Ť No saben cómo atenderlos y los abandonan: Elizabeth Mora
Ancianos convertidos en indigentes por familiares
Ť La Coruña aloja a adultos mayores,
algunos con males psiquiátricos
SUSANA GONZALEZ GUTIERREZ
Con una capacidad para atender hasta 300 personas, el albergue de La Coruña, localizado en la colonia Viaducto Piedad, aloja a 40 por ciento de mujeres de la tercera edad que hasta hace poco contaban con hogar y familia, pero que se convirtieron en indigentes al dejar de ser productivas y padecer enfermedades físicas o mentales.
"Muchas veces los parientes no saben como atenderlas ni como distribuir su tiempo porque tienen que salir a trabajar. Entonces lo más fácil para ellos es abrir la puerta y dejarlas que se salgan para que se pierdan", señala Elizabeth Mora Chabert, subdirectora de Atención a Indigentes y Adultos Mayores del DIF-DF, instancia encargada de La Coruña.
Cada mes ingresan al lugar 110 personas por vez primera, muchas de ellas por su propio pie "porque alguien les dijo que existe el albergue e incluso hay gente que llega con maletas", indica la funcionaria, pero la mayoría es canalizada por las agencias del Ministerio Público y remitidas durante los rondines nocturnos que las autoridades capitalinas efectúan por la ciudad para evitar que la gente duerma en la calle.
Asegura que una cantidad similar egresa en el mismo periodo y que a pesar de contar con población longeva enferma que a menudo cae en estados depresivos sólo ocurrieron siete decesos por muerte natural durante todo el año pasado, pero aclara que "cuando están más enfermas son trasladados a los hospitales y ahí es donde llegan a fallecer".
Por reglamento, el albergue puede alojar hasta por cinco meses a los indigentes mientras encuentran un lugar y trabajo para sobrevivir. Sin embargo, ésta condición no se cumple cabalmente con los ancianos "disfuncionales", aquellos que físicamente no se valen por sí mismos, que padecen demencia senil o mal de Alzheimer.
Aún así, hay casos de viejos que han sido corridos del lugar, como ocurrió con Margarita Barrientos Calderón, una mujer de 64 años, quien fue echada "por despertar a la trabajadora social para tirar la basura" y tuvo que recorrer los albergues de Atlampa, la Conchita y Plaza del Estudiante, pero nadie la recibió, para regresar nuevamente a La Coruña luego que un coche la atropelló.
Orden ante todo
Para ingresar al albergue de La Coruña, el cual permanece abierto las 24 horas, aunque la mayor afluencia siempre se registra durante la noche, los indigentes son entrevistados por trabajadores sociales, médicos y psicólogos para determinar tanto su condición económica como su estado de salud física y mental.
No se les permite ingresar bajo el efecto de alguna adicción o droga; se les prohíbe introducir cualquier objeto punzocortante y no pueden entrar más que con sus pertenencias personales indispensables, como la ropa, "porque no tendríamos espacio suficiente para que cada uno tuviera su ropero o cómoda, además perderíamos el control sobre lo que guardan ahí y podrían generarse robos ", advierte Mora Charbet.
De por sí, señala, es difícil que las personas que siempre tuvieron su hogar y pertenencias puedan adaptarse a un nuevo tipo de convivencia como es el dormir con 20 personas en una habitación común "ya que se molestan porque su vecino de cama ronca, se para durante la noche, habla en sueños, no alcanza a llegar al baño o le roba la cobija y zapatos".
Con todos ellos se realiza terapia de grupo o individual, ejercicio de rehabilitación física y dinámicas de grupo. Incluso varios de los indigentes de la tercera edad se abocan a realizar trabajos propios de la profesión que desempeñaron durante su vida, como albañilería y plomería, mientras otros son encauzados en diversos talleres.
Una historia
En el albergue no existen varones jóvenes, pero sí ancianos que representan la tercera parte de su población total.
Al fondo de las instalaciones, mientras una cuadrilla de ancianos palea el cascajo que quedó de la remodelación inacabada del lugar y otro grupo espera que la gericultista organice los diarios ejercicios de rehabilitación física, Javier Ostos, sentado en una silla de ruedas con una cobija echada sobre los hombros, sólo mira a sus compañeros en espera de que el sol caliente el ambiente.
De abundantes cejas y barbón, con gesto adusto, apenas se atreve a musitar avergonzado que durante toda su vida trabajó como "mozo de casa" y que nunca se casó. "¿Para qué? ¿Para hacer pasar hambre a alguien más?".
"Yo nací en 1916 y desde los quince años me salí de mi casa. Mi madre era muy enojona, nos pegaba por todo y tuvo muchos maridos... desde entonces no supe nada de ella ni de mis hermanos".
Don Javier no se acuerda desde cuándo llegó al albergue, asegura que no lo tratan mal y admite que también tuvo mal carácter, pero que nunca se metió con nadie porque "¿qué tal si lo mato? Me iba peor". En cambio, la cara se le ilumina un poco cuando recuerda que le gustaba ir al cine: "lo conocí desde que era en blanco y negro, y sin sonido" y la sonrisa aparece cuando confiesa que le gustaba Dolores del Río.
--¿Nunca vivió con nadie? ¿No tuvo familia, hijos? ¿Cuál fue el momento más feliz de su vida?
--Pa' que le voy a echar mentiras, siempre estuve solo.
Mujeres golpeadas
Desde 1997 los albergues del DIF tienen actividades múltiples a diferencia de lo ocurrido años atrás con administraciones pasadas cuando sólo funcionaban de noche. Además de los indigentes de la tercera edad, La Coruña se caracteriza por alojar a mujeres con problemas psiquiátricos, algunas de ellas con hijos que deben estar inscritos en alguna escuela, de acuerdo con los requisitos del albergue.
"Ellas tienen que inscribir a sus hijos en algún Cendi, Cadi o escuela, mientras reciben capacitación en algún oficio para que salgan a buscar trabajo o un lugar adonde vivir. No siempre consiguen un trabajo estable, la mayoría de las veces se trata de subempleos que pueden perder, entonces reingresan al albergue y pueden permanecer aquí el tiempo necesario en lo que se establecen", manifiesta Elizabeth Mora.
El equipo de trabajadores sociales y psicólogas del albergue también se encargan de fortalecer su autoestima. Durante toda la mañana tienen diversas actividades y entre ellas la lectura de cuentos o poemas que ha servido para que las mujeres comienzan a hablar de sí mismas y su problemática.
Así ocurrió, por ejemplo, con la lectura de Demasiado amor de Sara Sefchovich, que detonó el regocijo, las risitas nerviosas, el deseo y hasta el llanto del grupo durante la hora del cuento. "Los hombres no deben maltratarnos, menos si nos quieren", fue la conclusión del ejercicio en un grupo donde el común denominador es haber tenido maridos golpeadores. "Yo quedé así luego de que mi marido me pegó más fuerte que nunca", dijo por ejemplo Anita, al referir que desde entonces la cabeza le comenzó a doler mucho y fue uno de los motivos por los que llegó al albergue.