MIERCOLES Ť 3 Ť ENERO Ť 2001
Arnoldo Kraus
Eutanasia sí, eutanasia no
Si me viese obligado a resumir en pocas letras cuál es el conflicto principal entre quienes apoyan la eutanasia y quienes la denostan, diría que el meollo es definir si el ser humano es, o no, autónomo. Punto, lamentablemente, infranqueable. Las religiones y sus abogados aseveran que el humano no es autónomo y, por ende, los diálogos con quienes consideran lo contrario son imposibles. A pesar de esos embudos, la histórica decisión de legalizar la eutanasia en Holanda y el encarcelamiento de Jack Kevorkian -valiente pionero de la muerte voluntaria- en Estados Unidos, exigen retomar el tema. En México, para "alejarnos un poquitín" del Tercer Mundo, la Secretaría de Salud o algún cuerpo colegiado de abogados debería abrir la discusión.
Las "reglas holandesas" no son laxas. En síntesis, se requiere que el paciente tenga una enfermedad terminal, que haya solicitado reiteradamente la eutanasia, que el procedimiento lo lleve a cabo un médico y que otro galeno certifique la condición del enfermo. Quienes votaron en el Parlamento holandés no eran ni médicos, ni enfermos, sino humanos que han debatido sobre el tema durante años. Ciento cuatro dijeron sí, 40 no.
La eutanasia no es un problema médico, ni de los enfermos terminales, ni de sus familias; es un asunto que atañe al ser humano y que confronta al gremio médico. ƑDónde empieza y dónde finaliza la ayuda médica?, Ƒes correcto abandonar al paciente terminal o a quien padece -palabras de Kevorkian- "sufrimientos interminables"?, Ƒes moralmente aceptable soslayar las solicitudes de enfermos que consideran digno y humano finalizar su vida por "dolores insuperables", sean físicos, sean del alma, y/o por ausencia de esperanza? Y, finalmente, Ƒes buena medicina acompañar en la muerte inducida a un paciente, a quien se conoció y trató por décadas y para quien lo que resta de vida es agonía, dolor, atropello a la dignidad?
Cuando lo anterior no existe, cuando no se ha reparado en esos tópicos, quienes se encuentran enfermos y convencidos que la muerte es la mejor opción, en ocasiones, se suicidan. Suicidarse no es acto sencillo. Por eso, es frecuente que los intentos sean fallidos o los procedimientos ineficaces y terriblemente dolorosos. Esos fracasos cuestionan profundamente la calidad médica-humana.
ƑQué decir a aquellas personas que optan por el suicidio pero fallan? Buen número de esos seres son viejos abandonados y pobres, con diversas enfermedades y cuyas posibilidades de llevar una vida digna son mínimas. La mayoría suelen solicitar previamente asistencia médica o "avisan" que se suicidarán. Muchas veces, buscan ayuda con la intención de paliar sus males físicos y sus problemas anímicos. En general, la comunidad -médicos, familia, religiosos- no responde adecuadamente. Así, en la soledad, olvidados, y ante la amenaza de enfermedades terminales o crónicas, estas personas consideran que la eutanasia permitirá una salida digna. Quienes intentan suicidarse y fracasan, amén del trauma de saberse vivos en contra de su voluntad, quedan estigmatizados y con frecuencia con mayor deterioro físico y mental. Las historia de algunos ancianos son dramáticas, pues, en no pocas ocasiones, encuentran la muerte después de varias tentativas. Ingieren medicamentos, pesticidas o raticidas, se cuelgan, procuran asfixiarse o se cortan las venas hasta que, finalmente, tras múltiples descalabros, se arrojan al vacío o se inmolan a plena luz. No es raro que la muerte se consiga hasta el tercer o cuarto intentos.
Lo mismo sucede con algunos enfermos que son sometidos a tratamientos extensos, muchas veces de escasa importancia. Los testimonios de los familiares de quienes murieron bajo los esquemas rigurosos de la medicina contemporánea deben ser escuchados. Y los de los médicos que consideran que en algunas circunstancias la eutanasia activa es más humana que muchas terapias, también. Se habla de la santidad de la vida -argumento fundamental en contra de la eutanasia- pero sería también justo que hablásemos de santidad de la muerte.
En la medicina contemporánea, los doctores tienen dos obligaciones fundamentales: cuidar a sus enfermos -mantenerlos santos de ser posible- y respetar su autonomía. Sufrimiento, dolor intratable, "disminución" de la condición humana y desesperanza son situaciones subjetivas, cuyo significado depende sólo del paciente. Sólo él sabe "hasta cuándo" es "hasta cuando". No escuchar los deseos del enfermo, forzarlo a seguir tratamientos, no oír sus peticiones, prolongar martirios innecesarios y no acompañarlo cuando decide morir con dignidad, implica desatender al enfermo.