EL MUNDO DE ALI BABA
Cinco de las principales empresas de tecnología que
cotizan en la bolsa electrónica Nasdaq tienen por sí solas
un valor de mercado que casi triplica al producto interno bruto de todos
los países latinoamericanos en conjunto, algunos de los cuales,
como México --que es incluso miembro de la OCDE-- Brasil o Argentina,
son considerados miembros del pelotón de los llamados "emergentes"
del subdesarrollo económico.
Este dato revela el rápido crecimiento del ramo
de las nuevas tecnologías y la transformación de la economía
mundial bajo ese tremendo impacto que hace hablar de "nueva economía"
pues, mientras el mercado en general, en las últimas dos décadas,
crecía poco más de cinco veces, el de los productos electrónicos
y cibernéticos se multiplicaba por más de 20, a un ritmo
cuatro veces superior. Pero también expone claramente la enorme
concentración de la riqueza --y, por lo tanto, del poder-- en manos
de unas pocas compañías, cuyo peso económico y político
les permite tener una influencia decisiva en los gobiernos del Grupo de
los Siete (las potencias económicas más industrializadas)
y enfrentar con enormes ventajas la resistencia de aquellos Estados más
débiles. En este marco se puede analizar, por ejemplo, la disputa
entre Estados Unidos y Brasil sobre la industria electrónica de
este último país, o entre Washington, París y Berlín
con respecto a la industria del entretenimiento, la cultura y el espectáculo.
En resumen, quien conduce hoy el baile planetario es una
oligarquía cada vez más reducida en número y más
poderosa económicamente, pues pasa por un dinámico proceso
de sucesivas fusiones y adquisiciones entre gigantes y, en una versión
moderna de Las mil y una noches, controla a la vez el acceso a buena parte
de la riqueza mundial en una especie de cueva electrónica de Alí
Babá y tiene a su servicio a los poderosos Genios del Pentágono.
¿Dónde quedan entonces en este panorama
la democracia, la libre información, las ciudadanías, cuando
en realidad el mundo absorbe el conocimiento y la versión de la
realidad que estos consorcios manejan? Recordemos que la campaña
presidencial estadunidense acaba de costar 3 mil millones de dólares,
en cifras oficiales, para conseguir movilizar a sólo poco más
de la mitad de un electorado cada vez más alejado de las decisiones.
Es que para ser ciudadano --o sea, para intervenir activamente
en la construcción del propio futuro nacional--, en primer lugar
hay que estar libremente informado, y la opinión y la presión
de la ciudadanía, además, deben tener canales no sólo
adecuados sino también poderosos para la acción política,
cosas que esta concentración de la riqueza y del poder impide cotidianamente.
La gran industria, por supuesto, pregona la libertad y
habla de que la democracia es un mundo de iguales pero, como en el 1984
de George Orwell, es evidente que hay algunos más iguales que otros.
Es clara, por lo tanto, la urgente necesidad de volver a analizar no sólo
el papel de los Estados, hoy disminuidos y en desventaja frente al capital
financiero internacional, aparentemente omnipotente, sino también
los lugares en que se puede recuperar la política para los ciudadanos
y los medios adecuados para organizar redes que reconstruyan la democracia. |