SABADO Ť 13 Ť ENERO Ť 2001

ISLA CANELA

Jaime Avilés

Entre dos mares

Una apuesta por la verdad

Breve declaración de principios

Invitación a Isla Grande

1. BIENVENIDA AL PAISAJE

Desde hace algún tiempo vivo aquí en Isla Canela. Es un lugar tan lindo que, si tuviera que irme definitivamente, me volvería loco de nostalgia y de dolor. Al alba, cuando el Sol comienza a brillar tras la masa del Atlántico, el cielo todo se pone rojo como el cobre al fuego, y en el crepúsculo, cuando la ardiente bola amarilla se hunde en el Pacífico, las personas, el aire, las sombras, las nubes, todo se pinta de rojo otra vez. De allí su nombre.

Es una isla entre dos mares. Las playas son de arena blanca y amanecen salpicadas por miles y miles de conchitas como gotas de sangre. Al menos abajo, en la costa, la vegetación es parca debido al salitre, pero la hierba que recubre el suelo es hirsuta, copetona y colorada, como que proviene del sargazo que arrojan las olas nocturnas. En cambio arriba, más allá de las primeras montañas, me cuentan, hay unos árboles robustos y frondosos, de cuyas copas cuelgan espléndidas lianas, naturalmente rojas, como de ningún otro modo podría ser.

En esas cumbres, me dicen, hay unos ojos de agua dulce, bellísimos como pocos en el mundo. Vistos desde el avión, me informan, son verdes a veces y a veces amarillentos -eso depende de la luz-, porque los más antiguos pobladores arrojaron a su fondo el oro y las esmeraldas que en otro siglo codiciara sin éxito el conquistador español. "Pero no te acerques mucho a esos ojos", me dice el hombre que me renta la cabaña donde habito. "Por tratar de apoderarse de esas joyas, más de cuatro han perdido el entendimiento."

2. TIRANDO CARRETA

Para venir a Isla Canela hay que tomar un viejo barco de carga llamado Mi Pepito, de modestas dimensiones pero ducho en su mester, que sale de Isla Grande sin día fijo y que atraca generalmente de noche en Puerto Flower, un muelle situado a no sé cuántos kilómetros de aquí, de esta cabaña y de esta mesa donde con tantas penalidades escribo a causa de mi desconsolada situación. Es que me ha ocurrido lo impensable.

Con los tres pesos que ahorré en los últimos años, adquirí un pequeño solar en la Canela. Un pedazo de tierra, ni vasto ni chico, pero suficiente para inventarme una nueva forma de vivir. No hace mucho llegué hasta acá, pues, con mis equipajes repletos de proyectos e ilusiones -hay que decir las cosas como son, por cursis que suenen-, y un porteño simpatiquísimo, de esos que no faltan, me asaltó con su encantadora solicitud.

-ƑTe ayudo con los velices, pariente? -me dijo, agárrandolos como si fueran suyos-. Andale, vámonos tirando carreta.

Y en efecto, depositó los bultos en un carretón uncido a un buey de aspecto bíblico, en cuyos ojos me vi, feliz, de cuerpo entero...

3. UN MOTOR DE EXPLOSION

Era de mañana y echamos a andar bajo la furia del Sol, admirado yo de la roja tonalidad de aquellas extensiones. Por un camino de herradura que va a lo largo de la costa, prácticamente despoblada salvo por algunas casuchas, avanzamos hablando cada vez menos por la creciente pérdida del resuello. Estaba yo empapado en sudor cuando nos detuvimos ante una posada. Mi camisa olía a pocilga y mi boca a fosa séptica. Quise limpiarme los dientes y bajé del carretón la destartalada mochila que en 1994, en Guadalupe Tepeyac, el subcomandante Marcos esculcó en mi presencia para revisar mis latas de arenque en salmuera y de ostiones ahumados, burlándose porque, según él, todo sabía a benzoato de sodio.

Adentro había un patio con docenas de jaulas de gallos de pelea y una fuentecita en la que me cepillé los colmillos. Fue una ablución providencial. Cuando regresé al camino, el porteño y mis bártulos se habían esfumado. Sólo quedaban la carreta y el buey. Y comprendí qué significaba el momentáneo ruido del motor de explosión que había atronado afuera mientras me lavaba.

He perdido todo, o casi todo. Mi título de propiedad, para empezar, mi ropa y sobre todo mi música. Lo que más lamento, sin embargo, es la desaparición de las fotografías. Por suerte, porque las puse dentro de la mochila, conservo mi colección de camisetas de Monterrey y las galeras de la novela que Océano, según lo previsto, me publicará dentro de pocos meses.

No mencionaré cuántos frentazos me di contra la carreta, ni las lágrimas de rabia que lloré por dentro, ni el estupor que me produjo el hecho de saber que en esta isla no hay policía. Prefiero agradecer a Xavier Tzekub, el viejo lobo de bar, propietario de Cabañas del Arrecife, que me dio alojamiento a crédito y me invitó a comer y beber de su mesa. Y bueno, aquí estoy.

4. DE LA CAUSA Y EL EFECTO

Isla entre dos mares, Canela está situada igualmente entre dos siglos, entre dos épocas del antiguo régimen que se resiste a morir y, para mí, entre dos modos de ejercer el periodismo. Uno, el de "combate", que a mi juicio fue indispensable durante el sexenio en que la traición operó como forma de la astucia y la estupidez cotidiana era el principio rector de la política. Hoy lo que priva en las altas esferas de la administración pública es la ignorancia, la mercadotecnia y la misma fe ciega y fanática de la doctrina neoliberal.

Ante esto, la izquierda tiene que exigirse un nuevo desempeño: reflexionar, estudiar mucho, construir sobre bases científicas y crear, de veras, un proyecto alternativo de país, que en estos tiempos es decir también un proyecto alternativo de mundo.

A esto, a la reflexión, al estudio, al predominio de las ciencias sobre el ingenio electorero, al fomento de la pasión crítica y principalmente al entusiasmo de los jóvenes por la verdad, le apostará esta nueva columna, que a diferencia de su antecesora no será amiga de ningún político. Isla Canela, en otras palabras, no luchará por la causa sino por el efecto.

Uno de los aspectos más alarmantes de nuestra contemporaneidad es la pérdida de la memoria histórica más inmediata. El pasado lunes, en su entrevista con Carlos Monsiváis y Hermann Bellinghausen, el Sup dijo que "a la gran ofensiva (de Zedillo) en el 98 contra los municipios autónomos", el EZLN respondió "con la salida de los mil 111", cuando ésta ocurrió en septiembre de 1997, tres meses antes de la matanza de Acteal y de la persecución (enero del 98) lanzada por Labastida.

En el mismo tenor, al día siguiente en este diario, un especialista en el tema de Chiapas escribió que "en septiembre de 1996, mil 111 rebeldes llegaron a la ciudad de México a exigir el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés". O sea que en la guerra de la memoria contra el olvido, habrá que ayudar de vez en cuando a la memoria...

5. POR OTROS ARCHIPIELAGOS

Mientras la salud, el amor, los recursos y la buena suerte lo permitan, en este mismo espacio, cada 15 días y a dos planas, aparecerá un reportaje especial bajo el título de Isla Grande. Así, nos veremos en Isla Canela un sábado sí y otro no, y estaremos en Isla Grande los dos sábados que se intercalen en la implacable estructura del tiempo.

Pero que nadie se asuste. Isla Canela de ningún modo pretende ser un santuario consagrado a las improbables iluminaciones de su autor, sino un punto de partida para visitar los diversos archipiélagos en que vivimos: el de la cultura, por ejemplo, esfera central de estos años nuevos; el de la educación, en donde se está imponiendo el modelo neomedieval de los superespecialistas que se dedican a curar los males del ojo izquierdo pero desprecian e ignoran los relativos al ojo derecho; o el archipiélago de los los consorcios políticos, donde hoy se vive un tripartidismo que aprueba por unanimidad el Presupuesto de Egresos del gobierno y por unanimidad "resuelve", sin progreso alguno para la democracia, un conflicto como el de Tabasco donde ni el presidente de la República ni las bases militantes se esforzaron un ápice por someter a la ley al último gran cacique del sureste.

Esta es una mínima declaración de principios. A ver qué sale y hasta dónde llega. Estamos apenas calentando motores.

6. UNA ORACION PARA LLEGAR

En la cabaña donde vivo, perdón por la insistencia, encontré anoche una bolita de papel que botó quizá el antiguo inquilino.

Al desarrugarla, surgió un poema que a la letra dice:

Que algún dios te salve,

Si alguno queda,

Oh bendita entre todas, llena

De gracia como eres, y bendita

Como la fruta

De tu vientre,

La dulce fruta

De tu vientre...

Ruega por nosotros,

Señora mía,

Ruega por nosotros dos...