MARTES Ť 9 Ť ENERO Ť 2001
Teresa del Conde
El nuevo Munal
Valieron la pena los esfuerzos conjuntos de personas, instituciones y empresas. Los logros están a la vista del público en el amplísimo e impresionante Museo Nacional de Arte (Munal), algunas de cuyas salas recuerdan las del Metropolitan de Nueva York, un recinto ideado bajo conceptos europeos. Por ello Graciela de la Torre (antes Reyes Retana) y todos los que allí colaboraron, en persona o con sus medios, merecen entusiastas felicitaciones. Eso no quita el hecho de revisar algunas cosas.
Empezaré por las salas destinadas al arte colonial en el tercer nivel. Declaro de antemano que no soy una rendida admiradora de la pintura del virreinato (de la escultura y de la arquitectura, sí). No obstante, la iconografía ha sido siempre fuente de profundos intereses y la distribución, por autores o por temas, en términos generales resulta clara, sobre todo por lo siguiente: es la primera vez que verdaderamente se ven estas pinturas, muchas de ellas de formato enorme, en salas apropiadas de un museo, con iluminación adecuada. Eso no quiere decir que todas sean buenas (las hay horribles).
No me refiero a su autenticidad, sino a otra situación: un cuadro de José de Mora -pintor hasta donde sé no muy famoso- del último tercio del siglo XVIII puede resultar interesantísimo a los que nos gusta ver pintura temática, en este caso se trata de Chalma. Igualmente nos puede parecer deleitoso observar la representación de un Cristo procesional con túnica roja, de principios del XVIII, y las razones que podemos aducir para resaltar sus valores están vinculadas con el gusto desarrollado por el arte de las modernidades.
Podemos reconocer que hay algunos pintores tenebristas en la Colonia, que prosiguieron con buen nivel las propuestas de los caravaggistas de Utretch, que a su vez fueron seguidores de Caravaggio, o bien detectar que un pintor como Arteaga es capaz de suscitar emociones incluso hoy día, aunque su alargado Cristo manierista no sea una maravilla, pero sí es una buena pintura, no tanto como otro cuadro suyo, sobre la duda de Santo Tomás de Aquino.
Vemos estas obras como pinturas, y centramos la atención en las que son buenas, no en las que son simplemente testimonios históricos o religiosos. Así, las pocas obras virreinales que se exhiben en la Colección Blaisten (una muestra de camera que sirve de abreboca muy selecto para relacionar los diferentes rubros exhibidos en otras salas) son muy buenas; se disfruta mirando una trinidad del Antiguo Testamento, de Andrés López (precioso cuadro), junto a las soberbias Parcas de Manuel Rodríguez Lozano, y cerca de ellas El pelele, de Zárraga. Ese tipo de arreglos, aunque ecléctico, hacen que uno ''descubra" cosas que no conocía, por ejemplo, en mi caso, el espléndido retrato anónimo de la niña jalisciense Guadalupe Bustos, fechado en 1856.
En cambio, aunque en otra sala haya muchos cuadros de José Juárez, el espectador puede sentirse aburrido de ver tanto santo, virgen o mártir de ojos pasmados, pese a que el pintor de esa dinastía (la de los Juárez) sea muy notable. Tal vez sería conveniente que no fueran siempre los expertos en el arte colonial los electores únicos de las obras a exhibirse, sino que se combinaran con connoiseurs como Ricardo Pérez Escamilla o el propio Andrés Blaisten.
El siglo XIX, a su vez, me pareció muy bien seleccionado y hay piezas, como el famoso Tlahuicole, que gozan ahora de una museografía espectacular. No obstante, debo decir que la colección en la que más me detuve fue en la de fotografía, acompañada de documentación por demás pertinente.
El Munal es un enorme y fastuoso museo enciclopédico sobre el arte mexicano. Enhorabuena. En otra ocasión comentaré el episodio Los pinceles de la historia II y quizá las cabinas interactivas, que deben haber consumido una parte importante del presupuesto de reconstrucción. A la remodelación todavía le faltan -sobre todo en el tercer piso- algunos detalles que se deben corregir con esmero, tratándose de un museo tan grandioso.
Entre otras muchas cosas sorprendentes, el Munal cuenta ahora con una cafetería-restaurante que según mi juicio pudo haberse ambientado de manera menos escueta, siguiendo los parámetros, llamémosles ostentosos en el buen sentido del término, que caracterizan la ambientación del palacio.