lunes Ť 22 Ť enero Ť 2001

Iván Restrepo

El agua: de las promesas a la realidad

Recientemente comente aquí la desastrosa estrategia oficial de entubar los ríos de nuestras ciudades con un doble objetivo: esconder la contaminación que les causan la industria y los asentamientos humanos y trazar avenidas. Esa errónea política comenzó en la capital del país a mediados del siglo pasado con decenas de corrientes de agua que dieron lustre y esplendor a la ciudad de México, como el Churubusco, el Tacubaya, el Piedad, el Becerra y el Mixcoac. Mientras en Europa, Canadá, Estados Unidos y varios países latinoamericanos los ríos que cruzan sus ciudades fueron liberados de contaminación y hoy son atractivo turístico, fuente de humedad y hasta de empleo, aquí hacemos lo contrario.

Ejemplifiqué lo anterior con la obra más costosa y ambiciosa de las autoridades de Tlalnepantla: entubar el río Los Remedios en un trayecto de 6 kilómetros, y luego construir una vía alterna a la avenida Mario Colín.

Los Remedios y sus corrientes tributarias se encuentran deteriorados por aguas negras domésticas e industriales. Cuando expuse la necesidad de revisar el millonario proyecto, algunos lectores enviaron a este diario mensajes pidiendo la intervención de la secretaría que preside el maestro Víctor Lichtinger y de la cual depende la comisión responsable de garantizar el buen estado del agua. Apoyaban la idea aquí expuesta de que, en vez de ocultar el problema con una obra que costará más de 500 millones de pesos, se invirtieran recursos en captar las aguas negras de las colonias que descargan a esa corriente; y se obligara a la industria y a otras actividades económicas a cumplir con la legislación que prohíbe y sanciona a quienes convierten los cuerpos de agua en destino final de desechos contaminantes. No fue así, y ahora en Tlalnepantla anuncian el inicio de la obra citada. De nuevo se ataca el efecto y no la causa.

Las autoridades panistas de ese municipio contradicen así el plan de gobierno de Fox, el cual tiene a la conservación y uso racional del agua como uno de sus ejes centrales, por tratarse de un bien cada vez más escaso e indispensable para la vida. Peor aún: también lo contradice la Comisión Nacional del Agua, hoy dirigida por un próspero empresario lechero de La Laguna, quien conoce los desajustes que existen en esa región por el mal uso y sobreexplotación del líquido.

Pero ese erróneo proceder no debe repetirse en el Distrito Federal, donde también hay ríos contaminados. Por ejemplo, el San Angel que procedente de las partes altas del poniente de la ciudad, pasa por San Angel, Tlacopac, San Bartolo Ameyalco y Tetelpan. El río y sus afluentes son punto de referencia de quienes por décadas han vivido en esos rumbos, pues gozaban de sus aguas claras y de la flora y la fauna locales. Mas con la urbanización incontrolada, en unos cuantos lustros el paisaje cambió debido a la proliferación de unidades habitacionales y colonias como Villa Verdún, Axomiatla, Loma de Guadalupe, Puente Colorado, Loma de las Aguilas y Atlamaya.

El río es hoy un muladar porque ahí van a dar las aguas negras y la basura de varias colonias de las partes altas de la delegación Alvaro Obregón. El problema se solucionaría construyendo un colector que capte esas aguas. Hace tres años se aprobó dicha obra, pero fue suspendida. Los vecinos que sufren con la contaminación del San Angel y las infecciones y el mal olor que se generan en la presa Tequilasco, donde desemboca, exigen a las autoridades capitalinas que no permitan más esas irregularidades. Pero también sugieren convertirlo en el primer caso de recuperación de ríos en el Valle de México.

El licenciado López Obrador prometió gobernar con la ciudadanía, con imaginación y para cambiarle el rostro a la capital. Puede dar muestra de ello con el San Angel, que trae agua cristalina de las montañas y recoge las de lluvia. En vez de contaminar y desperdiciar esa agua limpia, conservémosla. Máxime ahora que las Naciones Unidas informan que nuestra ciudad y México en general tendrán serios problemas a causa de la falta del vital elemento, porque ha sido contaminado y utilizado irracionalmente.