jueves Ť 18 Ť enero Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
El país de los optimistas
Una encuesta mundial realizada por la empresa Gallup ubicó a México, "pese a los serios problemas de empleo", como el sexto país "más optimista" del mundo y el primero del continente americano (La Jornada, 16/01/01). La razón: el cambio de partido en el gobierno, "hecho que generó esperanzas para este milenio"(sic). Tan curiosa distinción del estado de ánimo nacional se produjo unos días después de que el secretario Francisco Gil Díaz, en laudable arranque de realismo, reconoció que México también poseía la medalla de oro de la olimpiada de la desigualdad y la pobreza.
Pero nada, ni siquiera eso, opaca al optimismo reinante, expresado en el voluntarismo del "sí se puede", "sí se pudo". A ello se debe, tal vez, que el gobierno de Vicente Fox transite sus primeros días de la onda democrática sin concederle a la realidad permiso para contradecir la buena nueva del cambio, no obstante los signos adversos que asoman en el horizonte del eterno dualismo mexicano. La alternancia es obviamente la hora de los optimistas.
Optimistas son los que creen que una buena mercadotecnia será suficiente para pasar sin problemas la reforma fiscal con que el gobierno intenta corregir las saludables finanzas públicas, heredadas al futuro por el sonriente Gurría y los hacienda-boys. Optimistas son los que ven "nubarrones" cuando en el norte amenaza tormenta y se obstinan en no buscar refugio seguro. "La economía del país será zarandeada por la desaceleración norteamericana y la caída del petróleo, pero 'no se va a hundir', porque la embarcación-economía 'no está amarrada al muelle' ", dijo el optimista Paco Gil.
No menos entusiastas resultan quienes ya encontraron la solución para aumentar el IVA a los medicamentos sin golpear el bolsillo de los más pobres, que "son los que menos compran medicinas, porque no tienen con qué hacerlo", como oportunamente aclaró Marta Sahagún al precisar la propuesta que muy pronto será oficial. Total, ellos, los pobres, tendrán acceso a los medicamentos por la vía del Progresa y el Procampo (que antaño desdeñara el PAN por su clientelismo reincidente) o bien gracias a un subsidio a los productos de mayor consumo y menor precio, como si las únicas enfermedades de los pobres fueran catarros o diarreas, sin considerar a los millones que sin seguro médico deben enfrentar gastos hospitalarios o costosos padecimientos graves y crónicos. ƑLes bastará a dichos enfermos el cuadro básico elaborado con optimismo por la Secretaría de Salud que olvida los sueños populistas del pasado?
En el país de los optimistas tampoco hay motivos suficientes para preocuparse por el desmadre político en Tabasco o el autismo federalista cerveriano en Yucatán, pues en vez de una crisis política, allí se apunta una oportunidad para la democracia que, ya se sabe, es flor exótica y norteña en clima tropical. Así que nadie se mueva de sus asientos, pues lo bueno apenas comienza. Y qué decir del conflicto de Chiapas, que podía resolverse en quince minutos...
La causa del optimismo, sin embargo, no es desdeñable pues busca revertir la indolencia, el desánimo y la desconfianza acumulados en años de desgaste del régimen, pero una actitud esperanzadora no tiene por qué ser un autoengaño o una mentira. La solución de los grandes problemas nacionales exige, desde luego, construir una voluntad de cambio pero se invalida si la complejidad del mundo se consume en el ejercicio del subjetivismo, de las frase hechas y la simplicidad mercadotécnica. Uf, qué pesimismo.