DOMINGO Ť 14 Ť ENERO Ť 2001
Carlos Bonfil
Hombres de honor
En 1948, poco después de la Segunda Guerra Mundial, el mandatario estadunidense Harry Truman puso fin a la segregación racial en las fuerzas armadas. Sin embargo, en escuelas de elite como la Academia Naval para Buzos, era casi impensable hacia los años cincuenta que un hombre negro pudiera graduarse y competir en habilidad con un auténtico wasp (blanco anglosajón protestante). El asunto de Hombres de honor, del cineasta afroamericano George Tillman Jr., es mostrar, a partir de un hecho real, cómo un hombre, Carl Brashear (Cuba Gooding Jr.), desafió a un sistema nostálgico de la segregación racista hasta convertirse no sólo en el primer hombre de color graduado en una escuela naval superior, sino en un héroe nacional.
La historia la recuerda en 1966 otro protagonista de los hechos ejemplares, una bestia de la disciplina militar, el oficial mayor Billy Sunday, quien luego de un accidente debe abandonar su profesión de buzo para convertirse en instructor/capataz mientamadres, el tipo de energúmeno autoritario que Kubrick mostraba en Cara de guerra (Full metal jacket), y que los gobiernos republicanos "humanizarían" hasta volverlo paradigma de una virtuosa reciedumbre al servicio de la patria, de Vietnam a Granada y a la guerra del Golfo. Billy Sunday, quien tanto detesta la intrepidez y el empeño de Brashear, ventajoso competidor suyo, y hace lo imposible por frustrarle sus propósitos, termina siendo su mejor aliado -ambos hijos de granjero, ambos self-made men.
Una película hollywoodense con candor suficiente para animarse aún a ostentar un título digno de epopeyas de hace medio siglo, puede permitirse todo en materia de frenesí nacionalista de autoconsumo. "Basada en un hecho real": esta fórmula muy socorrida permite también interpretar caprichosamente los acontecimientos narrados y ofrecer paralelamente una irrefutable pátina de veracidad a lo narrado. La supuesta intensidad de Hombres de honor depende en mucho del manejo de viejos resortes melodramáticos del género y del carisma de actores de primera línea. El guión no reserva mayores sorpresas. Desdibújese un poco el rostro del tecnócrata villano que se opone a la añeja tradición de honor de las fuerzas navales, y no quedará otra cosa que un capítulo más de "Mi personaje favorito", de Selecciones del Reader's Digest. Suprímanse los personajes femeninos, instalados en la frustración o en la abnegación llorosa -obstáculos siempre a la indetenible superación masculina-, y la cinta pierde la tercera parte de su duración. Añádase la histérica caracterización de Robert de Niro (más Cabo de miedo que Taxi driver), y la irreprochable corrección política que diseña, sin fisuras, a un Carl Brashear encaminado a un mausoleo de hombres ilustres, y sólo quedan para el entretenimiento masivo dos atractivas secuencias de acción y de suspenso. Las escenas submarinas son, por lo demás, poco imaginativas y de modo alguno transmiten algo de la intensidad de la estadunidense El secreto del abismo (Cameron, 1989) o de la francesa Azul profundo (Besson, 1988), otra historia de perseverancia y rivalidad entre buzos. Lo que finalmente sumerge en la banalidad a Hombres de honor es su irrenunciable vocación de biografía edificante. Pedir de un personaje que durante toda la cinta lleve a cuestas "el valor y la dignidad de su raza" es algo que rebasa las fuerzas de un actor como Cuba Gooding Jr., y naturalmente la paciencia del espectador mejor intencionado.