DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001

Bárbara Jacobs

Morir de risa

Creer que algo complicado es simple porque lo entiendo significa que no lo entiendo, después de todo. En las primeras páginas de mi viejo trabajo final de universitaria me encuentro hoy con una explicación tan mía del Principio de Incertidumbre que, a veintitantos años de haber obtenido mi grado, pienso que yo los inventé, tanto el Principio como su explicación.

En esta fantasía me estorba el nombre de Werner Heisenberg, así como los datos que lo identifican: físico alemán, es uno; 1901-1976, otro; y que a los treintaiún años obtuvo el Premio Nobel, el definitivo. Si no fuera porque en este momento me da pereza verificar o descalificar su veracidad, lo haría. En vista de que verdaderamente me la da, no me queda sino repetir el significado del reconfortante Principio de Incertidumbre. Antes, una palabra sobre el adjetivo con que lo califiqué: reconfortante. Lo es porque, si se premia a quien lo estableció por haberlo alcanzado, es un hecho que vivir en la incertidumbre, o tener presente en situaciones decisivas que ésta se produce a manera de salida; es decir, saber que no necesitas tener certeza ante nada, pues la posibilidad de la incertidumbre existe en calidad de todo un Principio, es, nadie podrá negarlo, reconfortante.

En cualquier caso, el Principio dice que en los experimentos científicos hay un límite en la medida u observación física, ya que el mismo acto de medir o investigar altera el comportamiento de los objetos que se investigan. Lo que en aquellos años yo supuestamente investigaba era la risa, aun la causada por cosquillas, como una de las características que definen al hombre, de manera que, respaldada por Werner Heisenberg, de entrada advertía a mis sinodales que, por naturaleza, mi investigación era imposible. En otras palabras, si había partido con la idea de averiguar todo sobre la risa, lo había hecho a sabiendas de que no averiguaría nada. Y esta es la gran verdad. Grande y vieja y permanente. Nadie sabe por qué ríe el hombre.

Ya lo decía Quintiliano, en el siglo IV aC, "Aunque muchos intentaron buscar la causa de la risa, me parece que no dieron con ella". Y no lo hicieron porque el mismo acto de investigarla la alteraba, lo cual, por lógica, falseaba los resultados de la investigación. Me creí muy lista al presentar como examen final un tema sin solución. Esto, y dedicar las 200 cuartillas mecanografiadas a Yorick, irritó lo suficiente a uno de los jurados, casualmente el presidente del caso, para que se empecinara en no dar su voto a fin de que yo pudiera graduarme cum laude.

A su vez, este contratiempo para mi vanidad juvenil hizo que yo postergara la revisión del trabajo casi treinta años. A lo largo de ellos, por cierto, me alentaba saber que tenía un libro guardado, un libro que esperaba una disposición favorable de mi parte para ser publicado. Mientras hojeo sus páginas me recorre la duda, ƑVale la pena o no? Desde que emprendí la tarea de armarlo, de entresacar de mis lecturas cuanto se hubiera recogido del asunto y dar forma al material y orientarlo, me ha acompañado el mismo cuestionamiento, ƑVale la pena? ƑPara qué intentarlo? No hay, no ha habido buen libro que no haya tocado el tema; pero, si a partir del siglo III aC, con El Eclesiastés, el libro canónico del Antiguo Testamento, artribuido a Salomón, no se ha resuelto, Ƒvoy a resolverlo yo? "No me hagáis reír, don Gonzalo, que tengo un labio partido", según se dice. La risa, tema eterno, tan elusivo como el de lo cómico y el del humor.

Este último eludió a los ciento ochenta científicos que se reunieron a investigarlo en la Universidad de Gales en 1976, durante el Primer Simposio Internacional sobre el Humor. Los anales consignaron que no se llegó a ningún adelanto de consideración, si bien sí mereció registrarse la evolución en la terminología empleada en las disertaciones. A manera de prueba, el título de una de las ponencias: "El humor étnico como función de la incongruencia socio-normativa basada en variables dependientes múltiples". Ante esto, Ƒhabría yo podido contribuir refiriendo que el encuadernador de mi volumen de El Chiste y su relación con el inconsciente, de Freud, en el lomo grabó Chisme en lugar de Chiste; o contar que leí Le rire: Essai sur la signification du comique, de Bergson, caminando lentamente, mientras hacía una cola en la embajada de Estados Unidos en México para solicitar una visa que no me dieron? Pero accidentes como éstos no harían reír ni a una hiena.

Un comentarista se preguntó si los asistentes a dicho simposio no la habrían pasado mejor si hubieran muerto de risa, rasgo de humor negro, ingenio, o sarcasmo que, en 1989, habría podido atestiguar el oftalmólogo danés Ole Bentzen quien, durante una proyección cinematográfica de Un pez llamado Wanda, con el cómico John Cleese, rió tanto que, por una fibrilación ventricular externa, en ondulaciones a un ritmo de 250 y 500 por minuto, en efecto murió de risa.