DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001
Guillermo Almeyra
Estado, mundialización y libertades
Como se sabe, la General Motors mueve capitales equivalentes al producto interno bruto de un país medio, como México; las cinco principales empresas electrónicas superan al PIB sumado de todos los países latinoamericanos, y los 3 mil millones de dólares gastados por Gore y Bush en la campaña publicitaria presidencial estadunidense triplican el PIB de un país medio africano.
Es evidente que la mundialización, al concentrar la riqueza, ha modificado profundamente el papel y la importancia relativa de los Estados con respecto a las grandes empresas y a las organizaciones internacionales. Pero los Estados siguen existiendo ya que siguen siendo necesarios para que el capital realice sus ganancias en los diferentes territorios y también son un instrumento de las sociedades para regular sus conflictos. Esto hace que muchos adversarios del neoliberalismo traten de revivir el pasado y de volver al statu quo ante, y atribuyan al Estado poderes y potencialidades que son ya anacrónicos.
Sin embargo, es cierto que los Estados pueden y deben desempeñar un papel en la resistencia a la política homogeneizadora del capital. ƑPor qué, por ejemplo, Francia debería suprimir sus leyes que prohíben el trabajo nocturno a las mujeres en nombre de directivas europeas liberticidas dictadas por el gran capital? ƑPor qué homogeneizar a la baja las leyes sociales, eliminando conquistas históricas en algunos países, en vez de uniformar a partir de las más favorables para las poblaciones? Es evidente que hoy está en juego cómo crear un derecho regional o internacional que responda a los efectos de la mundialización sin destruir los resultados histórico-jurídico-culturales de las relaciones sociales impuestas por durísimas luchas de siglos en los países que se integran en nuevas unidades más vastas.
Lo que vale para las leyes sociales es válido también para las ambientales y para las culturales. El Estado, en efecto, debe y puede, por ejemplo, impedir la violencia en la televisión contenida en los programas importados y utilizar las escuelas para explicar a los niños qué son esos tipos de programas y cómo utilizar la caja idiota. O impedir la venta de drogas o de transgénicos, o de alimentos con sustancias nocivas (México importó leche radiactiva; esperemos que no importe subproductos de las vacas locas). Todo eso nada tiene que ver con una violación supuesta de la libertad de difusión de ideas o de la libertad de comercio, pero sí tiene, en cambio, una íntima relación con la preservación de las libertades y los derechos humanos.
Ahora bien, el problema consiste en que si bien el Estado es una relación social -y, por consiguiente, el pueblo puede imponer ciertas concesiones a los gobernantes o desplazarlos si es necesario-, los aparatos gubernamentales y los sectores hegemónicos de las clases gobernantes y su personal político especializado han sido transformados a profundidad por la mundialización y están fundamentalmente ligados al capital financiero internacional del cual dependen. Para imponer a los pueblos respectivos lo que reciben a su vez como imposición del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial o de la Organización Mundial de Comercio -o sea, la voluntad de la reducida oligarquía compuesta por las 200 empresas que gobiernan la economía mundial- esos gobiernos de espaldas a sus países necesitan reducir al máximo los márgenes reales para la democracia, aunque hablen de ésta constantemente. De este modo, si se quiere que el Estado sirva para enfrentar al pensamiento y las políticas neoliberales, no hay que reforzar el autoritarismo del Estado actual -por ejemplo, defendiendo su centralismo contra la autodeterminación, sea de los corsos o de los indios- sino que, por el contrario, es indispensable generalizar la autodeterminación, la autonomía, el autogobierno, la autogestión para crear solidaridad social basada en el respeto de todas las minorías y en el pluralismo cultural y para crear ciudadanos que construyan conscientemente su futuro.
Si se quiere un Estado que, en la mundialización, preserve las identidades que merecen ser resguardadas, hay que crear desde abajo las bases de otro Estado, no reforzar el llamado Estado-nación, opresor de minorías y uniformizador.