Quiero decir que me solidarizo plenamente con estas palabras de Rudolf Arnheim y las hago mías, como sé que las harían suyas, si las conocieran ?o las harán suyas, cuando las conozcan? no nada más los pintores que se han reunido en esta muestra, sino casi todos los artistas que he tenido la fortuna de conocer. Porque es evidente que resulta mucho más fácil hablar de los rasgos sociológicos, políticos, económicos o históricos que rigen una época y que, supuestamente, ''se reflejan" en el trabajo de los artistas en su tiempo, que ver qué hay de esencial en esas mismas obras que le dan forma a su tiempo, y que, a la vez, consiguen trascender su tiempo, hasta lograr la categoría de verdaderas obras de arte.
Otro tanto sucede con los rasgos psicológicos de un artista y con las interpretaciones de orden psicológico o psicoanalítico que se hacen sobre su obra.
Albert Porta, mejor conocido como Zush (nombre que adoptó en 1968 cuando un enfermo de esquizofrenia internado en el Hospital Frenopático de Barcelona en el que el artista había sido internado en ese momento pronunció, al verle, esa palabra), ha tenido que batallar toda su vida en este sentido contra los críticos que han pretendido ver en la locura una ''explicación" fácil de su obra.
Como si la locura fuera un solvente universal que pudiese resolver o hasta disolver todas las perplejidades que suscita una obra de arte como la suya. Como si el cómodo expediente de atribuir a la locura la génesis de la creatividad de un ser humano pudiera agotar el misterio de una obra de arte cabal. Sin más.
Zush insiste, hasta el día de hoy, en no definirse como pintor, y sí, en cambio, en la libertad de seguir viviendo a su aire: ''Hago lo que hago por placer: para curarme y ser feliz".
Y nosotros, que hoy vemos por primera vez sus cuadros en México, ¿no podemos sentir, acaso, que estas cabezas descomunales, estas volutas de humo de colores, estos seres de risible pesadilla, no son otra cosa que emanaciones de un volcán interior? Exorcismos plásticos de un país imaginario. Un volcán contenido a duras penas que suelta energía para no explotar.
A este país imaginario Zush le ha dado un nombre: EVRUGO, el fantasmático estado mental que Zush ha creado para pedir y brindar asilo a todos aquellos que, hartos ya del supuesto orden y la endeble racionalidad que mantiene el caos en el mundo, quieren vivir de otra manera, en otro lugar, otra cosa. Aquí se trata de vivir, como decía Baudelaire: ''En cualquier lugar, ¡con tal que esté fuera del mundo!"
En la Quincuagesimoquinta utopía, el largo ensayo que Miguel Copón dedica a las creaciones de Zush, en La campanada, el catálogo en forma de libro que publicó el Reina Sofía, y que lleva el curioso y significativamente prolijo subtítulo de ''Breve relación de las normas a llevar a cabo para construir estados imaginarios, acompañadas de otras razones en torno del mismo tema, con una narración sobre la visita ejemplar al Estado de Evrugo, en conversación con su único habitante'', encontramos esta definición del Evrugo Mental State de Zush: se trata de ''una comunidad solitaria establecida desde una lógica artística y dispuesta mediante una constitución azarosa".
Más adelante en el mismo texto dedicado a revelar el carácter de la utopía de Zush nos aclara Miguel Copón: ''El estado de Zush nace de ideas que procuran imágenes, que a su vez buscan nuevas ideas en que continuar la labor de significación..." Y agrega para redondear: ''El autor/fundador se reivindica a sí mismo no desde la perspectiva de un generador de imágenes, sino como un pensador que se apoya en ellas para realizar su misión de desentrañamiento del mundo".
El subrayado es mío, y me parece muy importante que los espectadores lo tengan en cuenta a la hora de ver su trabajo, pues como dice el mismo Zush cuando intenta definir lo que entiende por pintar:
''PINTAR: He cogido esta palabra por razones obvias, pero no tengo nada que decir. Bueno, en realidad dicen de mí que no soy pintor. Brossa siempre me lo decía: 'Tú te lo mereces, porque no eres pintor'. A él no le caían bien los pintores y, al decirme eso, me echaba un piropo. Y yo, encantado. Porque yo soy un pensador que se expresa por medio de imágenes, música, palabras... para enseñarle a los demás cómo juego con las cosas que voy haciendo. Sin más.''
Se ve que Zush ?como resulta obvio por lo que llevo dicho hasta ahora, así como por el carácter filosófico de su pensamiento y su personal modo de expresarlo? no tiene problema con las palabras. A diferencia de muchos pintores que se resisten a la conceptualización y a expresar en público ?ya no se diga poner por escrito? sus ideas, Zush nunca ha rehuído esta dimensión literaria que forma una parte esencial de su trabajo y de su forma de entender el arte. De hecho, ha hablado ya tanto al respecto, que hace poco tiempo le confesaba con sinceridad a José Miguel Ullán en su Autobiografía no autorizada:
''Lo dicho: estoy hartísimo de contar todo eso: lo del manicomio, lo del bautismo, lo de mi Estado, EVRUGO, lo psicomanualdigital y lo del caldo de ideas, recién hecho..."
Sin embargo, por más que Zush esté harto de hablar de este caldo de ideas, no puede dejarse de lado todo esto en un texto como el presente, dedicado a su obra y al encuentro con los espectadores y con los artistas en México. Y como tampoco puedo dejar de lado esta noción central en la obra de Zush, ''lo psicomanualdigital", no tengo más remedio que citarlo en extenso, tal y como la Oficina de Prensa de Evrugo Mental State lo asienta en su Biografía autorizada:
''Zush ha sido uno de los artistas pioneros en la utilización de tecnología de punta aplicada a la creación plástica desde la década de los ochenta, no considerándose ni apocalíptico ni integrado. Su postura se centra en el concepto acuñado por él mismo, PsicoManualDigital, que recoge a su vez toda la filosofía del artista: un ser pensante (psico) que se vale tanto de todas las posibilidades que le ofrece el entorno y su propio cuerpo para desarrrollar esas ideas en imágenes (manual) como de los distintos medios ofrecidos por la tecnología (digital).''
Toda la obra sui generis de este artista singular nacido en Barcelona, en 1946, se ha ajustado, de un modo u otro, y desde su primera exposición en 1968 en la Galería René Metras, y titulada significativamente Alucinaciones, a esta concepción.
Se trata, en realidad, y como ya ha quedado dicho a lo largo de este texto, más que de una idea o de una serie de ideas, más que de un sistema filosófico o de una teoría del arte, más que de una utopía artística, de un verdadero anhelo.
¿Y en qué consiste este anhelo? Tal vez en aquello que decía Ezra Pound: entender que, por más que nuestros errores y naufragios nos rodeen, la belleza no es locura. O en aquello que pedía Van Gogh de un cuadro: ''Algo consolador como una música".
O tal vez consiste en ese ''valor de la presencia" del que ha hablado con tanta urgencia y en tantas ocasiones Antoni Tàpies y que tendría que ser en las obras de arte que vemos ''tan fuerte como el de un talismán o de un icono que, sólo con tocarlos con la mano o aplicándolos al cuerpo, hicieran sentir sus efectos benéficos".
En la puesta en práctica de esta forma de entender el arte, tal como se da en el caso de Zush, hay que reconocer no sólo las ideas y la práctica de sus ancestros inmediatos, los maestros del siglo XIX y XX, sino también la influencia de las artes mágicas, del arte negro y oceánico, del arte prehispánico.
Y nosotros, lo mismo espectadores que cómplices de esta pintura, debemos reconocer que esta manera de entender el arte no sólo nos ha servido a muchos de nosotros para librar la incierta travesía cultural de las décadas recientes, sino la mucho más incierta travesía de eso que llamamos vivir.