VIERNES Ť 19 Ť ENERO Ť 2001
Francisco Vidargas
Debates catedralicios
Como siempre lo comenta un buen amigo, permanente defensor del patrimonio cultural, su protección es similar a un eterno péndulo que avanza y retrocede sin parar. De ahí que la Catedral de México nuevamente se vea amenazada. Después de batallar largos años con la "corrección geométrica" y todo lo que involucró dicho proyecto, ahora que había relativa calma se renueva la tormenta.
Y los actores no son novedosos: arquitectos y clérigos que pretenden alterar el presbiterio catedralicio a fin de "dignificar la imagen" del edificio, además de convertirlo en un "templo vivo" según -dicen- lo indica el malinterpretado Concilio Vaticano II.
ƑPero no habíamos oído estos mismos argumentos antes? Claro, hace nueve años, cuando el infortunado arzobispo Juan Jesús Posadas permitió echaran abajo el ciprés de la catedral de Guadalajara, gracias a la participación activa de la Comisión Diocesana de Arte Sacro y del "maestro mayor" del clero, el fraile benedictino Gabriel Chávez de la Mora. Todo lo hicieron, desde luego, "apegados" al espíritu emanado del documento vaticano y de sucesivos sínodos de obispos.
Otro participante en la propuesta para México es Ernesto Gómez Gallardo, quien recién colocó un nuevo altar de bronce en el templo. Pero el arquitecto, merecido destinatario de reconocimientos internacionales por trabajos en el diseño de mobiliario, poco ha tenido que ver con la conservación del patrimonio cultural. No es lo mismo edificar facultades, conjuntos habitacionales, centros deportivos y estacionamientos, que modificar un monumento histórico, casualmente el más importante de América Latina.
Los argumentos y proyectos son similares a los de Guadalajara, según se desprende de la entrevista de Judith Amador al presidente de la Comisión de Arte Sacro de la Arquidiócesis de México (Proceso 1263): "trasladar el presbiterio justo debajo de la cúpula, modificar la balaustrada y quitar el altar de alabastro", el cual "no tendría ya lugar en Catedral y se trasladaría a otro templo donde incluso pudiera lucir muy adecuadamente".
Y los ejemplos a seguir también son análogos: para Guadalajara eran las catedrales de París y Milán, transformadas conforme a las "necesidades litúrgicas actuales", y para México son la misma Notre Dame y Santiago de Compostela, donde el presbiterio se trasladó al cruce de las naves central y transversal "por ser el espacio que mejor facilita la participación de los fieles".
Tienen razón el padre Luis Avila Blancas (anterior sacristán mayor) y el arquitecto Jaime Ortiz Lajous al considerar una falacia dicho proyecto, mismo que no puede ser sustentado ni con el protocolo vaticano, ni mucho menos con las normas internacionales que para la restauración y conservación de monumentos estipulan la Carta de Venecia y el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS).
Los clérigos que pretenden alterar la Catedral de México deberían recordar el apartado dedicado al arte y los objetos sacros del citado Concilio Vaticano II, donde se recomienda que "deben ser instruidos también sobre la historia y evolución del arte sacro, de modo que sepan apreciar y conservar los venerables monumentos de la iglesia".
Tampoco deben olvidar, tanto el presbítero Armando Ruiz -sacerdote sensible al patrimonio cultural- como los autores de los anteproyectos, que muchos cambios sufridos anteriormente por el edificio se deben a erróneas disposiciones conciliares, basadas en modas pasajeras, lo que ha provocado la desaparición de gran parte de su historia y tesoros. La remoción del digno altar en jaspe de tecali que desde 1941 abriga, junto con la transformación de la balaustrada del siglo XVIII, no significaría un novedoso aporte litúrgico sino más bien, una aberrante pérdida del patrimonio artístico catedralicio.