DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001

Angeles González Gamio

Era una vez

Así comienzan muchos de los cuentos que nos deleitaron en la niñez, y pudiera ser que de la misma manera surgieron leyendas que al paso del tiempo se toman como historia. Ese es el caso de la que se cuenta de la linda capillita circular de la Concepción Cuepopan, que se encuentra en una plaza situada en la calle de Belisario Domínguez, enfrente del soberbio templo de la Concepción, que adjunto tenía el primer convento de monjas que hubo en la ciudad.

No se sabe en qué momento surgió la teoría de que la capilla había sido el primer templo que se construyó en la capital y que allí se celebraron las primeras misas. También se decía que García Olguín, quien apresó al joven gobernante Cuauhtémoc, se lo entregó a Hernán Cortés precisamente en ese sitio, lo que significó la culminación de la dolorosa derrota del imperio mexica. Acuciosas investigaciones del ingeniero José R. Benítez, publicadas en los anales del Museo Nacional de Antropología e Historia en los años cuarenta, probaron la falsedad de estas creencias, que sin embargo hasta la fecha algunos sostienen.

La realidad es que las primeras misas se celebraron en el que había sido palacio de Axayácatl, padre del emperador Moctezuma, lugar que eligió el conquistador para levantar su inmensa residencia, que era como una pequeña aldea con decenas de construcciones y múltiples patios, parte de ella ocupada hoy por el Nacional Monte de Piedad.

La primera iglesia fue la que levantaron los franciscanos, que se dice estuvo situada en lo que ahora es la calle de Guatemala y Licenciado Verdad; allí mismo estuvo el primer convento, que fue sustituido por el que habría de ser la inmensa edificación que ocupó el predio en donde Moctezuma tuvo su célebre Casa de Animales, que impactó a los españoles por la cantidad de especies que resguardaba, e incluía enanos, albinos y personas con malformaciones.

Volviendo a la capilla de la Conchita, como le llaman cariñosamente los habitantes del barrio, se presume que fue edificada por orden de las concepcionistas, quizás a petición de algún generoso benefactor, que para limpiar culpas, les heredó propiedades a cambio de edificar una capilla en donde se depositasen sus restos y se les rezaran misas diarias que lo libraran de las llamas infernales; esto era muy frecuente y permitió a las órdenes religiosas hacerse de grandes fortunas.

Seguramente estuvo decorada lujosamente con altares talados, recubiertos de hoja de oro, óleos de pintores de fama, estofados y piezas de plata, al igual que lo estuvo el templo de la Concepción, que luce el fausto desde la fachada con sus dos portadas, características de los templos de monjas, exquisitamente labradas en fina chiluca plateada.

La capilla no se queda atrás, con su planta hexagonal cubierta con una cúpula, destaca la portada, orientada hacia el sur. Un arco de medio punto sobre pilastras está flanqueado por otras acanaladas, con capiteles corintios. En la piedra clave del arco aparece un relieve que representa a San Francisco. El friso y las enjustas están decorados con motivos vegetales. En el centro sobresale un mascarón y en los extremos dos símbolos marinos. Sobre la pronunciada cornisa se desplanta el remate, cuya parte central forma un nicho que aloja la escultura del Nazareno.

Tras ser cerrada al culto por las leyes de exclaustración de los bienes religiosos, a mediados del siglo XIX, se dedicó a servir como depósito de cadáveres de indigentes, por lo que se le conoció como "capilla de los muertos", uso que tuvo hasta 1893, cuando fue clausurada. En dos ocasiones estuvo a punto de ser demolida; en 1987 la preservó el dictamen del ingeniero Mateos Plowes, y en 1908 su salvador fue el maestro Justo Sierra.

En 1927 la Dirección de Obras Públicas le hizo reparaciones y un año más tarde la Secretaría de Educación Pública instaló allí una pequeña biblioteca. Desde hace varios años se encuentra nuevamente en el abandono, con una severa inclinación hacia un lado, esperando que nuevamente se le restaure y se le de un uso digno.

Junto a la amplia plaza, en la esquina con San Juan de Letrán, se encuentra La Virgen del Camino, panadería de tradición del Centro Histórico, que en sus iluminados aparadores despliega, con su letrerito, para que no se pierdan los nombres, una vasta variedad de ricos bizcochos: chilindrinas, conchas, bigotes, campechanas, piedras, polvorones, orejas, cocoles y, en temporada, rosca de Reyes, panes de muertos, y todo el año suculentos pasteles que también elaboran a pedido.

 

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