SABADO Ť 20 Ť ENERO Ť 2001

Adolfo Gilly

Izquierda y organización

María Núñez Ruiz, indígena tzeltal, dijo al presidente Vicente Fox: "La presencia del Ejército en nuestras comunidades no ha servido para darnos seguridad. Al contrario, ha servido para introducir nuevas costumbres, nuevas formas de vivir. Antes no sabíamos qué cosa era un soldado, qué cosa era la prostitución. Ahora, gracias a ellos, tenemos esa experiencia".

Como corresponde al respeto entre desiguales, lo trató de "usted". El Presidente en su respuesta dijo: "Sin duda, María, que nos recuerdas cosas dolorosas, tristes, como Acteal y Bajachul". Como corresponde a la falta de respeto entre desiguales, le respondió tratándola de "tú". El Presidente, claro, ni siquiera se dio cuenta. Es de suponer que así trata a sus peones o a sus subordinados que no pueden, a la recíproca, tutearlo. De apresar y castigar a los asesinos, ni una palabra. De retirar al Ejército de Chiapas, tampoco.

También se dirigieron a él, en tzotzil, Jacinto Arias Pérez y Sebastián Pérez González. El presidente Fox empezó así su respuesta: "Bueno, primero: šqué bonito hablan Jacinto y Sebastián! šLa verdad es que suena dulce al oído su lengua! šQué bonito, qué orgullo!". Por supuesto, para el Presidente son Jacinto y Sebastián y, como todos los indígenas, para el mundo de los patrones, los amos y los señoritos no tienen apellido y se les puede tutear tranquilamente.

Más que todas sus tergiversaciones y falsedades declarativas, este paternalismo de hacienda y sacristía pinta de cuerpo entero a quienes hoy ejercen el poder federal en México.

Si la izquierda, o quienes izquierda se consideran, se dispone a enfrentar a la marea de la derecha sobre la cual pretende navegar ese gobierno, no puede perder el tiempo, desarmarse y desorganizarse otorgando a éstos el "beneficio de la duda"; o, peor aún, ilusionarse con "presionarlos desde la izquierda" para evitar que caigan en manos de "la derecha", vieja y funesta política del lombardismo que culminó en el apoyo a Gustavo Díaz Ordaz en la noche de Tlatelolco. "El respeto a la derecha ajena es la paz" no puede ser, como se anda susurrando en los corrillos, la divisa de esa izquierda.

Su primera tarea, en cambio, es definir nítidamente al nuevo gobierno de los empresarios, del capital financiero y de la Iglesia y, a partir de allí y de la situación del país, situarse como oposición republicana (ya no estamos, se supone, en los tiempos del partido de Estado) y definir su propia política en relación al pueblo de esta nación y a sus necesidades y demandas. Y cuando digo "pueblo", y no "gente", nombro a todo el universo de los grupos, las categorías, las clases subalternas, la inmensa mayoría de las mexicanas y los mexicanos.

Esas necesidades y demandas, si es que van a servir para organizar las movilizaciones y las luchas (como en su ámbito los zapatistas lo están haciendo) y no sólo para obtener posiciones electorales (por legítimas que éstas puedan ser), tienen que formularse en un programa nítido y conciso en el cual ese mundo inmenso de los subalternos se reconozca y con el cual éstos puedan organizarse según mejor les diga su entendimiento, su situación presente y su experiencia.

Los temas de los derechos son hoy centrales frente a la ofensiva y al lenguaje hipócrita e impreciso con que esconde sus precisos planes el poder conservador y con que lo defiende y justifica toda la parafernalia de su renovado aparato de propaganda y tergiversación (comunicación, le dicen, pero sólo comunica de allá para acá). Trataré de enumerar algunos de esos temas.

El primero, en estos días, es el tema de los derechos indígenas. Es el que rige hoy a todos los demás, aquél sobre el cual tiene lugar la más significativa y audaz movilización de estos días, la de los indígenas de Chiapas organizados por el EZLN. Este es aquí y ahora, en el México del año 2001, el principal terreno de prueba de la democracia, de la justicia y de los derechos humanos en su sentido más amplio.

Enumeraría después otros tres temas: los derechos sociales, los derechos de la nación, los derechos políticos y ciudadanos.

Los derechos sociales, inscritos en la Constitución y nunca de veras respetados, están ahora bajo ataque desde el gobierno de Vicente Fox. Basta leer lo que dicen Salvador Abascal, Javier Usabiaga y otras modernas voces de fines del siglo XIX. En enumeración incompleta, esos derechos son la salud, el trabajo, el salario y el ingreso regular, la educación, las pensiones, la vivienda, la tierra y los apoyos indispensables para cultivarla con rendimiento cuando con subsidios los países competidores protegen a sus agricultores. Los derechos sociales no están en el mercado, es divisa definitoria de una política de organización y movilización.

Los derechos de la nación, junto con el patrimonio común de los mexicanos y mexicanas, están también bajo amenaza: el petróleo y la energía; el territorio, los recursos naturales y la biodiversidad; la seguridad del territorio puesta en riesgo por la política de convertir al Ejército en una guardia nacional interna; la soberanía y la igualdad con las naciones de América del Norte a la hora de tomar decisiones en los torcidos marcos del actual TLC.

Ninguno de los anteriores derechos se pueden defender si, al mismo tiempo, no se afirman y amplían sin pausa y con prisa los derechos políticos y ciudadanos. Ensayo una enumeración abierta y no jerarquizada: el voto (Tabasco, Yucatán...); la autonomía del municipio; el derecho de manifestación y de organización; la democracia y la autonomía de los sindicatos y organizaciones sociales; el derecho de las mujeres a decidir sobre sus vidas y sobre sus cuerpos; el acceso democrático y libre a los medios de comunicación, en especial radio y televisión; la protección y el voto para los mexicanos en el extranjero; el respeto a la diversidad sexual; la ampliación y el apoyo sin reservas y sin censuras a los ámbitos de la cultura, de la lectura, de la expresión artística, de la investigación científica protegidos de las imposiciones mercantiles y empresariales.

Ningún programa cambia nada por sí mismo. Suele servir, en cambio, para pedir el voto y después olvidarlo. La izquierda no puede ni tiene por qué renegar del terreno electoral. Pero si esa izquierda, y en particular el principal partido que en ella se ubica a sí mismo, el PRD, sólo se organiza en torno al voto y a las campañas electorales, subordina las formas de organización del pueblo por sus propias demandas a los puestos electivos, a la obtención de posiciones en los gobiernos y, en consecuencia, al clientelismo que esta subordinación inevitablemente genera.

Si, en cambio, en la defensa y la extensión de aquellos derechos privilegia la organización autónoma en torno a objetivos, lanza a sus afiliados a estimular esa organización, abre espacios a la iniciativa externa y a las movilizaciones que van desde las demandas sociales a los ámbitos políticos (y no que subordina aquéllas a éstos), habrá escogido el terreno más fuerte de una política de oposición: el de la organización en la sociedad, el que mira a las instituciones desde donde las mira el pueblo, y no el que contempla al pueblo desde el interior de esas instituciones.

Estas son decisiones importantes. Está en el poder la derecha, la moderna y verdadera derecha. Habla con palabras confusas, usa maneras paternales, enseña un optimismo de manual de autoayuda para encubrir un programa duro, resuelto y reaccionario de reajuste y restructuración de la economía, la política, la sociedad y la cultura en beneficio de los ricos y los poderosos.

Ellos se consideran las verdaderas clases dirigentes de este país, destinadas a recuperar -dicen- un siglo de retraso. Vienen por la revancha. Traen un programa de despojo y reparto privado del patrimonio común que hemos defendido a lo largo de ese siglo. Se aliarán con los girones mafiosos del PRI y atraerán a su órbita a cuantos en lugar de pensar y de luchar prefieren darles "el beneficio de la duda" o confiar en presionarlos como si fueran eventuales aliados en potencia.

Como otras veces, la resistencia, la organización, la movilización, la inteligencia y una larga paciencia son instrumentos necesarios para construir una oposición y empezar a revertir esa ofensiva. Décadas de luchas y movilizaciones de la izquierda, cardenista, nacionalista, socialista, zapatista, sindicalista, no el PAN y sus turbias alianzas, acabaron con el régimen autoritario del PRI. Esa experiencia sigue viva y activa. Ni sueñe con destruirla o desmantelarla el poder de la derecha conservadora y empresarial.