Ť En la Plaza México, El Cordobés revivió lo mejor y lo peor de su padre
Con inválidos de Vistahermosa, triunfan Ortega y Jerónimo
Ť Las reses de Barbachano sin fuerza ni bravura Ť Apenas,
10 mil espectadores
LUMBRERA CHICO
Con un séptimo cajón o torito de regalo, escogido tramposamente a pedir de boca, Manuel Díaz, El Cordobés, revivió ayer en la Plaza México algunas de las estampas que hace 35 años consagraron en el mismo ruedo a su padre.
Vestido de tabaco y oro, la figura muy vertical, ligeramente despatarrado, el heredero corrió la mano por ambos lados logrando, como Manuel Benítez, que el toro (en este caso novillo) formara un arco de luz vibrante en torno de su cintura, al tiempo que la muleta era arrastrada a escasos milímetros de los pitones (en este caso platanitos) del burel.
Pero si a estampas vamos, el hijo del último fenómeno de la tauromaquia española reditó igualmente lo peor de su maestro, y aquí todo mundo sabe que el adjetivo alude al espantoso salto de la rana, que algunos aficionados de sol, más bien en chunga, le pidieron con insistencia. Y como el madrileño (extraña cosa: un cordobés madrileño) estaba en plan de complacer a los cinco mil espectadores que se quedaron a verlo, pegó en dos ocasiones el trapazo del batracio, que nadie le protestó ni le aplaudió sin embargo.
En el curso de la lidia ordinaria, Jerónimo sacó al fin la enorme clase que hace tanto la México deseaba disfrutar, y muleteó deliciosamente, con temple y con hondura, a Sol, un castaño delantero de cuerna, con 491 kilos en la pizarra, que resultó ser el más fuerte del encierro de Vistahermosa, del ganadero yucateco Jorge Barbachano, quien mandó un septeto bien presentado pero débil y sin casta alguna, con excepción de Almendro, de 489, el más engarzado de todos, pero que fue devuelto a los corrales a petición popular por su escaso trapío.
Mención especial debe otorgarse al tlaxcalteca Rafael Ortega, que realizó dos faenas casi idénticas, a Cubano, de 512, y a Rayito, de 506. Con ambos, negro bragado el primero y castaño el segundo, el diestro cubrió los tres tercios, cortando una oreja a cada animal, inexpresivo pero voluntarioso con el capote, hábil y eficaz con las banderillas, y sobrado de valor con la muleta, aunque acabó jugando al tremendismo encimista cuando las reces se quedaron completamente paradas. Por ello tiene particular mérito el estoconazo que le asestó a Cubano al que mató recibiendo en el instante más feliz del festejo.
Vistahermosa: puras apariencias
La duodécima corrida de la temporada menos chica 2000-2001 atrajo apenas a 10 mil espectadores y tuvo un desarrollo monótono y expedito durante el juego de los cuatro primeros bovinos, que fueron despachados, cada cual, de un solo y certero espadazo. Los animales saltaron a la arena con kilos pero sin bravura ni fuerza, tomaron una sola vara, se desplomaron a consecuencia del puyazo y se volvieron de piedra en el tercer tercio.
Tras el modesto triunfo de Ortega, El Cordobés se las vio con Gallito, de 485, del que no obtuvo nada. Jerónimo se enfrentó a Barbero, de 504, y al torearlo por la cara con la muleta, fue empitonado y rodó entre capotes salvadores con la pierna derecha desnuda pero ilesa. Volvió a la carga sin mucha resolución, pero el bicho era ya infumable, así que lo mató de una estocada entera, si bien caída, y se retiró en silencio a que le zurcieran la talegilla.
En la segunda parte de la función, Ortega cortó otra oreja, El Cordobés se desdibujó frente a Galán, de 511, al que pinchó dos veces rompiendo el promedio de una estocada por toro, pero tras el segundo pinchazo, el cuadrúpedo se entregó sin más a la cuchilla del puntillero, que falló en su primer cachetazo y fue dejado jocosamente por El Cordobés para que no se afligiera.
A Jerónimo le salió, el sexto lugar, Almendro, de 489, que parecía el único bravo de la tarde pero la silbatina de los aficionados, y la mansedumbre del juez Heriberto Lanfranchi, lo devolvieron a los corrales y en remplazo vino Sol, de 491, que después de una lidia muy desordenada se fijó en la muleta del diestro poblano y éste lo toreó por la derecha en dos tandas llenas de profundidad poética, ratificando la clase que mostró el día de su debut hace ya algunos años que empiezan a ser demasiados para una joven promesa que no termina de cuajar.
Y entonces, cuando todo era ya frío y oscuridad en la plaza, vino Caramelo, de 480, un berrendo y castaño de la ganadería de Julio Delgado, escogido a propósito por y para El Cordobés. Hermoso sin duda, pero falto de pitones y con aire de novillo, lejos de ser el torito de dulce que evocaba su nombre, embistió con suavidad y nobleza, incapaz de imaginar siquiera una cornada, y aunque contribuyó a que el diestro destapara la nostalgia de los antiguos aficionados que se enardecieron hace décadas con las hazañas de Manuel Benítez, dobló tantas veces las manos que echó a perder los prefabricados planes de gloria de este extraño cordobés de Madrid.