JUEVES Ť 11 Ť ENERO Ť 2001

Olga harmony

La actividad artística

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos nada tuvieron que envidiar a los comicios en Tabasco. El síndrome de los Balcanes ya no es el temor a la fragmentación nacional que sirvió de pretexto para que se incumplieran los acuerdos de San Andrés, sino una horrible expectativa de cáncer para quienes formaron parte -o sufrieron la salvadora acción- de los cuerpos de paz en Yugoslavia, cuerpos a los que se piensa integrar a miembros de nuestro Ejército. Cualquiera pensaría que estamos a la par de los países desarrollados del mundo, pero cómo podemos olvidar a los millones de supuestos aspirantes al vocho, la tele y el changarro (en el caso de que la mala nutrición no los haya convertido en débiles mentales, según ilustre miembro de nuestro gobierno). Somos ciudadanos de un país de carencias y esto se observa en todos los ámbitos, por lo que se debe saber emplear los presupuestos.

Según se desprende del agudo análisis que hizo Soledad Loaeza en artículo reciente, la famosa ciudadanización de la cultura sería dejar la producción artística en manos de cualquier hijo de vecino que se sienta inspirado, lo que es una manera de evadir la responsabilidad estatal en apoyos a los verdaderos creadores. En teatro ya hemos visto suficientes malos resultados cuando a alguien se le ocurre convocar a cualesquiera al grito -supuestamente progresista- de que en cada mexicano hay un artista. Hay que contar con algo tan injusto como es tener talento innato o no. Y en caso de tenerlo, el desarrollo de éste mediante los instrumentos teóricos y prácticos necesarios. Hasta el extraordinario arte popular es resultado de una aptitud encauzada por siglos de tradición.

Antes de saber que Alejandro Aura (a quien, por cierto, no le vendría mal revisar su quehacer respecto del teatro) sería ratificado, estuve en una reunión de perredistas que proponían, justamente, derivar esfuerzos y dinero hacia las lecciones a los aficionados al arte. Los pocos -sólo tres- que insistimos en defender el profesionalismo fuimos acallados. Y es que resulta excelente que a las personas interesadas se les ofrezcan posibilidades de expresarse en actividades artísticas (no en la elaboración de flores de migajón o macramé como ocurre en la actualidad en muchas casas de cultura) pero como un deleite que enriquezca sus vidas, no como un sustituto del producto profesional, esa ''larga paciencia" que dijo el clásico.

Durante largos años de mi vida, hice teatro con mis alumnos preparatorianos, lo que todavía creo ayudó en gran medida a su formación personal, aunque de mis grupos salieran pocos teatristas. Era un hacer por hacer y disfrutar haciéndolo, al mismo tiempo que la disciplina de la memorización de papeles y de someterse a ensayos en un trabajo de grupo, les redituaba mucho en su difícil trayectoria hacia la maduración. Nunca pensamos en sustituir a ningún profesional (y me temo que tampoco formamos un público ávido de ir al teatro, ignoro por qué). Poco antes de jubilarme, mis colegas desvirtuaban ya el espíritu de las mal llamadas actividades estéticas sometiendo a los grupos a concurso, más directores (que lo querían ser, de ahí muchas frustraciones) que maestros que ofrecían la posibilidad de crear a cualquier nivel. Ignoro el rumbo que todo esto tenga en la actualidad.

El gobierno de la ciudad de México ofrece abrir 14 escuelas preparatorias. Yo espero que en ellas se impartan esas aproximaciones a la creación artística sin más propósito que el de que los adolescentes deriven sus impulsos creadores en entera libertad aunque no ajena al rigor.