VIERNES Ť 19 Ť ENERO Ť 2001

José Cueli

Lenguaje normal o poético

Continuando con la reflexión iniciada la semana pasada en torno al texto Verdad y progreso, de Richard Rorty, quisiera destacar algunos otros puntos de este interesante libro.

Rorty, como ya mencioné con anterioridad, destaca una complementariedad entre el pensamiento de Habermas y el de Heidegger y Derrida. En un texto anterior, Contingencia, ironía y solidaridad, Rorty menciona que la relevancia de Heidegger y Derrida en el camino de búsqueda de la justicia social estriba en que ellos, como los poetas románticos, hacen más vivida y concreta nuestra idea de lo que podría ser la vida humana en una utopía democrática, una utopía en la que la búsqueda de autonomía resulta mínimamente impedida por las instituciones sociales. Destaca que ellos, según su propio punto de vista, no hacen mucho por justificar la opción por una utopía así o por acelerar su venida; sin embargo, afirma que sí logran mostrar cómo la creación de nuevos discursos puede ensanchar el ámbito de lo posible. Contribuyendo con ello a que nos liberemos de la imagen que para empezar dio origen a la filosofía de la subjetividad: la imagen creada por el metafísico de algo que está en nuestro interior más profundo, en el centro de todo yo humano; algo ni causado ni alcanzable por los procesos de inculturación históricamente condicionados, y que privilegia un vocabulario de la decisión moral sobre el resto.

La reflexión fundamental que de aquí puede desprenderse es que hay una diferencia entre funciones del lenguaje que "abren mundo" y funciones que "resuelven problemas". Según Rorty, Habermas cree que Derrida niega que exista tanto un ''ámbito de la práctica comunicativa cotidiana independientemente estructurado'' como un ''reino autónomo de la ficción''. Al respecto, Habermas escribe: "La estetificación del lenguaje que Derrida consigue con esa doble negación del sentido propio del discurso normal y del discurso poético, explica también su insensibilidad frente a la tensa polaridad entre la función poética-abridora del mundo que posee el lenguaje y las prosaicas funciones intramundanas. Es este contextualismo estético el que no permite a Derrida percatarse de que la práctica comunicativa cotidiana, merced a las idealizaciones inscritas en la acción comunicativa, hace posible en el mundo procesos de aprendizaje frente a los que y en los que han de acreditarse, quedan sujetos a contraste, los productos de la capacidad de abrir mundo que en su función poética posee el lenguaje... tras la capacidad de generar mundo que el lenguaje tiene. (Derrida) hace desaparecer la capacidad de resolver problemas que posee el lenguaje". Sin embargo, Rorty piensa que Derrida podría coincidir sin reservas con Habermas en que (la capacidad de abrir mundo que en su función poética posee el lenguaje) tiene que acreditarse antes de que estas metáforas se literalicen y pasen a ser herramientas socialmente útiles. Muchos logros poéticos se quedan ''sólo'"' en logros poéticos; nunca llegan a ser utilizados salvo por sus creadores.

Rorty enfatiza que si para Derrida hay una idea que carece de todo uso, esa es la de ''contenido esencial''. Al igual que Quince, Goodman, Wittgenstein, Bergson, Whitehead y otros tantos filósofos del siglo XX, Derrida disuelve las sustancias, esencias y demás redes de relaciones. El resultado de su forma de leer no es alcanzar las esencias, sino poner textos en contextos: poner unos libros junto a otros libros (como en Glas) y entretejer trozos de libros con trozos de otros libros. Un efecto de ello es que se difuminan los géneros, pero no porque los géneros no sean ''reales''. Es más bien porque una de las formas de crear un nuevo género consiste en hilvanar piezas y trozos de los antiguos, actividad que no produciría efectos novedosos interesantes si los viejos géneros no fueran precisamente tan diferentes como siempre habíamos pensado. Tal como enfatiza Rorty. "Una cosa es entretejer hebras de diversos colores con la esperanza de fabricar algo nuevo, y otro muy distinta, creer que la filosofía ha demostrado que los colores en realidad son indeterminados y ambivalentes''. En esta ultima enunciación, bien podría leerse una franca similitud con el psicoanálisis freudiano.