jueves Ť 11 Ť enero Ť 2001

Sergio Zermeño

Economía y sociedad en la diplomacia mexicana

En la semana que acaba de concluir, Vicente Fox y Jorge Castañeda pidieron a cónsules y embajadores de nuestro país, primero, impulsar una imagen de México sustentada en la transparencia y la pluralidad, haciendo un esfuerzo grande de comunicación y de información de lo que sucede en Chiapas ("sin una solución justa y digna a ese conflicto, manifestó Hernández Navarro invitado al acto, cualquier política exterior caminará inevitablemente sobre pies de barro"); segundo, promover nuestro comercio exterior, ya que somos el único país "con la llave de entrada a los dos mercados más grandes del mundo" (Europa y Estados Unidos). Con esto vamos a atraer inversiones y "vamos a romper el ciclo de pobreza y bajo crecimiento". Esa es, agregó el canciller, la "palanca de promoción del desarrollo socioeconómico de México" que permitirá "el impulso a las políticas educativas, de salud...".

En esa primera semana del 2001, otro diplomático destacado, Juan Somavia, le entregaba a Fox una recomendación de la Organización Internacional del Trabajo, que promueve entre los jefes de Estado el llamado "trabajo decente en el contexto de las economías abiertas": hay que "asegurar que el desarrollo económico se traduzca en más y mejores empleos formales que eviten la disparidad y la exclusión... El desempleo, el empleo precario (informalidad) y la desprotección social, agregó, hacen tambalear la vida de las familias... y desatan la violencia adentro y afuera del hogar" (La Jornada, 6/01/01).

Frente a esos dos llamados del mundo de la diplomacia, viene al caso recordar que en 1997, cuando el socialista Lionel Jospin se hizo cargo del gobierno francés, su mejor carta para sacar a aquella economía de la crisis y proyectarla internacionalmente sin renunciar a la lógica de la globalidad, se centró en el tema del empleo: propuso la generación de 350 mil puestos de trabajo para jóvenes con contrato mínimo de cinco años, en funciones que no parecen inmediatamente productivas ni competitivas: desde trabajos en domicilios de personas discapacitadas hasta equipos encargados de prevenir la violencia en actividades escolares, culturales o deportivas.

Hoy resulta claro que la estabilidad de una sociedad (y, como correlato, su atractivo para inversionistas y turistas) ya no depende de la salud de la economía, sino de quienes la habitan: hoy a los jóvenes mexicanos de entre 15 y 25 años les cuesta cuatro veces más trabajo que a un adulto encontrar un empleo remunerado en un mercado en el que tres de cada diez mexicanos ganan hasta un salario mínimo y otros tres alcanzan dos minisalarios (un salario = 15 por ciento de la Canasta Normativa de Satisfactores Esenciales de una familia). Agreguemos que ese joven habita un espacio en el que sólo uno de cada 100 delitos cometidos termina con la captura del presunto responsable y su presentación ante un juez penal (Ƒcuántos de éstos no fueron, además, liberados por "falta" de pruebas, por corrupción judicial?). Sorprende así que los jóvenes sigan buscando trabajo y que éste aparezca todavía, en nuestra sociedad, como un valor positivo (Boltvinik, Ruiz Harrel, De la Barreda).

Tiene razón Castañeda al afirmar que una mejor imagen del sistema político mexicano y la paz en Chiapas redundarán en la reconstrucción de la confianza internacional, en más comercio, mejor turismo, mejores inversiones, y que eso debe sustentarse y traducirse en mejor educación y mejor seguridad social. Pero es necesario también sintonizar ese discurso con el de la Secretaría del Trabajo y con el de Hacienda, que nos anuncian, en lugar de reorganización y capacitación, recortes salvajes de personal en las dependencias públicas y un aumento de 7 por ciento en los salarios mínimos, lo que agravará las deplorables condiciones laborales en la maquila, en los jornales agrícolas, y hará crecer exponencialmente la informalidad (De Buen). En el post liberalismo ya no es válido aquello de que primero hay que crecer (acumular) para luego distribuir. Los miembros del gabinete con mentalidad empresarial deben entender que la única ganancia de México hoy es la salud social, y que la economía y la política deben estar supeditadas a este objetivo. Es fundamental atender las aflicciones del México profundo, pero que eso no sirva para perder de vista que nuestro problema número uno es el México roto: el del empleo precario, la delincuencia y la anomia.