DOMINGO Ť 7 Ť ENERO Ť 2001

Ť A los nuevos internos se les hace sentir "como chinches", revela un ex guardia

Trabajar de custodio en Almoloya equivale a ser "edecán del infierno"; sus muros matan

Ť El penal de La Palma es un lugar "fatal, deprimente"; sólo hay rejas, cemento, rejas...


GUSTAVO CASTILLO GARCIA

Pertenecer al cuerpo de seguridad de Almoloya significa "ser edecán del infierno", formar parte "de un lugar que por su diseño y políticas internas no requiere de excesos físicos, pero donde, desde un principio, al interno a su arribo se le hace sentir como una chinche".

Un ex custodio del Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) número 1, al que aquí se le llamará Miguel, pues él mismo -tras identificarse plenamente- pidió dejar su nombre en el anonimato, narra su experiencia como custodio entre 1991 y 1993 en el ahora llamado penal de La Palma y del que todo mundo sabe que ahí es adonde van a parar quienes son calificados como "criminales de alta peligrosidad" y del que muy pocos han salido para quedar en libertad.

Cuenta que dos años antes de la apertura de esa prisión de máxima seguridad, la Secretaría de Gobernación empezó la contratación del personal que atendería las distintas áreas de ese nuevo y "moderno" centro penitenciario.

Así, la historia de Miguel en Almoloya se inicia un día que, al viajar en el Metro, se topa con un cartel en el que "el Cefereso y la Secretaría de Gobernación ofrecían empleo a quienes quisieran laborar como personal de seguridad y áreas administrativas".

Con estudios de preparatoria y de nivel técnico en contabilidad, decide acudir a Plaza de la República, "muy cerca de la CTM, ahí por las calles de Vallarta, a unas oficinas de Gobernación en donde se realizaban las entrevistas. Les dije que quería ser empleado administrativo, pero me respondieron que el único puesto disponible era como custodio. Los requisitos exigidos eran: medir más de 1.70 metros, conocer del manejo de armas, tener un físico atlético, voz fuerte, como de mando, y tener el gesto adusto".

Pasaron unos días sin tener respuesta a la solicitud. "Me habían dicho que ya existía una persona para el puesto administrativo y que solamente que él renunciara a los exámenes, tendría una oportunidad. Pero me hablaron. ƑCómo iba yo a pensar que me ofrecerían ser custodio, si además no cubro la estatura requerida, soy delgado y mi voz no es muy gruesa y sí bastante afable? Además, no conocía nada de armas".

Capacitación de ex militares

"Pero así fue. Me llamaron y acepté. Inicié un curso de capacitación. Ingresé en el segundo bloque de contrataciones. A los primeros los capacitaron en el Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe). A mí, junto con los otros, que habían sido taxistas, agentes judiciales, soldados y hasta obreros, nos entrenaron ex militares durante seis meses en unas instalaciones que están frente al penal.

"Así, a nosotros nos tocó recibir la primer remesa de internos procedentes de Jalisco y Santa Martha Acatitla", recordó.

Entre ellos iban Alberto Sicilia Falcón, conocido narcotraficante de los años 70; Oliverio Chávez Araujo, considerado entonces como el Rey de la cocaína; Rafael Caro Quintero, líder del cártel de Sinaloa junto con otros narcos como Angel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Don Neto y Juan José Esparragoza Moreno El Azul.

Miguel comenta que entre su capacitación figuró la técnica para "catear y cachear a los internos". Pero no fue todo: también recibieron la indicación de que a un recluso "hay que hablarle fuerte, gritarle a veces y, en otras, someterlo". custodios-almoloya-arizme

En Almoloya, confirma, se utilizan las camisas de fuerza "para controlar a quienes ya no escuchan razones". Ello ocurre, detalla, en los cuartos acolchonados ubicados en el área de segregación.

"Almoloya es un lugar fatal, deprimente; la construcción, en sí misma, mata; sólo hay rejas y cemento... rejas y cemento... Muy limpio todo, eso sí. Pero a final de cuentas, sólo rejas y cemento por todos lados. Los colores que se ven adentro son muy pocos, claros la mayoría de ellos", comenta.

-ƑHay instalaciones subterráneas, como aseguran algunos visitantes y abogados de los reclusos?

Miguel comenta sobre lo que él conoce: "No. Sólo que hay muchos pasillos, muchas subidas y bajadas, vueltas y vueltas, pero está a nivel del suelo. La cárcel está diseñada para perderse; fue construida de acuerdo con un modelo francés, eso nos decían.

"El ingreso de un recluso se hace por la zona de aduanas. Se le conduce a un patio, pero lo primero que se hace es impactarlo, hacerlo sentir como una chinche. Tiene que sentirse pequeño. Un médico le revisa todo y totalmente desnudo. El interno tiene que correr, que hacer sentadillas. Un examen médico completo.

"Luego, se le entrega la ropa del uniforme y una vez que se viste, rápido, corriendo, se le lleva al Centro de Observación y Clasificación (COC). Tiene que ser un movimiento rápido, porque como ingresó por la zona más cercana a la salida, tiene que perder el sentido de la ubicación, de la distancia, del sitio donde está...".

Una vez que llega al COC, viene otra revisión física y se le asigna celda.

Posteriormente el interno conocerá el reglamento del centro penitenciario. Se le entrega un ejemplar. Se le dan a conocer sus obligaciones, entre ellas bañarse diario y obedecer, sin réplica, las órdenes que se le den.

Miguel añade que hasta 1993 las visitas íntimas y familiares no eran videograbadas. Los "diamantes" (nombre que se les da a los centros de observación que operan a través de circuito cerrado de televisión) se orientaban sólo hacia los pasillos. Mientras, en otra área, operaban las cámaras del COC para la vigilancia de cada una de las celdas.

Pero con todos esos controles, Miguel conoció en Almoloya a internos que elaboraban su propio "pulque". Lo hacían así: un refresco Boing permanecía abierto durante varios días, le echaban pan y alguna fruta. Esperaban su fermentación y todo esto lo colaban con el propio uniforme y quedaba listo para beberse.

Además, a los reclusos, "la mayoría adictos a alguna droga", se les daban medicamentos -todavía hasta 1993, cuando Miguel renuncia a ese trabajo- con el fin de calmar sus ansias. "Pero muchos que no consumían estupefacientes mantenían las pastillas en la boca y se las sacaban o las vomitaban. Las ponían a secar y luego las cambiaban a otros presos por favores, que regularmente consistían en protección".

En esa cárcel de máxima seguridad, hasta la época en que laboraba, el tráfico de cosas prohibidas consistía sólo en dulces, cigarros, navajas de rasurar o calmantes.

"Cuando se descubrió que había quienes guardaban por varios días sus medicamentos y luego los cambiaban, se optó por machucárselos y hacerlos polvo. Se les daba un vaso con agua para que se los pasaran. Pero aun así, había quienes no los tragaban. Mantenían polvo y agua en la boca. Una vez que la enfermera que los suministraba se retiraba, los escupían sobre sus ropas, juntaban el polvo, lo secaban y también lo vendían a quien lo quisiera".

Miguel señala que cuando un interno era sorprendido en actos que contravienen lo estipulado en el reglamento, por ejemplo lanzar una cuchara a otro preso, "se les conducía a las áreas de segregación. Pero había ocasiones en que llegaban a ser tantos los que cometían infracciones, que eran regresados a sus celdas".

Acepta que "a veces se cometían excesos, porque algún desquiciado que no podíamos controlar golpeaba a alguien y era fácil que se le diera un golpe de más, pero no era siempre".

A Juan José Esparragoza Moreno, El Azul, lo recuerda como "una gente muy alegre, amable, respetuoso, un líder nato, inteligente, que le gustaba pintar". A Don Neto, como "el ancianito más tierno que puede haber; todo lo pedía de buena manera. Me decía: oficial, por favor súbame a mi casa, ya me cansé de estar aquí".

De Caro Quintero dijo que "nada le parecía bien, pero no agredía a nadie. Cuando le llevaba agua decía: qué chingadera es esto.... Era así, a disgusto con todo lo que se les ofrecía, pero nada más".

Cecilia Falcón "se dedicaba a trabajar en la maquila de ropa; no lo hacía para ganar dinero; era su distracción de todo eso".

El ex custodio comenta sin embargo que "muchas máquinas de coser se echaron a perder porque realmente no había oportunidades de empleo en Almoloya, además de que muchos que trabajaban demoraban hasta seis meses o más sin cobrar por su trabajo".

Cuando Juan Pablo de Tavira (asesinado recientemente en Hidalgo) era director de Almoloya, "a las visitas se les trataba con mayor delicadeza, porque ya sabía uno que de por sí llegaban impactados".

Al preguntársele el porqué dejó de trabajar en Almoloya respondió: "porque estaba harto, llegaba incluso a gritarle a mis hijos debido al estrés que genera estar esa prisión. Trabajar fuera es hacerlo en el cielo. Estar allí, de custodio, era como ser edecán del infierno".