriorado régimen priísta el zapatismo se constituyó en la implacable conciencia crítica que con imaginación y lucidez, y un insuperable ejercicio de la irreverencia y el sentido del humor, no dejó un solo momento de caracterizar la esencia de la coyuntura política, convirtiéndose en el vocero del pueblo, de las minorías excluidas, de las identidades negadas, de los jodidos por antonomasia.

Para el Partido de la Revolución Democrática, el surgimiento y desarrollo del EZLN significaron un evidente reto para su desempeño como el "partido político de la izquierda en México". A lo largo de estos años, el zapatismo ha actuado, sin proponérselo, como el fiel espejo que señala las fisuras morales de una acción política que entre más se acerca al poder del Estado y al "carguismo profesional", más pierde su sentido de transformación social que en un momento le dio vida. Perdido en el laberinto de las indefiniciones ideológicas, inmerso en el intento por su refundación que contrasta con la deriva de posicionamientos y la pérdida de autoridad real con la que actúa su dirección política, el PRD no alcanza a comprender a cabalidad los valores civilizatorios que representa el zapatismo actual, y no parece retomar el rumbo hacia una fuerza política que no sólo se autodefina de izquierda sino que actúe como tal en tiempos de gran exigencia y complejidad en el ejercicio de la política.

A siete años del levantamiento, el zapatismo ha sobrevivido con éxito a una guerra de contrainsurgencia que intentó destruirlo política y militarmente. Con una considerable fuerza militar desplegada estratégicamente en contra de sus posiciones y bases de apoyo, cercado desde el interior de las comunidades por la acción criminal de los grupos paramilitares organizados desde las altas esferas del poder del gobierno y del Ejército, estigmatizado por los medios de comunicación, que en campañas concertadas con los organismos de inteligencia intentaron desprestigiarlo nacional e internacionalmente, bloqueado por una cancillería cómplice que agredió sistemáticamente a los acompañantes internacionalistas, el EZLN resistió y demostró con esta resistencia que la dignidad es más fuerte que todo el poder del Estado.

Para quienes conciben a México como una nación pluricultural negada por una realidad atroz en la que viven sus pueblos indios, el EZLN tuvo la capacidad de mostrar al mundo esa otredad en la riqueza de su diversidad, en su extraordinaria capacidad para desarrollar una modernidad distinta a la del neoliberalismo, en sus planteamientos novedosos para el ejercicio de la política a partir del bien colectivo, de la individualidad realizada a través de la comunidad. No hicieron de esta otredad una idealización etnicista, no plantearon sus autonomías con fundamentos de limpieza étnica. Los propios zapatistas conviven en un mundo pluriétnico y en la tolerancia religiosa y cultural. Los zapatistas obligaron a la mestizocracia a reconocerse en la historia secular de agravios y explotaciones. La firma de los acuerdos de San Andrés fue una confesión de parte de las clases y grupos sociales que históricamente han mantenido a los pueblos en la subordinación y en el eufemismo del "rezago". A siete años del primero de enero de 1994, saludamos con afecto a los hombres y las mujeres que participan en ese movimiento reivindicatorio.

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