MARTES Ť 9 Ť ENERO Ť 2001
Ť Terminó temporada con mil 200 representaciones
En Confesiones de mujeres de 30, los hombres no quedaron bien parados
ARTURO CRUZ
El pasado domingo se realizó la última función de la obra teatral Confesiones de mujeres de 30. Estuvo en cartelera cuatro años y se escenificó mil 200 veces, con un asistencia de más de 100 mil espectadores. Pocas puestas en escena llegan a durar tanto tiempo. ƑPor qué se va? Porque los productores tienen otros proyectos. Eso expuso Morris Gilbert.
Reflexión y risa conforman el común denominador de esta pieza en que el reparto cambió. Primero actuaron Zaide Silvia Gutiérrez, Laura Luz y Ana Karina Guevara, a quienes las sustituyeron Pilar Boliver, Elia Domenzáin y Patricia Blanco. Finalizaron el ciclo Joadnydka Mariel, Jana Raluy y Bertha Olivares.
También cambió el escenario: el Telón de Asfalto, teatro Tepeyac y, por último, el Foro Wit (en San Jerónimo). Hubo presentaciones en varios estados. Sobre la asistencia, Gilbert resaltó que fue como "llenar 10 veces el Auditorio Nacional". Fue la primera obra que estrenó Ocesa Presenta como productora teatral. Ha seguido Tres mujeres altas, entre otras, además de las superproducciones El Hombre de la Mancha y El fantasma de la ópera.
Confesiones de mujeres de 30 causó reacciones de diversa índole, dado que aborda detalles (para algunos sustanciales) de la vida de las mujeres treintañeras. Si Kafka hace ver en El proceso (a través de la vida de José K.) que cumplir 30 años (en la Checoslovaquia de su tiempo) implica no ser joven ni viejo, que ya no se puede andar de proyecto en proyecto y, lo peor (o mejor, según el caso) que ya se tiene una reputación; la obra pone el dedo en la llaga: se ha fracasado o triunfado (como mujer) en la lucha por ser feliz.
En tanto que comedia, el tema es abordado de manera jocosa, pero no por ello ausente de ironía. Como hilo conductor, los hombres no quedan muy bien parados en lo sexual. "Somos mujeres de 30 en pleno 2000.
"Cuando acabé con aquel matrimonio... con aquella mierda de vida de casada que llevaba, lo primero que pensé fue... esa sensación... como cuando te tomas un mélox... šalivio inmediato! ƑPuedo tomar el sol? šPuedo! ƑPuedo levantarme a la hora en que se me pegue la gana? šPuedo! ƑPuedo no ver más el futbol por televisión? šPuedo! ... Pero, sobre todo, Ƒpuedo levantarme en la madrugada, ir al baño y sentarme en la taza sin que esté salpicada?". La actriz y las mujeres asistentes gritaron: "šPuedo!".
Varios chistoretes de este tipo alargan la pieza, pero siempre rebotan con la insatisfacción, el deseo de volver a estar casadas, a tener al lado el apoyo del hombre, a la vida en pareja. Solas, van y vienen; las actrices hacen chascarrillos de sí mismas ante supuestos espejos, en los que con nostalgia rememoran cuando sus senos estaban turgentes, retadores de la ley de la gravedad, hasta lo grave del presente, caídos, abiertos; la piel sin arrugas... šah!, pero con la experiencia y la sensualidad en las lides de la vida marital.
Acostumbradas a la vida de pareja, buscan, como en el mito de Diotima platónico, a su otra mitad, pero se encuentran con engendros, corrientes, vulgares, incultos, insensibles, que no sirven para que les hagan el amor.
Las tres bellas actrices muestran sus torneadas piernas, platican de cómo les fue la noche de ayer, que fue como cualquier otra. Ya no las tratan ni las cortejan como cuando eran unas post niñas. Tienen hijos y cargan con ellos a sus citas con el pretendiente. Todo en aras de no estar solas.
El teatro da para mucho y damas maduras ríen entre el público. La venganza futil se da cuando se le pregunta a uno que otro hombre qué es más importante: "Ƒtenerlo grande o saber moverlo?". El regalo: unos condones.
Es la condición femenina trasladada al hipérbaton, a la figura que causa hilaridad o que se trata en Mujer, casos de la vida real, secuela de Nosotros los pobres, ustedes los ricos.
La mayoría apludió los chistes; incluso Marga López (quien con Otto Sirgo, al final develó la placa por las mil 200 funciones) dijo que la obra le hizo aprender y gustar de las groserías, centradas en la impotencia masculina, en carnes flojas, en bellezas idas.