Bailar la vida, comer la vida: la ciudad de Sibaris, al sur de lo que ahora llamamos Italia, estaba consagrada a los dioses de la música y de la buena mesa.
Hace veinticinco siglos, los sibaritas quisieron ser guerreros, tuvieron sueños de conquista; y Sibaris fue aniquilada. Crotona, la ciudad enemiga, la borró del mapa.
A orillas del golfo de Tarento ocurrió la batalla que desbarató al ejército de los sibaritas: la ciudad de Sibaris, educada en la música, fue por la música vencida.
Cuando la caballería sibarita se lanzó a la carga, los soldados de Crotona desenvainaron sus flautas. Entonces, el aire cantó. Los caballos reconocieron la melodía, cortaron el galope en seco, se alzaron en dos patas y se pusieron a bailar. No era el momento más oportuno, dadas las circunstancias, pero los caballos siguieron bailando, según era su gusto y costumbre, mientras sus jinetes huían y las flautas no dejaban de sonar.