Siete pintores españoles contemporáneos /VII
Alberto Blanco
La pintura contra viento y marea
La pintura, tal como hoy aparece,
promete volverse más sutil
--más música y menos escultura--
promete, en fin, el color.
Vincent van Gogh
¿Cómo es posible que todavía se siga pintando hoy día? La primera respuesta que me viene a la mente es: del modo más natural. Pero, ¿qué quiere decir ''del modo más natural"? ¿No es acaso la pintura, justamente, lo no natural, lo que está de más... eso que el ser humano le añade a la naturaleza? ''A mí me gustaría saber ?decía Picasso con su aguda inteligencia? si alguien ha visto nunca una obra de arte natural." Y Van Gogh ?que de la relación entre arte y naturaleza sabía mucho? apuntaba por su parte en sus cartas a Theo: ''No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: El arte es el hombre agregado a la naturaleza".
Claro
está que, siendo el arte y la naturaleza dos cosas que, al menos
en una primera instancia, se nos presentan como si fueran por completo
distintas, no parece muy adecuado confundir los términos. Y mucho
menos cuando hay pintores que, como Picasso ?a quien ya he citado varias
veces? sostienen que: ''A través del arte expresamos nuestra concepción
de lo que la naturaleza no es". Sin embargo, tal vez resulte no sólo
necesario, sino hasta inevitable, cuestionar esta compleja relación
entre el arte y la naturaleza cuando se está frente a una obra como
la pintura reciente de José María Sicilia.
En sus obras se nos presenta para la contemplación y nuestro sosiego, un espacio íntimo donde la naturaleza resuena con cálidos acordes de colores, uniendo en un todo indivisible a esas dos artes hermanas en el espacio y el tiempo: la pintura y la música. Artes emblemáticas del espacio y el tiempo unidas en una sola poética, como quería Van Gogh... porque la pintura de Sicilia es de las que anticipaba el holandés genial: ''Promete volverse más sutil ?más música y menos escultura? promete, en fin, el color."
Y es que cuando vemos la vida en un arte dedicado al culto del color, como es el caso de las flores que nos ofrece Sicilia como si fueran pensamientos olvidados entre las páginas de un libro, se nos olvida, quizá, que el color es un lujo de la naturaleza. Se nos olvida, entre otras cosas, que los colores intensos que ahora nos agobian con su banalidad por todas partes no fueron durante siglos y milenios invitados comunes y corrientes a la mesa de la vida cotidiana.
Hay una historia de los colores que se confunde en nuestra más acendrada historia personal con la contemplación de la naturaleza. Y tal vez habría que decir ''La Naturaleza", con mayúsculas, ese invento del Renacimiento que fue recogido después por el Siglo de la luces y llevado a la apoteosis del paisaje en la pintura. Una época que tuvo que reconocer de esta manera su enorme y brutal distanciamiento de la vida salvaje, con sus plantas y sus animales, sus rocas y sus ríos, su milagrosa diversidad, tal y como la vivimos durante miles y miles de años. Tendremos que recordar la admiración, rayando en el temor sagrado, que nos provocaban los pigmentos en la antigüedad: el café de la tierra de Siena, el azul de Prusia, el púrpura de Tiro, el azul de Nimes, el amarillo de Nápoles, el rojo de China, el blanco de España.
Y es que se nos olvida que durante miles y miles de años no hubo para nosotros, pobres seres humanos destinados al polvo y a la arena, a los mil y uno tonos del gris, más colores vivos y vibrantes que los de las puestas de sol, las piedras preciosas, las plumas de los pájaros y las flores volátiles de las mariposas... así como esos colores maravillosos que anidan en las mariposas sedentarias que viven entre las ramas y que llamamos flores.
De esto habla el texto que el poeta José Miguel Ullán escribió con motivo de la exposición de Sicilia en la preciosa abadía de Santo Domingo de Silos hace poco tiempo, y que bajo el sugerente título de Saber quedarse en flor, dice de sus obras más recientes: ''Vestigios de color aplacado y encarnaciones mudas: presencias vacilantes, en expansión y detenidas, nocturnas y aurorales, faltas de vida y faltas de muerte; ni semillas ni frutos, otra cosa: lo quedado en flor..."
Y es que lo que va quedando en flor en la obra de Sicilia es ni más ni menos que la pintura. Una pintura pura. Las flores de Sicilia, tan parecidas, por cierto, a esas que en México llamamos justamente pensamientos, estallan en el papel como sifueran los pétalos de una nueva aurora: son pigmentos que se han quedado en flor para mejor decir la vida y la independencia del color, que es ya ''más música y menos escultura", como quería Van Gogh.
En 1998 con motivo de L'horabaixa, muestra realizada al alimón entre el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y el Palais des Beaux-Arts de Charleroi, en Bélgica, Laurent Busine, el comisario de la exposición, escribió en el catálogo de la misma, sus propias impresiones al ver los trabajos de Sicilia realizados al óleo sobre papel y cera sobre madera:
''Vi flores enormes y muy numerosas que superaban con creces todo lo que había visto hasta entonces. Estas flores llenaban todo el espacio y sus tonalidades se fundían unas con otras; así, aunque algunas tenían irisaciones negras o blancas, en total armonía, acababan confundiéndose en mi mente: todas eran rojas. Irradiaban matices granates, carmín o sangre de toro, bermellón, amapola o púrpura, y todo, desde el sol bajo el que caminaba hasta el aire que respiraba, estaba cargado de perfumes embriagadores y de brisas cálidas. El tamaño, la cantidad, no importaban, sino todo lo contrario; un fuego que parecía desprenderse de sus inmensas corolas reconfortaba mis sentidos.''
El perfume que destilan las flores de Sicilia nos puede traer a la mente el recuerdo de muchas otras flores pintadas: las amapolas de Monet salpicando la hierba; las delicadas rosas de Fantin-Latour; las flores inmensamente íntimas de Georgia O'Keefe o las flores inmensamente vulgares de Warhol... pero, de todas las flores pintadas, ningunas como las encendidas de Van Gogh.
¿Por qué? Muy probablemente porque en ambos casos alienta en el perfume de sus flores una aspiración de humildad. Por paradójico que parezca, hay en estas flores un deseo de volver a la tierra y de confundirse con el campo por medio del trabajo artístico. En estas flores pintadas, como decía Ruskin: ''La riqueza del trabajo es, por paradójico que parezca, parte de su humildad". Una aspiración, que casi me atrevería a llamar religiosa, atraviesa estos cuadros, y no tan sólo de lado a lado, sino que surge desde el fondo del soporte mismo de los cuadros hasta llegar a la superficie, para volar, como el aroma de la virtud de la que habla El Dhammapada, o como la imagen de un perfume o el perfume de una imagen: más allá...
Sí, en estas flores aparecen, repentinamente, ciertos paisajes que parecen orientales... pero más que en las flores, estos paisajes aparecen entre las flores... y más que paisajes orientales, se trata de paisajes japoneses. ''Veamos ?nos dice Van Gogh? ¿no es casi una verdadera religión lo que nos enseñan estos japoneses tan simples, y que viven en la naturaleza como si ellos mismos fueran flores?"
Aunque José María Sicilia nació en Madrid en 1954, se sabe que vive desde hace tiempo en la isla de Mallorca, alternando su estancia con temporadas en París. Sin duda alguna el paisaje de la isla de oro y su cálida vegetación han influido en la manera de ver de este pintor que, sin embargo, podría argumentar junto con Picasso: pero, ''no es siguiendo a la naturaleza que yo pinto, sino frente a ella... con ella". Pintura que, como la naturaleza, ha crecido lentamente, como una de esas estalagmitas que se forman en un proceso de asiduo goteo, sin prisas y sin mas orden ni concierto que el que le dicta su lógica poética, su necesidad interior.
En un texto escrito por el propio Sicilia y que fue publicado a manera de presentación en el catálogo que la Galería Soledad Lorenzo hizo para su más reciente exposición, De los espejos, el artista dice:
''El goteo ha ido formando unas pequeñas manchas rojas, rodando por una pendiente, alimentando la formación de un deseo. Suspendidas de un océano como un pájaro de su canto, ¿cómo te detienes?, dice ¿cómo tardas?"
A este texto poético parece responder poéticamente este otro texto de José Miguel Ullán:
''Y la mirada de Sicilia se queda ahí, como red en el aire de una estación sin lluvia, en tanto que los trinos de los pájaros se imponen contra viento y marea."