DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001

Rolando Cordera Campos

Astrología, Olimpiadas y economía política

Los economistas profesionales congregados en el ITAM consultaron a los astros y no encontraron en la bóveda celeste de la economía mexicana signos favorables. Nada esta vez de conjunciones astrales para la buena fortuna: petróleo out, economía estadunidense out, economía mexicana doble play, podría ser la traducción beisbolera de la astrología económica del jueves pasado en San Angel.

Según las estimaciones del Grupo de Economistas y Asociados (GEA), el futuro inmediato empezó a pintarse de gris y hasta de negro. Según sus cálculos, la inflación llegaría este año a niveles muy superiores a la meta del Banco de México (14.9 por ciento y 6.5 por ciento, respectivamente), mientras que el crecimiento económico sería más reducido que el esperado por el gobierno. Por su parte, Ignacio Trigueros, del Centro de Análisis e Investigación Económica del ITAM, espera una inflación menor que GEA, pero también un crecimiento por debajo del 4.5 por ciento planteado por Hacienda. Salvo la inflación que teme GEA, las otras predicciones expuestas en el seminario confirman panoramas delineados desde el fin del año pasado; la cereza agridulce en este pastel desabrido para el primer año del presidente Fox sería el tipo de cambio, que en promedio sería superior a los 10 pesos por dólar.

Por su parte, el gobernador del Banco de México mantuvo un optimismo moderado así como su meta de inflación, y aprovechó el viaje para "apoyar", cabecea El Economista, las reformas al IVA que han propuesto el presidente Fox y su secretario de Hacienda. Ortiz afirmó que "la tarea de bajar los precios será menos difícil este año 'porque sé que Paco avala lo que nosotros decimos y viceversa'" (El Economista, 12/01/01, p.12). Para el banquero central, los cimientos son "a prueba de volatilidad"; así, diría un público agradecido, las veleidades de la economía mundial, que bien pueden volverse convulsiones, nos hacen lo que el viento a Juárez.

No es para tanto, porque si bien hablar de catástrofe es hoy excesivo, lo cierto es que la vulnerabilidad económica de México no ha sido superada ni las estrategias empleadas permiten pensar en que vaya a serlo pronto. Navegar la economía internacional en mar grueso no va a ser fácil, con el agravante de que no hay mecanismos eficaces de compensación social que protejan a los más débiles. Serán ellos los que carguen con la tajada mayor del costo social del declive.

Quien acaparó la atención fue el secretario de Hacienda. Gil Díaz hizo sus cuentas y llevó la deuda pública a un monto muy superior al que el gobierno anterior reconocía. Según el secretario, al poner juntos la deuda interna y la externa, los pasivos del IPAB, los bonos de carreteras y los saldos de los proyectos de inversión de impacto diferido (los célebres Pidiregas), la deuda pública total sería cercana a 50 por ciento del PIB (47.9 por ciento), que contrasta con los informes anteriores referidos a la deuda consolidada del gobierno federal (23 por ciento en el tercer trimestre del 2000; El Economista, p.13).

A la vez, Gil Díaz se vistió de juez olímpico y dijo que México tiene medalla de oro... pero en pobreza. No tanto porque nos adelante Brasil, entre los grandes países, y algunos más entre los medianos y pequeños, pero el hecho es que la pobreza se ha vuelto un fenómeno millonario, y ya nadie se incomoda cuando se habla de porcentajes de pobres iguales o mayores a la mitad de la población nacional.

La referencia olímpica de Francisco Gil se hizo para dramatizar la urgencia de una reforma fiscal que le permita al gobierno saltar la trampa de la deuda pública, que según el secretario ha vuelto a salir como una hidra, y al mismo tiempo gastar más en favor de los pobres y vulnerables. Esta angustia fiscal, que rebasa el tema impositivo y lleva a repensar la estrategia de desarrollo en su conjunto, es algo compartido por casi toda la profesión, y desde luego por quienes encabezan el actual gobierno.

Salvo las opiniones del insólito Dr. Katz (véase unomásuno, 12/01/01, contra), para quien la reforma fiscal no debe dirigirse a aumentar la capacidad de gasto del Estado, porque éste "gasta mucho y mal", parece estar en curso un consenso que vincula mayores impuestos con mayor gasto público social, en particular el orientado a la población pobre. Sin embargo, hasta ahora, la argumentación se trunca cuando se considera que el mecanismo más socorrido en los planteamientos oficiales es el del aumento del IVA a alimentos y medicinas, hasta llevarlo al 15 por ciento con que se grava la mayoría de las transacciones.

Según dijo el secretario de Hacienda, al igual que días antes el presidente Fox, lo recaudado con este aumento sería "devuelto" a los pobres mediante Progresa y Procampo, y es aquí donde los argumentos empiezan a pasar aceite. Cómo y a cuántos de los pobres gravados en buena parte de su ingreso, que como se sabe se destina al consumo básico, se les retribuirá por la vía del gasto no está nada claro, como tampoco está lo tocante al daño que dicho consumo básico sufriría con el incremento propuesto en el IVA.

Si en efecto los pobres son ya preocupación central del gobierno económico y de su cabeza principal, lo que habría que hacer es una reflexión que vaya más allá de las metáforas deportivas y nos lleve a cuestiones que no se han resuelto en lo mínimo en estos más de 15 años de política social para la pobreza. No hay, a la fecha, una convención satisfactoria en cuanto a la medición de la pobreza, mucho menos un acuerdo sobre la cuestión más compleja de la estratificación del universo pobre, la magnitud de quienes están en la frontera entre la pobreza no extrema y la que sí lo es, etc.

Tampoco hay consistencia en el Estado en lo referente a las agencias que deben encabezar y hacerse cargo del esfuerzo colectivo por superar la miseria, ni las vías que permitan a la política social llevar a las comunidades y personas pobres y empobrecidas más allá del hoy inevitable momento asistencial. Resulta muy cuesta arriba, por ahora, aceptar tranquilamente la ecuación propuesta por Gil entre superávit fiscal y combate a la pobreza, sobre todo en un escenario que, si no es recesivo, sí apunta a tasas de crecimiento muy bajas y, en consecuencia, a ritmos de creación de empleos totalmente insuficientes. Para qué hablar del salario.

Bienvenida, sin duda, la convocatoria hacendaria para inscribir su reforma en la perspectiva del mejoramiento social general del país. Pero para "vender" las hipótesis que la animan, hay que hacer una búsqueda más ambiciosa en materia de parábolas.